lunes, 31 de agosto de 2009

Dramas de la identidad

Por: Manuel Castells

“La diferencia – me dice Paul—es que enseñar en catalán es cool porque fuisteis los oprimidos bajo Franco. Mientras que enseñar en afrikáans no es cool porque fuimos los opresores en tiempos del apartheid”. Quedamos un momento en silencio, sus ojos azules vagando por las colinas doradas por el sol de invierno. Paul es neurocirujano, universitario y viticultor. Dialogamos sin límites ni prejuicios, porque él ya los ha superado aunque lúcidamente sostiene que todos los tenemos en el fondo. Todo parece tan apacible en Stellenbosch, en el campus de casas coloniales del siglo XVIII inmaculadamente blancas rodeadas de viñedos de los que manan los generosos caldos sudafricanos. Y sin embargo cuántos dramas, cuánta sangre, cuántos desencuentros y cuántas injusticias vivieron estas tierras proyectando una sombra constante sobre el actual esfuerzo cotidiano de aprender a convivir. Las identidades contrapuestas estuvieron siempre en el centro del conflicto, mezclándose con el colonialismo, la esclavitud , la explotación y la lucha por la supervivencia. En su origen, los colonos que en 1652 se instalaron en lo que sería Ciudad del Cabo fueron establecidos por la todopoderosa compañía Holandesa de las Indias Orientales para cultivar verduras, fruta y vino proveyendo a los buques en ruta hacia el Sudeste Asiático. Eran holandeses, pero también franceses hugonotes refugiados en Holanda y reexpedidos a África,y alemanes cuyas vidas se torcieron en algún momento y acabaron en tierra incógnita. En esa tierra encontraron indígenas nómadas, los khoi khoi, con quienes primero comerciaron y a quienes luego subyugaron. Cuando la colonia creció trajeron esclavos de Malasia y África,y así se fue formando una sociedad multirracial, con los blancos reservándose todos los derechos. Lejos de la metrópoli y organizados en torno a su Iglesia reformada, los colonos guerrearon con tribus más poderosas en el este, los khosas, el grupo étnico al que pertenecen Mandela y Mbeki (pero no Zuma, que es zulú). Los afrikáners se hicieron granjeros y desarrollaron una cultura y una lengua, el afrikáans, derivada del holandés pero con otros elementos lingüísticos.Cuando el imperio británico se apoderó de Ciudad del Cabo en 1795, su único interés era proteger sus rutas a la India, de modo que dejaron intacta la sociedad colonial superponiendo una estructura administrativa. Pero la expansión hacia el este provocó numerosas guerras con los khosas que llevaron a los ingleses a imponer restricciones a la brutalidad de los afrikáners con respecto a los nativos negros. Para los afrikáners afirmar su superioridad por la fuerza era una cuestión de supervivencia, porque eran pocos y no tenían otro lugar. Se sentían de allí, era su país. Y cuando los ingleses empezaron a imponer sus leyes muchos afrikáners decidieron volver a empezar. En 1836 miles de ellos cargaron en carromatos familias y posesiones y, rifle y Biblia en mano, marcharon hacia el norte y el este, guerreando con los zulúes hasta establecer comunidades en los vastos altiplanos del Transvaal, cerca del actual Johannesburgo. Allí reconstruyeron su sociedad comunal agraria con su autogobierno, obteniendo una independencia de hecho.

Sin embargo, el destino quiso que precisamente aquellas tierras encerraran los mayores tesoros del continente: oro y diamantes. Cuando en 1867 aparecieron diamantes en los ríos se activó el interés de los ingleses por aquel remoto territorio. Durante un tiempo, coexistieron con los afrikáners, por el interés común en utilizar el trabajo de los negros. Pero el rechazo de los afrikáners a aceptar las leyes inglesas, incluyendo la enseñanza en inglés y una explotación más racional de los nativos, condujo a la ruptura entre las dos comunidades blancas y desembocó en la insurrección de los granjeros (llamados bóers por los ingleses) en 1899. Siguió una guerra atroz en la que los comandos a caballo de los afrikáners, adaptados a su tierra, mantuvieron en jaque durante tres años al ejército imperial. Al final Inglaterra envió la mayor fuerza expedicionaria de su historia, casi medio millón de soldados, y practicó tácticas de exterminio, encerrando en campos de concentración a mujeres y niños afrikáners, así como a sus trabajadores negros. Unos 30.000 afrikáners y otros tantos negros perecieron en dichos campos. Los afrikáners tuvieron que rendirse, pero nunca olvidaron e iniciaron una larga marcha política dentro del sistema parlamentario británico, coexistiendo a veces, radicalizando su nacionalismo en otros momentos, utilizando su número: siempre fueron el grupo blanco más numeroso y sólo los blancos podían votar.

