martes, 26 de enero de 2010

Voto obligatorio: más que un derecho y más que un deber

Por: Daniel Bello

14 de enero de 2009

En los últimos días ha vuelto, un poco a tontas y locas –en medio de urgencias por corregir in extremis la confusa y errática señalética que desconcertó (y buscó reconcertar) a ciertos díscolos-, el debate en torno a si el voto es un derecho o un deber, y si el votar debe ser un acto voluntario u obligatorio.

En primer lugar quiero decir que en esto no hay verdades absolutas, sólo parciales, y claramente vinculadas a posturas ideológicas. Por lo mismo, la disyuntiva derecho/deber, planteada hace algunas semanas por el -a estas alturas- amigo twittero @jsajuria en El Mostrador (http://bit.ly/7CevHD), puede tener incluso tres soluciones válidas: “A”, “B”, y “A y B”.

Considerando lo anterior creo que es importante anteponer un “desde mi perspectiva” a toda propuesta de solución al problema.

Desde mi perspectiva, el voto es sin duda un derecho. Mucho ha costado hacerlo extensivo a toda la población mayor de 18 años –en una epopeya verdaderamente “progresista”- como para siquiera entrar a comentar este punto. No tiene sentido. No obstante, de seguro hay quien, en virtud de alguna ideología cavernaria, quiera rebatir esta afirmación. Está en su derecho, pero quienes salimos ya de la caverna sólo volvemos a ella en busca de arte rupestre, o restos cerámicos.

Desde mi perspectiva, el voto es también un deber. Creo –sin descubrir la pólvora ni mucho menos- que la vida en sociedad requiere no sólo de espacios de libertad; también requiere que los individuos libres asuman responsabilidades mínimas por el bien común. Así como pagar impuestos permite financiar las obras públicas y redistribuir el ingreso, participar del proceso político permite consolidar y perfeccionar los mecanismos de toma de decisiones, y reforzar el sentido de comunidad, todas cosas que van en beneficio del colectivo. La presión ejercida por el total de votantes permite que la clase política se amolde a las necesidades del conjunto social, asegurando que todas las demandas sean escuchadas –aunque, ciertamente, con la distorsión generada por el poder de cada quien (pero esa es harina de otro costal)-.

Esto sólo se consigue con la obligatoriedad del voto.

El voto voluntario introduce, en la práctica (que es donde importa), un sesgo de clase. Como toda libertad negativa, es abstracta y no considera las capacidades reales de los ciudadanos. Pretende ser, en la teoría, una medida igualitaria pero tal falaz pretensión se esfuma al primer contacto con la realidad. Muchos ciudadanos no logran visualizar el valor del pequeño poder que otorga el voto, y muchos, principalmente de bajos ingresos, enfrentan condiciones estructurales –es decir ajenas a la propia voluntad- que coartan –de facto- las posibilidades de ejercer el derecho, causando una “voluntaria” autoexclusión de los procesos eleccionarios. En contraste, las personas de ingresos medios y altos tienden a acudir en mayor proporción a las urnas, generando -según la experiencia comparada-, la disminución del peso relativo de quienes más necesitan de la atención de los representantes, y un desbalance que en definitiva provoca la instalación de una fuerza conservadora en el sistema político (que dificulta la búsqueda de igualdad social).

La obligatoriedad del voto, más allá de hacer de un deber moral uno legal, permite (en la práctica que es donde importa) nivelar la cancha, evitando que ciertos grupos sociales monopolicen el poder político, cosa que de hecho ocurre con el voto voluntario.

El debate teórico e ideológico da para todo, hasta para no ver en el voto un derecho (quizá en alguna olvidada caverna). Por lo mismo, creo que la discusión debe centrarse más bien en los efectos prácticos que la obligatoriedad y la voluntariedad tienen sobre el sistema político, sobre los procesos eleccionarios, y sobre la vida en comunidad.

Desde mi perspectiva, el voto es un derecho y un deber. Pero más allá de eso creo –apoyado en muy diversos estudios (algunos de los cuales han estado circulando por Twitter últimamente)- que la obligatoriedad contribuye a la imperecedera lucha por una sociedad más justa e igualitaria.

Si para algunos esto es sólo “música”, pues que viva la buena música.

9 comentarios:

theoriesofmambo dijo...

Hola Daniel-

Tu columna me parece bien argumentada y concuerdo con mucho de lo que indicas sobre la importancia de reformar el sistema electoral.
Me encuentro, sin embargo, en desacuerdo con tu propuesta, que en el fondo no cambia la mirada paternal/asistencialista ya existente sobre la participación en democracia. Es un argumento problemático en cuanto a que despolitiza la no-participación.

