miércoles, 19 de noviembre de 2008

Salvar los mercados emergentes

Por: Dani Rodrik, profesor de Economía Política en la Escuela John F. Kennedy de Ciencias Políticas.

Si el mundo fuera justo, la mayoría de los mercados emergentes estarían contemplando desde la barrera cómo se hunden las economías avanzadas en la crisis financiera: si no totalmente libres de sus consecuencias, tampoco excesivamente preocupados. Por una vez, lo que ha prendido fuego a los mercados financieros no han sido los excesos de esos países, sino los de Wall Street.

Las posiciones fiscal y exterior de los mercados emergentes han estado más fuertes que nunca, gracias a las duras lecciones aprendidas de su propia historia, propensa a las crisis. Puede incluso que hayamos permitido a esos países cierta medida de schadenfreude respecto de los problemas de los Estados Unidos y otros países ricos, del mismo modo que podemos esperar que los chicos sientan un disfrute perverso al ver a sus padres meterse en los problemas contra los que éstos avisan tan insistentemente a sus hijos.

En cambio, los mercados emergentes están sufriendo convulsiones financieras de unas proporciones posiblemente sin precedentes. Lo que se teme no es ya que no puedan aislarse, sino que sus economías podrían verse arrastradas a crisis mucho más profundas que las que se vivirán en el epicentro del desastre de las hipotecas de gran riesgo.

Algunos de esos países deberían haber tenido más discernimiento y haberse protegido antes. Islandia, que se volvió esencialmente un fondo especulativo muy apalancado, tiene poca excusa. Otros países de la Europa central y oriental, como, por ejemplo, Hungría, Ucrania y los Estados bálticos, estaban viviendo también peligrosamente, con grandes déficits por cuenta corriente y empresas y familias que contraían enormes deudas en divisas. De la Argentina, el enfant terrible del sistema financiero internacional, siempre se podía esperar que buscara alguna artimaña para aterrar a sus inversores: en este caso, una nacionalización de sus fondos privados de pensiones.

Pero los mercados financieros han hecho pocas distinciones entre esos países y otros como México, Brasil, Corea del Sur o Indonesia, que hasta hace unas semanas parecían modelos de salud financiera.

Piénsese en lo que ha sucedido a Corea del Sur y Brasil. Ambas economías han experimentado crisis cambiarias en épocas relativamente recientes –Corea del Sur en el período 1997-1998 y el Brasil en 1999– y los dos países adoptaron medidas a continuación para aumentar su resistencia financiera. Redujeron la inflación, hicieron flotar sus divisas, obtuvieron superávits exteriores o tuvieron déficits pequeños y –lo que es más importante– acumularon montañas de divisas (que ahora exceden oportunamente sus deudas exteriores a corto plazo). El buen comportamiento financiero del Brasil fue recompensado en época tan próxima como el mes de abril de este año cuando Estándar & Poor’s aumentó su calificación de solvencia al grado de apto para la inversión. (Corea del Sur hace varios años que la obtuvo.)

Pero, aun así, esos dos países están recibiendo golpes en los mercados financieros. En los dos últimos meses, sus divisas han perdido una cuarta parte, aproximadamente, de su valor frente al dólar de los EE.UU. Sus mercados de valores han perdido más incluso (el 40 por ciento en el Brasil y una tercera parte en Corea del Sur). Nada de eso se puede explicar mediante sus variables económicas fundamentales. Los dos países han experimentado un fuerte crecimiento últimamente. El Brasil es un exportador de materias primas, mientras que Corea del Sur no lo es. Este último país depende en gran medida de las exportaciones a los países avanzados, pero el Brasil mucho menos.

Ellos y otros países con mercados emergentes son víctimas de una huida racional hacia la seguridad, exacerbada por un pánico irracional. Las garantías públicas que los gobiernos de los países ricos han brindado a sus sectores financieros han revelado con mayor claridad la línea decisiva de demarcación entre los activos “seguros” y los “de riesgo” y los mercados emergentes han quedado claramente incluidos en esta última categoría. Las variables económicas fundamentales han dejado de valer.

Para colmo de males, los mercados emergentes están privados del único instrumento que los países avanzados han empleado para contener sus pánicos financieros: los recursos fiscales o la liquidez nacionales. Los mercados emergentes necesitan divisas y, por tanto, apoyo exterior.

Lo que se debe hacer está claro. El Fondo Monetario Internacional y los bancos centrales de los países del G7 deben hacer las veces de prestadores mundiales en última instancia y facilitar amplia liquidez –rápidamente y con pocas ataduras- para apoyar las divisas de los mercados emergentes. La escala de los préstamos necesarios ascenderá probablemente a centenares de miles de millones de dólares de los EE.UU. y excederá los límites de todo lo que el FMI ha hecho hasta la fecha, pero no hay escasez de recursos. En caso necesario, el FMI puede emitir derechos especiales de giro para producir la liquidez mundial necesaria.

Además, China, que cuenta con casi dos billones de dólares en divisas, debe participar en esa misión de rescate. El dinamismo de la economía china depende en gran medida de las exportaciones, que sufrirían graves consecuencias de un desplome de los mercados emergentes. De hecho, China, con su necesidad de un crecimiento elevado para sufragar su paz social, puede ser el país con mayor riesgo en caso de grave recesión mundial.

El puro y simple interés propio debería persuadir también a los países avanzados. Con un desplome de las divisas de los mercados emergentes y las presiones comerciales resultantes, les resultaría mucho más difícil impedir que sus niveles de desempleo aumentaran en gran medida. A falta de una red de protección de las finanzas de los países emergentes, la apocalíptica hipótesis de un círculo vicioso de proteccionismo que recordara al del decenio de 1930 dejaría de poder descartarse.

Tanto la Reserva Federal de los Estados Unidos como el Fondo Monetario Internacional han adoptado algunas medidas positivas. La Reserva Federal ha creado un servicio de permutas financieras para cuatro países (Corea del Sur, Brasil, México y Singapur) de 30.000 millones de dólares para cada uno de ellos. El FMI ha anunciado un nuevo servicio rápido a corto plazo para un número limitado de países con políticas acertadas. La cuestión es si serán suficientes y qué sucederá a los países que no puedan beneficiarse de esos programas.

Así, pues, cuando los países del G-20 se reúnan en Washington el 15 de noviembre para celebrar su cumbre sobre la crisis, éste es el tema del programa que debería predominar en sus debates. Habrá mucho tiempo para debatir un nuevo Bretton Woods y la creación de instrumentos reguladores mundiales. De momento, la prioridad es la de salvar los mercados emergentes de las consecuencias de las locuras financieras de Wall Street.

Fuente: project-syndicate

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