Así fue como en 1948 el Partido Nacional Afrikáans llegó al poder e inició la política sistemática del apartheid, intentando crear un país enteramente blanco y confinando a los negros en países inventados y controlados por los blancos en los que no tenían recursos y de donde tenían que emigrar, sin derechos, a las áreas blancas, sin sus familias, como trabajadores temporales desprovistos de nacionalidad sudafricana. Algo así como el inmigrante ideal para muchos europeos hoy día: trabajador desechable, al que sólo se recurre cuando hace falta. Fue contra ese régimen de injusticia, la más despiadada máquina segregacionista de la historia, que se levantaron los negros, los mestizos, los indios y miles de blancos que no aguantaron la indignidad. Tras años de lucha, Mandela y De Klerk (un afrikáner de Stellenbosch) pactaron la democracia y acordaron una reconciliación en 1994. Pero las heridas quedan. Los afrikáners oprimidos por los británicos y opresores de negros preservaron su identidad contra todo y contra todos, pero mancillaron su historia.

Paul no participó en la opresión. Y cree en el futuro compartido de Sudáfrica. Pero cuando se plantea en qué lengua debe enseñar la Universidad Stellenbosch (cuna de la élite afrikáner), parece inevitable establecer dos enseñanzas en paralelo, una en cada lengua y con currículos propios. Porque, al final, la preservación de la propia identidad sólo es posible, me dice Paul, coexistiendo con los demás.

Fuente: www.lavanguardia.es

¿Un buen consejo? Haga como yo y no se aferre al dólar

Por: Paul Kennedy

En la actualidad se desarrolla un debate por demás interesante en la comunidad académica respecto de la suerte a más largo plazo del dólar estadounidense como suprema divisa de reserva para transacciones cambiarias y para los valores en divisas de gobiernos nacionales, empresas globales y productores de petróleo, gas y otras materias primas.

Una interpretación generosa de toda esa confabulación es que en realidad al mundo le conviene más hacer sus transacciones monetarias sobre la base de un margen diferencial internacional de monedas en lugar de sobre una sola que, si se derrumba como consecuencia de un mal manejo interno, podría arruinar a muchos inocentes, sobre todo tal vez a países más pobres dependientes del dólar estadounidense. ¿Acaso el gran economista John Maynard Keynes no propuso en 1944 poner fin a un mundo con denominación en dólares que terminaría por desplomarse por llevar tanto peso sobre los hombros?

Habría sido bueno para el mundo y también para los Estados Unidos. Washington, sin embargo, vetó la propuesta de Keynes. Es agradable sentirse el más fuerte. Por otra parte, si se posee la principal divisa del mundo, se puede tener déficits comercial y de cuenta corriente enormes sin verse castigado por ello.

La interpretación más desagradable de esta idea de poner fin a la supremacía del dólar es, no cabe duda, antiestadounidense. Parece estar escrito que la potencia internacional más importante debe enfrentar el resentimiento de los países que se encuentran más abajo en la columna totémica, incluso cuando esa hegemonía tiene bastante éxito en lo relativo a distribuir lo que los economistas llaman "bienes públicos".Por lo tanto, si las economías ascendentes de Brasil, Rusia, India y China deciden celebrar su propia reunión, a nadie debería sorprenderle que analicen el comercio internacional y el sistema financiero, así como la forma de hacerse menos dependientes de la capacidad estadounidense de provocar daños.

Algunos consideran que un dólar debilitado también podría ser un golpe a la arrogancia estadounidense y un recordatorio de que hasta los "más fuertes" pueden perder. Eliminar la ventaja "injusta" del dólar como principal moneda de reserva es algo que siempre resultó agradable a los intelectuales franceses, así como a los presidentes franceses desde de Gaulle hasta Sarkozy. ¿Entonces por qué no impulsar una "canasta de monedas" más equitativa para los intercambios comerciales del mundo o, como variante, tratar de comerciar por medio de los derechos especiales del FMI? Parece razonable —y por lo tanto defendible— y de paso haría que los estadounidenses bajaran uno o dos escalones.