Lo que indicas es cierto: la reforma electoral es el único camino para subsanar la desigualdad reflejada en nuestro sistema político. Es cosa de ver cuánta gente se inscribió en el padrón para las últimas elecciones, y en qué sectores viven. Creo que es importante también reconocer el elemento generacional. En el fondo, el sector con menor representación es joven, de bajos ingresos, y muy probablemente vive en zonas rurales o semi-urbanas.

Sin embargo, imponer la obligatoriedad del voto no es el único camino imaginable. En EEUU, las organizaciones que están involucradas en reforma electoral se dirigen hacia resolver problemas sistémicos más que imponer responsabilidades individuales. Esto significa buscar la liberalización del padrón y el facilitar la participación de sectores históricamente excluidos: pobres, afroamericanos, población rural, tercera edad, etc. Entre las reformas que serían de mayor relevancia para Chile se encuentran:

-Inscripción automática en el padrón al cumplir la mayoría de edad. O
-Inscripción y voto el día mismo de las elecciones (same-day voter registration)
- Liberalización de los requisitos en documentos de identidad.
- Toda vez que se mantiene el voto voluntario.

La lógica detrás de esta medida es hacer la participación en el sistema lo más fácil posible. La participación en Chile es increíblemente difícil y excluyente. No estamos siquiera hablando de derechos/deberes, sino de un sistema que postula el voto como un privilegio.

Dar legitimidad al sistema electoral no ocurrirá simplemente traspasando la responsabilidad de votar al ciudadano. La solución pasa por empoderar a la ciudadanía, apoyando reformas sistémicas que faciliten su participación, más que incorporar un elemento punitivo/disciplinario que a final de cuentas sólo disminuye la legitimidad del sistema completo.

Iñigo Adriasola

Unknown dijo...

En algo estamos de acuerdo, el actual sistema con inscripción no automática (barreras de entrada) y voto obligatorio es la peor de las opciones.

Realmente no entiendo aquello de que se “despolitiza la no participación”. Darle un significado político a la abstención me parece bastante difícil. Es necesario, para entender el mensaje, un ejercicio de interpretación que no superará jamás la subjetividad individual, por lo que carecerá (siempre) de sentido para la comunidad (si piensas que esto no es así explícamelo por favor). Hoy en día incluso es complicado encontrarle el sentido al voto nulo o blanco (creo que debería haber un mínimo -proporcionalmente alto- de votos válidos para legitimar una elección, en ese caso la votación no válida adquiriría un real sentido).

La comparación con EEUU me parece poco grata. En primer lugar porque -como sabes- el nivel organizativo de la sociedad chilena es cercano a cero. Acá –lamentablemente- nadie hace nada –más allá de disputar el poder cada cierto tiempo- organizadamente. Así que dudo que alguien se preocupe de velar por la participación de los menos favorecidos. Si esto pasa será probablemente porque empezamos a copiar el modelo colombiano, es decir la compra de votos y el acarreo de votantes.

En segundo lugar porque, desde mi perspectiva, el estadounidense dista de ser un sistema óptimo. En EEUU hay un claro sesgo de clase en el electorado, que en gran medida explica las dificultades que enfrenta Obama para llevar a cabo las promesas de campaña. Ahora, pensando en las próximas elecciones, los congresistas presionan para que se mantenga el status quo, con tal éxito que incluso la reforma sanitaria va quedando en suspenso.

En fin, más allá de las diferencias lo que importa es que estos temas se discutan.

Un abrazo,
Daniel

theoriesofmambo dijo...

Al enumerar las reformas que persigue la sociedad civil acá, quería darte ejemplos de medidas concretas para abrir el sistema a la ciudadanía sin incorporar un elemento de coerción, que finalmente no hace sino deslegitimar el marco político en su totalidad.

Es importante separar no-participación (esto es, ni siquiera te inscribes; no llegas al lugar de votación) y abstención (voto nulo/blanco; en países con voto voluntario, no ir a votar). (1) La no-participación es política, porque refleja iniquidades estructuradas en el sistema/ procedimiento electoral. (2) La abstención también es política, porque refleja descontento tanto con las opciones políticas como con el sistema en su totalidad. La abstención sólo viene a ser relevante a este problema, cuando sus causas calzan con las razones de la no-participación (p. ej., es demasiado difícil ir a votar; no tengo documentos al día; etc.).

