viernes, 5 de febrero de 2010

¿Alegría en el horizonte?

Por: Daniel Bello

Muchos estarán de acuerdo conmigo en que no habría frase más desafortunada para la actual coyuntura que aquella de antaño que anunciaba, con ton profético “¡la alegría ya viene!”.

Más allá del lógico descontento que sentimos hoy quienes no votamos por Piñera, la perspectiva a futuro se ve sombría, y no precisamente porque la derecha sea el feudo en la tierra del príncipe de las tinieblas (cosa que tampoco niego). Creo –me temo, al menos por como se proyectan las cosas- que las sombras serán más responsabilidad de quienes integramos aquel amplio y difuso espectro que va desde la izquierda a la “centro-izquierda”, y que profesamos el aún más difuso –y denostado (para usar la palabra preferida del díscolo)- “progresismo”, que de quienes asumirán el gobierno en marzo.

Hemos vivido un largo crepúsculo. Una larga etapa de letargo intelectual. La Concertación fue una coalición de gobierno exitosa, que, con todas las críticas que podamos hacer, generó profundas y positivas transformaciones en Chile. Pero a la larga fracasó. Erró al centrar la atención –únicamente- en gobernar y gestionar el poder, y se convirtió en aparato burocrático, y los partidos devinieron en reinos, y los reyes en déspotas. La crítica interna acabó, la reflexión incisiva cesó, el debate de ideas desapareció.

Los sueños, petrificados, se hundieron en el sopor del triunfo imperturbable y la rutina gubernativa.

No es de extrañar que hoy, analistas y líderes políticos repitan una y otra vez -cual rezo que busca expiar culpas- que la Concertación no supo leer la realidad; que no logró transformarse a la par de la sociedad que ella misma ayudó a transformar; que se distanció irreparablemente de la ciudadanía… la coalición perdió la voluntad y extravió las herramientas para hacer aquellas cosas, y quedó convertida en pesado y oxidado armatoste.

En tanto, fuera de los lindes del conglomerado (aún) de gobierno, en el campo de la centro-izquierda, poco y nada se hizo por aunar voces críticas, por entretejer ideas, por llenar los espacios vacíos de anhelos y proyectos comunes (a excepción quizá de uno que otro esfuerzo aislado y netamente electoral). Cada vez más concertacionistas, ex-concertacionistas y no-concertacionistas de izquierda, tomaron la palabra a título personal, o simplemente se replegaron al mundo académico y a la vida privada.

Este lento y silencioso proceso de erosión de la base pensante de la Concertación –en su momento compuesta por académicos, profesionales, sindicalistas, trabajadores críticos y distantes de las cúpulas partidarias-, y de atomización de la izquierda extra-concertacionista, hace hoy sinergia con las complejas consecuencias del proceso eleccionario que acaba de culminar. Entre las secuelas un cisma de enormes proporciones, puesto en evidencia por la presencia de tres candidatos de centro-izquierda –un concertacionista y dos ex-concertacionistas- en la elección, todos ellos finalmente derrotados.

Erosión, atomización, disensos y escisiones en la centro-izquierda, y un inédito contexto marcado por la llegada –tras 20 años- de la derecha al poder.

En estas condiciones ¿podremos desempeñar adecuadamente el rol que nos toca en la oposición?, ¿podremos dar las batallas para evitar –por ejemplo- que se dañe o desmantele la red de protección social? y talvez más importante que lo anterior, ¿podremos reconstruir un discurso, coherente y aglutinador, una utopía que nos permita volver a exclamar con el ímpetu de antaño “la alegría ya viene”?

Tales preguntas generan más sombras que luces, crean más dudas que certezas.

A mi juicio, si queremos dar una respuesta afirmativa a aquellas interrogantes -alumbrando las penumbras de nuestro propio desconcierto-, debemos construir (o reconstruir) e institucionalizar espacios que faciliten las convergencias, donde –militantes y no militantes, ciudadanos de izquierda y centro-izquierda- podamos obrar juntos, como opositores, criticando lo que haya de criticar, señalando errores y malas prácticas; desde donde podamos dar las batallas que de seguro tendremos que librar contra las fuerzas conservadoras y neo-liberalizadoras que próximamente se instalarán en el gobierno.

Espacios donde las voces dejen de ser de solistas voluntariosos, y pasen a conformar un cuerpo coral de sueños y anhelos entrelazados.

Esa es –creo- la tarea prioritaria que tenemos por delante.

1 comentario:

Jose dijo...

Totalmente de acuerdo. Varias veces me has apuntado ese tema, la elaboración de una crítica sistemática, constante, unida, entre varios de los que nos consideramos del mundo de la izquierda a la centro-izquierda.
Pero, quizás lo único que agregaría, sería que la concertación fue, también, un agente activo en la despolitización, en la eliminación del debate (eso lo dices en el doc.) en la eliminación de la critica en pos de "asegurar que no salga la derecha". Lo vemos en la desaparición de muchas revistas críticas que había durante la dictadura (caso emblemática de la revista APSI), y que han desaparecido durante los noventa (extrañamente, pareciera que había más pluralidad de medios alternativos durante la última etapa de la dictadura que durante los gbrnos de la concertación...no digo que la dictadura haya creado tal pluralidad -falaba más!- sino que la izquierda estaba mucho más aglutinada, organizada, con espírutu crítico, beligerante y sistemática que ahora).
Espero que podemos, en un plazo corto, mediano o largo, comenzar a generar algún tipo de espacio para críticas más elaboradas y constantes, tal como afirmas.
Abrazos