Tarde o temprano —y, si se lo piensa bien, el debate es en realidad entre "tarde" o "temprano", no sobre "si"— vamos a presenciar otro gran desplazamiento del equilibrio de fuerzas global.

Pero en el corto plazo, me alegra cobrar mis honorarios por mis columnas y libros en muchas monedas, lo que me permite estar a salvo.

Fuente: Tribune Media Service

domingo, 30 de agosto de 2009

Tres mensajes estilo Maquiavelo

Por: José Rodríguez Elizondo

Con su impactante entrevista para La Tercera, del día 23 de agosto, Alan García se saltó toda mediación diplomática, para enviar sendos mensajes a la vena a Hugo Chávez, Evo Morales y Michelle Bachelet.

1.- A HUGO CON RESPETO

El mensaje para Chávez es altamente maquiaveliano, pues entre ambos existe un notorio respeto sin amor. Para el venezolano, García es el único que no mira para otro lado cuando él habla y que se atreve a discutirle con lenguaje de cantina, sin miedo al ridículo. Además, sabe que es el único líder latinoamericano que ha dejado fuera de combate a su "papá" Fidel Castro (cuando polemizaron sobre la deuda externa en los años 70).

García, por su parte, sabe que Chávez tiene un peso decisivo en la balanza geopolítica peruana, por sus vínculos con las FARC y su fuerte influencia en los gobiernos de Argentina, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. También sabe que tiene una relación complicada con Chile, que financia sedes del ALBA en el Perú y que apadrina para sucederle a Ollanta Humala, el jefe etnocacerista.

En ese contexto, García sugiere un pacto de no agresión. Esto significa que seguirá mirando al infinito mientras Chávez polariza todo lo polarizable, siempre que no siga entrometiéndose en su país. Como contrapartida, él se mantendría ajeno a las "cumbres" -como hasta la fecha- conformándose con una sólida amistad de bajo perfil con Lula.

Si el venezolano no acepta, le disputará el protagonismo, se incorporará al "antichavismo" y le reventará los escenarios regionales, tal como Chávez se los reventó a Lula, con paradigma en Unasur. Todo esto lo encapsula en su respuesta a la pregunta sobre si mejoraría su relación con Bolivia si Chávez no existiera. Con rica ambigüedad, García apunta a la vena astuta del venezolano: "A veces creo que sí y a veces que no".

2.- DURO CON EVO

En cuanto a Bolivia, García activa un crudo efecto-demostración. Si luce dispuesto a enfrentar la exasperación del conflicto con el bien estructurado Chile, con más razón está listo para restablecer la hegemonía geopolítica peruana sobre el antiguo Alto Perú.

Con ese objetivo, envía señales a la vena autoconservativa de Morales, aserruchándole el piso de la opinión pública. Al efecto, lo acusa de ser "obsecuente" con Chile y de actuar presionado por el miedo a perder más territorio. Así agitado el espectro del antichilenismo boliviano, advierte que, mientras el conflicto chileno-peruano es bilateral, la eventual negociación de Bolivia con Chile es trilateral.
García deja, con esto, dos cosas en claro: Una, que no acepta discutir si la demanda peruana perjudica o no las expectativas bolivianas de salida al mar por Arica. La otra, que Morales no debe seguir negociando con Bachelet a espaldas del Perú. Es que, como el alcalde de la Pérgola de las flores, en materia de bilateralismo y trilateralismo él hace lo que le conviene más.

Sin embargo, García también muestra una zanahoria. Si Morales volviera a discutir su aspiración marítima con el Perú de manera previa, él podría recompensarlo. Lo sugiere al decir que el proceso de La Haya no dificulta "necesariamente" la posibilidad de un corredor boliviano, pues deja "espacio suficiente para que, si Chile quiere, llegue a un acuerdo con Bolivia".
Uno hasta puede imaginar la frase coloquial: "Oye Evo, si dejas de bypasearme, de entrometerte, de adorar a Chávez y de llamarme gordo neoliberal, yo elimino el serrucho y ahí vemos qué se hace".