Una reforma liberal que flexibilice el voto es útil por cuanto es una forma de separar (1) de (2). Quienes no pueden participar, de quienes prefieren no hacerlo por razones ideológicas/afectivas. Pero hacer eso requiere reconocer que la abstención es una forma de participar; y que la no-participación no se da por "ignorancia" o "flojera," sino porque el sistema mismo impone trabas a la participación. La reforma, entonces, pasa por reconocer esas trabas, y preguntarse cómo hacer el voto más fácil, y cómo empoderar al votante.

Efectivamente, en Chile el nivel de organización es ridículamente bajo. Esto es algo que me parece una paradoja inmensa, siendo que existe un alto nivel de politización. Pero ese es precisamente el problema. El mismo sistema que impone el voto "desde arriba" fomenta la pasividad del ciudadano frente al proceso democrático.

Las medidas coercitivas pueden funcionar a corto plazo, pero no resuelven el problema subyacente: una visión paternalista/asistencialista que finalmente reproduce la pasividad ante el sistema. Se necesita un nuevo marco conceptual, en el que se hable de ciudadanía activa y del Estado como garante de la participación. Creo que es ahí donde reside el mayor valor de este debate.

Saludos--
iñigo

Fesswein dijo...

Soy de Argentina y nuevo en este blog, antes que nada quiero decir que me entusiasma encontrar tan buena argumentación, clara y bien redactada, sobre esta temática. Acá, en mi país, tenemos la experiencia de un voto obligatorio desde los inicios de la ley de sufragio “universal” (cuando universal se reducía al mundo masculino), si bien la continuidad democrática es a partir de 1983, como ha ocurrido en todas nuestras naciones por la usurpación sistemática, tenemos un camino andado sobre ese tema. También quiero decir que, curiosamente, estaba en búsqueda de argumentación para pedir un ‘voto voluntario’, para conocer la experiencia; y encontrar esta otra visión me permitió pensarlo desde otro ángulo.

Nuestra dificultad no es diferente, si bien el voto es obligatorio por ley, realmente resulta increíble los niveles de ausencia (60-75%) a los comicios en las regiones más empobrecidas. La obligatoriedad hace una ilusoria percepción de que la gente concurrirá por responsabilidad y no por derecho, aunque en lo práctico termina siendo igual. Pero el problema mayor no es ese, lo peor de la experiencia de un voto obligatorio es la persecución posterior a quienes no pueden ir a votar, muchas veces el no poder ejercer el derecho los imposibilita de ejercerlo 2 años después en las siguientes elecciones.

En el ámbito de lo abstracto, en el cual encuentro varias de tus argumentaciones como muy interesantes, tengo una discrepancia del siguiente orden: el ejercicio del voto, como derecho y como responsabilidad, está más allá de depositar un papel en una urna ¿qué quiero decir? La obligatoriedad del voto lo único que logra hacer es una coacción sobre el sujeto para que deposite papel dentro de una urna cada 2 años; no logra modificar una percepción de desilusión con el aparato político, con el significado de su grano de arena, de la importancia de que exista un Estado, incluso puede convertir su desilusión en una causa judicial.

Es un tema difícil porque entiendo y comparto todos tus argumentos, aunque también tenga estos que pueden parecer como opuestos a tu opinión, más creo que ambos vemos un problema pero no encontramos una solución.

Saludos,

fede.

Jose dijo...

Quisiera plantear el tema del hecho de votar desde una perspectiva diferente, no tanto como una acción coercitiva de un Leviatán que impone obligaciones (votar en este caso) al ciudadano –limitando su voluntad individual-, sino como una necesidad misma de la libertad cívica-republicana.

El acto de votar no implica sólo un derecho, que uno toma a voluntad, sino un deber en pos de asegurar la libertad individual (¿paradójico? ¿contradictorio? Veremos). La libertad individual se puede definir como ausencia de dependencias arbitrarias hacia otros sujetos o instituciones (definición de Skinner) o, como se ha popularizado, libertad como no dominación (Pettit). Esta libertad de no ver mermada mi capacidad de acción por arbitrariedades externas, requiere de un aparato institucional que asegure que dichas arbitrariedades no sucedan, o se minimicen al máximo, requiere en síntesis, de un Estado democrático, que sea el garante de las libertades. La ley, entendida como la cristalización o institucionalización vinculante de requerimientos emanados de la sociedad civil, puede ser tanto un límite a la libertad (donde no llega la ley, está la libertad, planteaba Hobbes, la ley como limitante de las pasiones) o un garante de la misma (la ley como guardían de la libertad, Maquiavelo), ¿qué condiciona una o la otra? La capacidad de que todos seamos parte del espacio público y de la capacidad de incidir en las formulaciones de las leyes, que se genere un debate público en el cual todos participen, y sus voluntades contrastadas con otras.

