viernes, 28 de noviembre de 2008

La moral y la debacle

Por: Robert Skidelsky

Después de la Primera Guerra Mundial, H.G. Wells escribió que había una carrera entre la moral y la destrucción. Decía que la humanidad debía abandonar sus actitudes guerreras o la tecnología la destruiría.

El pensamiento económico, sin embargo, transmitía una idea muy distinta del mundo. Aquí la tecnología reinaba merecidamente. Prometeo era un monarca benévolo que repartía los frutos del progreso entre su pueblo. En el mundo de los economistas, la moral no debía tratar de controlar la tecnología sino adaptarse a sus demandas. Sólo haciéndolo podría asegurarse el crecimiento y la eliminación de la pobreza. La moral tradicional se diluyó a medida que la tecnología multiplicó el poder productivo.

Nos hemos aferrado a esta fe en la salvación tecnológica mientras las viejas creencias decaen y la tecnología se vuelve cada vez más inventiva. Nuestra fe en el mercado – porque el mercado es la partera de la invención tecnológica—fue el resultado de esto. En nombre de esta fe hemos adoptado la globalización, la más amplia extensión posible de la economía de mercado.

En aras de la globalización, las comunidades de desvirtúan, los empleos se deslocalizan y las habilidades se reconfiguran continuamente. Sus apóstoles nos dicen que el deterioro indiscriminado de gran parte de las cosas que le dan sentido a la vida es necesario para lograr “la asignación eficiente del capital” y la “reducción de los costos de las transacciones”. La moral que se resiste a esa lógica es tachada de “obstáculo al progreso”. La protección –esa obligación que debe el fuerte al débil—se convierte en proteccionismo, un mal que engendra guerras y corrupción.

El hecho de que la debacle financiera global actual es consecuencia directa de la adoración de Occidente de dioses falsos es una idea que no se puede discutir, y mucho menos reconocer. Una de sus deidades principales es la “hipótesis del mercado eficiente” –la creencia de que el mercado fija con exactitud los precios de todas las transacciones en todo momento y evita manías y pánicos. El lenguaje teológico que podría haber denunciado la contracción del crédito como “la consecuencia del pecado”, el castigo por el enorme despilfarro, ya no se puede utilizar.

Pero consideremos la forma en que el término “deuda” (el pecado original contra Dios, con Satanás como el gran usurero) se ha convertido en “apalancamiento”, una metáfora de ingeniería que ha convertido la prohibición clásica de “endeudarse” en prácticamente la obligación de estar “altamente apalancado”. Estar endeudado alimenta la doble tentación de obtener lo que se quiere lo más rápido posible así como de obtener “algo a cambio de nada”.

La innovación financiera ha ampliado ambas tentaciones. Jóvenes genios de las matemáticas desarrollaron nuevos instrumentos financieros que, al ofrecer una reducción de los efectos negativos de la deuda, derribaron las barreras de la prudencia y el control. Los “mercaderes de la deuda” del gran economista Hyman Minsky vendieron sus productos tóxicos no sólo a los crédulos e ignorantes sino también a empresas codiciosas y a individuos supuestamente expertos.

El resultado fue una explosión mundial de las finanzas “Ponzi” –que toman su nombre del famoso estafador ítalo-estadounidense Charles Ponzi—que supuestamente hacían que el papel fuera tan seguro y valioso como las casas. En contraste, los virtuosos chinos, que ahorran una gran parte de sus ingresos, fueron criticados por los economistas occidentales por no entender que su deber hacia la humanidad era gastar.

El punto teórico crítico en la transición a una economía impulsada por la deuda fue la redefinición de la incertidumbre como riesgo. Este fue el logro principal de la economía matemática. Si bien cuidarse de la incertidumbre había sido tradicionalmente una cuestión moral, protegerse del riesgo es un asunto exclusivamente técnico.

La principal incertidumbre de la vida –el destino de nuestras almas inmortales—nos mueve hacia la moralidad. Incluso la existencia de una incertidumbre trivial da origen a convenciones y reglas generales que encarnan lo mejor de las experiencias humanas al tratar con lo desconocido. La abolición de la incertidumbre cancela la necesidad de tener normas morales.

Ahora, los acontecimientos futuros se podían descomponer en riesgos calculables, y se podían desarrollar estrategias e instrumentos para satisfacer toda la gama de “preferencias de riesgo”. Además, puesto que la competencia entre los intermediarios financieros presiona constantemente a la baja el “precio del riesgo”, el futuro quedó (en teoría) prácticamente libre de riesgos.

Esta monstruosa vanidad de la economía contemporánea ha llevado al mundo al borde del desastre. Obviamente, los tabús tradicionales relacionados con el dinero tuvieron que flexibilizarse hace siglos para que el capitalismo arrancara. Por ejemplo, la prohibición clásica contra la usura se suavizó de ser una prohibición de cobrar intereses en todos los préstamos para convertirse en una restricción del cobro de intereses sobre los préstamos de dinero al que el prestamista no podía dar otro uso, es decir, sobre sus “reservas” o saldos en efectivo.

Sin el desarrollo del financiamiento de la deuda, el mundo sería mucho más pobre. Sin embargo, pasar de un extremo (conservar el dinero excedente bajo el colchón) al otro (prestar el dinero que no se tiene) es eliminar el término medio sensato.

El régimen de supervisión prudencial que inició el Banco de España en respuesta a las crisis bancarias españolas de los años ochenta y noventa muestra cómo podría ser ese término medio sensato. Los bancos españoles tienen la obligación de aumentar sus depósitos en proporción a sus préstamos y a apartar capital frente a los activos que estén fuera del balance.

Con pocos incentivos para crear “vehículos de inversión estructurados”, pocos bancos españoles lo hicieron y así evitaron el apalancamiento excesivo. Como resultado, los bancos españoles en general tienen disposiciones para cubrir el 150% de las deudas incobrables mientras que los bancos británicos sólo cubren entre el 80 y el 100%, y los compradores de casas en España deben pagar un depósito de entre el 20 y el 30% del valor de la propiedad, mientras que en años recientes se han concedido rutinariamente hipotecas del 100% en los Estados Unidos y el Reino Unido.

H.G. Wells tenía razón sólo en parte: la carrera entre la moral y la destrucción abarco no sólo la guerra sino también la vida económica. Mientras sigamos recurriendo a soluciones técnicas para tapar las fallas morales y los gobiernos se sigan apresurando a otorgar paquetes de rescate que permiten que el carrusel comience de nuevo, estaremos condenados a ir dando tumbos de delirio en delirio con intervalos de colapso. Pero en algún momento nos enfrentaremos a algún límite al crecimiento.

Fuente: www.project-syndicate.org

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