3.- FIRME CON MICHELLE

Para nuestra Presidenta, el mensaje oculto es que el conflicto con Chile no es por el abstracto imperio del Derecho, sino por la concreta hegemonía en el Pacífico Sur. Ese semi-sinceramiento muestra a García dirigiendo lo que los especialistas llaman "estrategia de aproximación indirecta". Es decir, un conjunto de políticas que buscan establecer una superioridad sin guerra… en la medida de lo posible. De ahí su conversión al nacionalismo básico (nacionalismo significa potenciar el país), su énfasis en ganar la competencia económica con Chile, su confianza en la superioridad de El Callao sobre Valparaíso y su táctica subestimación del potencial militar chileno.

De paso, aprovecha para recordarle a Bachelet que él quiso evitarle y evitarse la ordalía de La Haya. Lo hace mediante una intencionada hipótesis retroactiva, según la cual el conflicto se pudo negociar de manera diplomática, mediante "una variación del ángulo que matara el tema para siempre". Es obvio que alude a aquella reunión en La Moneda, previa a su toma de posesión -analizada en mi libro De Charaña a la Haya-, en la cual habría chocado contra la línea chilena de la inexistencia de toda controversia.

Sobre esas bases, ya no pretende que entre Lima y Santiago la vida siga igual, mientras los juristas pleitean en La Haya. Ahora acepta como "natural" que la demanda suscite resquemores en Chile y que Bachelet no luzca sonriente "como si nada hubiera pasado".
Dicho en chileno, el mensaje sintético de García es "afírmate Michelle, que vamos a galopar".

Fuente: La Tercera

La crisis financiera un año después

Por: Jeffrey D. Sachs

Ahora hace casi un año desde que la economía mundial se tambaleó al borde de la catástrofe. En el lapso de tres días, del 15 al 17 de septiembre de 2008, Lehman Brothers se declaró en quiebra, el Gobierno de los Estados Unidos tuvo que hacerse cargo de la enorme compañía de seguros AIG y el debilitado icono de Wall Street, Merril Lynch, fue absorbido por el Banco de América con un acuerdo intermediado y financiado por el Gobierno de los EE.UU. A continuación se produjo el pánico y el crédito dejó de circular. Las empresas no financieras no conseguían capital de explotación y mucho menos aún financiación para inversiones a largo plazo. Una depresión parecía posible.

Hoy la tormenta ha amainado. Meses de adopción de medidas de emergencia por los principales bancos centrales impidieron la quiebra de los mercados financieros. Cuando los bancos dejaron de facilitar liquidez a corto plazo a otros bancos y a empresas industriales, los bancos centrales colmaron esa laguna. A consecuencia de ello, las mayores economías se libraron de un colapso del crédito y de la producción. La sensación de pánico se disipó. Los bancos están prestándose de nuevo.

Aunque se evitó lo peor, persiste mucho sufrimiento. La crisis culminó en un desplome de los precios de los activos al final de 2008. Las familias de clase media y adineradas de todo el mundo se sintieron más pobres y, por tanto, redujeron sus gastos radicalmente. Unos precios del petróleo y de los alimentos por las nubes contribuyeron al sufrimiento y, por tanto, a la contracción. Las empresas no podían vender su producción, lo que provocó reducciones de la producción y despidos. El aumento del desempleo agravó la pérdida de riqueza de las familias, lo que las colocó en una situación económicamente muy peligrosa y propició más reducciones del gasto de consumo.

Ahora el gran problema es el de que el desempleo sigue aumentando en los Estados Unidos y Europa, porque el crecimiento es demasiado lento para crear suficiente puestos de trabajo nuevos. Se siguen sintiendo dislocaciones en todo el mundo.

A continuación ha habido un intenso debate sobre el llamado “gasto para el estímulo” en los EE.UU., Europa y China. El gasto para el estímulo va encaminado a utilizar mayores desembolsos o incentivos fiscales gubernamentales para compensar el descenso del consumo de las familias y de la inversión empresarial. En los EE.UU., por ejemplo, una tercera parte, aproximadamente, de los 800.000 millones de dólares del plan de estímulo de dos años comprende reducciones fiscales (para estimular el gasto en consumo): una tercera parte son gastos públicos en carreteras, escuelas, energía eléctrica y otras infraestructuras y otra tercera parte reviste la forma de transferencias federales a los gobiernos estatales y locales para la atención de salud, el seguro de desempleo, los salarios en las escuelas y demás.