La libertad individual –bajo esta perspectiva- no puede realizarse en una situación donde la misma comunidad no controla los fines que se establece, y este control se realiza, en las democracias liberales, bajo el amparo de las elecciones.

Así, para poder generar mecanismos vía los cuales la comunidad como un todo puede ser parte de la elaboración de sus fines –por tanto, donde las acciones colectivas sean decididas por la comunidad y no por estratos o clases particulares-, y por tanto, para asegurar una comunidad que no imponga acciones arbitrarias al individuo, es menester el voto obligatorio, como resguardo de la propia libertad individual.

Ojo, no llego al punto de decir que uno ES libre en el debate público, en el ágora o en la acción comunicativa donde la coacción es el mejor argumento (no lo critico, sólo que para esta argumentación no es necesaria llegar a ese punto…aunque sería interesantísimo debatirlo), sino sólo que para resguardar la libertad individual es un requisito asegurar que las decisiones colectivas pasen también por mi opinión –ser parte del debate de la comunidad para que las decisiones de aquella no sean arbitrarias y limiten mi libertad-.

Así, sólo intento plantear que no hay coacción en el hecho del voto obligatorio, sino, justamente un garante de nuestra libertad republicana.

José Miguel Ahumada

PD: por cierto, muy buena argumentación de los participantes, espero estar a la altura!

Loqal dijo...

buen artículo Daniel, congrats.

El tema es importante. Acá en Perú se está "debatiendo" (si es que a eso se le puede llamar debate) y lo que he podido indagar es que hay una relación entre obligatoriedad de voto y programas sociales. En zonas rurales, donde los votantes tienen que caminar varias horas para llegar a votar y deciden su voto en la fila de votación, se prevee que se reduciría el voto si no es obligatorio. Pero justamente por eso los programas sociales bajarían en esas zonas, en tanto ya no son votos que capturar por el gobierno, y/o sistema político.

En países como Perú, ese es un tema a tomar en cuenta.

Encrucijada Americana dijo...

(Respuesta a un comentario no publicado)

Hay -a mi juicio- un problema en tu argumentación.

El factor obligatoriedad-voluntariedad del voto ha demostrado ser importante a la hora de definir las políticas públicas. Todo indica que el voto obligatorio trae como consecuencia un mayor y mejor gasto social, y un mayor interés de la clase política en los más necesitados.

En cambio, el voto voluntario -por la composición sesgada del electorado- tiene el efecto contrario: menor gasto social, y menor interés por modificar el status quo. Esto redunda en un anquilosamiento del sistema político, que dificulta la apertura de canales de comunicación y obstaculiza la democratización.

Los factores que tú señalas como propulsores del proceso de democratización (que tienen que ver en definitiva con el gasto social y las políticas públicas) son irrelevantes si no hay una acción decidida de los actores políticos por fortalecerlos, y los actores políticos –racionales como sabemos que son- sólo los fortalecen cuando hay una presión significativa del electorado.

Por tanto, el argumento que esbozas -y que se podría sintetizar de la siguiente manera: mejor educación (mejor distribución del ingreso, etc.) traerá mayor apertura de canales, lo que generará una mayor participación-, termina siendo un argumento tautológico.

Repito la misma pregunta que tú te haces: ¿qué viene antes, el huevo o la gallina?, o en este caso ¿qué viene antes, la presión del electorado o la acción del político?

Daniel Bello

Unknown dijo...

Lucas/Loqal

Justamente eso que planteas es un punto sustancial, particularmente en el contexto peruano.

Hace uno días conversábamos con mi padre sobre la relación entre la obligatoriedad del voto -que hace de todo ciudadano un elector- y la construcción de escuelas en pueblos perdidos en el tiempo y el espacio.

Si Fujimori hizo cosas mínimas -como construir escuelas en lugares recónditos- estoy seguro que no lo hizo por tener un proyecto país, tampoco por ser buen tipo.

Unknown dijo...

Fesswein/Fede:

Es importante ver lo que ocurre caso a caso, país por país, para poder ajustar la argumentación a la realidad nacional. La institucionalidad argentina difiere enormemente de la chilena.

En todo caso dudo que la voluntariedad resuelva, ni mínimamente, los problemas que planteas.

Un gusto recibir tus comentarios, espero que sigamos en contacto.

Saludos,
Daniel Bello