Los planes de estímulo son polémicos, porque aumentan los déficits presupuestarios, por lo que entrañan la necesidad de reducir el gasto o subir los impuestos en el futuro inmediato. Lo que hay que preguntarse es si logran aumentar la producción y los puestos de trabajo a corto plazo y, en caso de que sí, si son suficientes para compensar los inevitables problemas presupuestarios que habrá más adelante.

La verdadera eficacia de esos planes no está clara. Supongamos que el Gobierno ofrezca una reducción fiscal para aumentar la paga que llevan a casa los consumidores. Si éstos esperan que sus impuestos suban en el futuro, pueden decidir ahorrar la reducción fiscal en lugar de intensificar el consumo. En ese caso, el estímulo tendrá poco efecto positivo en el gasto de las familias, pero empeorará el déficit presupuestario.

Una evaluación temprana de los planes de estímulo indica que el programa de China ha funcionado bien. El abrupto descenso de las exportaciones de China a los EE.UU. ha quedado compensado con un pronunciado aumento del gasto del Gobierno chino en infraestructuras: en construcción de metropolitanos, pongamos por caso, en las mayores ciudades de China.

En los EE.UU., el veredicto es menos claro. Probablemente se haya ahorrado la reducción fiscal, en lugar de gastarla. Aún no se ha gastado el componente de infraestructuras por culpa de los largos lapsos que ha requerido la conversión del plan de estímulo de los EE.UU. en verdaderos proyectos de construcción. La tercera parte –la transferencia a los gobiernos estatales y locales– casi con toda seguridad ha dado resultado para mantener el gasto en escuelas, salud y los desempleados.

En una palabra, los efectos del estímulo de los EE.UU. probablemente hayan sido positivos, pero pequeños, y no hayan tenido un efecto decisivo en la economía. Además, la preocupación por el enorme déficit presupuestario de los EE.UU., que ahora asciende a 1,8 billones de dólares (el 12 por ciento el PNB) por año, ha de aumentar, lo que no sólo creará enormes incertidumbres en la política y en los mercados financieros, sino que, además, socavará la confianza de los consumidores, cuando las familias centren su atención en posibles reducciones presupuestarias y aumentos de impuestos futuros. Los EE.UU. han llegado prácticamente al límite de capacidad en materia de gasto para estímulo a corto plazo y necesitarán empezar a reducir el déficit presupuestario y fomentar vías substitutivas hacia el crecimiento.

Cuando la crisis se intensificó al máximo hace un año, Barack Obama introdujo en la campaña presidencial el tema de una “recuperación verde”, basada en un incremento pronunciado de la inversión en energías renovables, nuevos vehículos eléctricos, edificios “verdes” medioambientalmente eficientes y agricultura ecológicamente racional. En el calor de la batalla contra el pánico financiero, las políticas no estuvieron centradas en esa recuperación verde. Ahora los EE.UU. necesitan volver a abordar esa importante idea.

Los consumidores de los EE.UU. y Europa, agobiados por las deudas, limitarán el gasto en años futuros mientras reconstruyan su riqueza y sus activos de planes de jubilación, pero la atonía económica resultante nos brinda la oportunidad –y necesidad– histórica de compensar el bajo gasto de consumo con un mayor gasto de inversión en tecnologías sostenibles.

Las políticas gubernamentales de los EE.UU. y otros países ricos deben estimular esas inversiones mediante incentivos especiales. Entre ellos figuran el sistema de límites máximos e intercambio de emisiones de gases que producen el efecto de invernadero, subvenciones para investigación e innovación en materia de tecnologías sostenibles, aranceles de conexión e incentivos reguladores para la energía renovable, subvenciones a los consumidores y otros alicientes para la adopción de nuevas tecnologías “verdes” y la aplicación de programas “verdes” de infraestructuras, como, por ejemplo, el transporte colectivo.

El mundo rico debe brindar también a los países más pobres subvenciones y préstamos con bajo interés para que compren tecnologías energéticas sostenibles, como, por ejemplo, centrales de electricidad solar y geotérmica, con lo que contribuirían a la recuperación mundial, mejorarían la sostenibilidad medioambiental a largo plazo y acelerarían el desarrollo económico.

La crisis puede ser aún una oportunidad para pasar de una vía de burbujas financieras y consumo excesivo a otra de desarrollo sostenible. De hecho, la de aprovechar esa oportunidad es la única receta para el crecimiento genuino que nos queda.

Fuente: Project Syndicate, 2009

El retorno del liderazgo franco-alemán

Por: Dominique Moisi

Independientemente de quién triunfe en las elecciones parlamentarias alemanas de septiembre, una vez más ha llegado el momento de una gran iniciativa franco-alemana. Más allá de sus condiciones económicas o su confianza recíproca (o la carencia de ella), Francia y Alemania son más responsables que nunca del futuro, si no de la misma supervivencia, del proyecto europeo.

¿Hay alternativas al liderazgo franco-alemán de la Unión Europea? Invitar a Gran Bretaña a formar parte de un Club de los Tres sería una buena idea, pero hoy es algo impensable. Inglaterra se ha autoexcluido de cualquier papel de liderazgo en Europa. Gordon Brown apenas sobrevive como Primer Ministro, y los conservadores, cuyo regreso al poder el año próximo es casi un hecho, son tan provincialmente euroescépticos como siempre, si es que no más. Sencillamente, Europa no puede contar con los ingleses, al menos por un buen tiempo.

La idea de un Club de los Seis, planteada por Nicolás Sarkozy a principios de su presidencia, siempre fue abstracta, y hoy es irrealizable. Considerando las escapadas sexuales de Silvio Berlusconi, no se puede tomar en serio a la Italia que dirige, y la deplorable situación económica de España le impide tener un papel de liderazgo en la UE. En cuanto a Polonia, aunque los torpes “mellizos” Kaczynski hayan salido del poder, la obsesión del país con su vecindario inmediato es incompatible con un verdadero liderazgo europeo.

Ya que -para comenzar- ninguno de los demás 21 miembros de la UE gustó nunca de la idea de un Club de los Seis, cabe pensar que está enterrada, y posiblemente para siempre. Entonces, ¿a quién dirigirse sino a Francia y Alemania en busca de liderazgo?

Un resultado positivo del referendo sobre el Tratado de Lisboa en Irlanda en octubre sería una condición necesaria pero insuficiente para hacer un relanzamiento institucional de la UE. La Unión Europea necesita, por sobre todo, voluntad política y dirección. Sólo Alemania y Francia, trabajando en conjunto, pueden dar a los ciudadanos europeos y del mundo la sensación de que la Unión Europea al fin está despertando a las realidades globales de hoy.

Por supuesto, es imposible subestimar la combinación de suspicacia, tensión y exasperación que caracteriza últimamente a las relaciones franco-alemanas. En gran medida, Alemania se ha convertido en "una segunda Francia" en Europa, en un momento en que Francia es más francesa que nunca. Y no sólo están poniendo primero sus respectivos nacionalismos, sino que están en desacuerdo en temas fundamentales, sobre todo cómo remontar la crisis económica.

No obstante, los dos gigantes de Europa pueden coincidir en estar en desacuerdo acerca de las virtudes del rigor presupuestario al estilo alemán o el estímulo fiscal al estilo francés, siempre y cuando no se insulten y -lo que es más importante- compensen sus diferencias filosóficas con un programa bien publicitado de iniciativas conjuntas sobre asuntos claves. En tanto cada una siga convencida de que al interior de la Unión Europea no existe más alternativa que cooperar, y que esta cooperación siga siendo una prioridad para ambas, no debería ser tremendamente difícil restablecer su liderazgo. Después de todo, hacía mucho que Francia y Alemania no coincidían tanto en una variedad de temas fundamentales.

Con el retorno de Francia a la estructura militar integrada de la OTAN, los dos países comparten ahora la misma sensibilidad "atlántica", por primera vez desde 1966. A pesar de las profundas reservas de cada uno acerca de la misión en Afganistán, es claro que se encuentran en la misma nave, incluso si las tropas francesas, que están más cerca de las británicas en términos de combate, son más vulnerables que las alemanas. Y probablemente ambos países apoyarían la siguiente afirmación: "El futuro de Turquía está con Europa, pero no necesariamente en la Unión Europea, al menos en el futuro previsible."

Sin embargo, el tema fundamental de cómo tratar a Rusia sigue siendo un factor de división. Francia y Alemania tienen diferentes sensibilidades al respecto, algo natural e inevitable, ya que estas diferencias reflejan su geografía e historia.

No es sólo el que Alemania esté físicamente mucho más cerca de Rusia; también es mucho más dependiente de ella en términos de seguridad energética. Francia no debe engañarse: Alemania no está en camino de convertirse a la energía nuclear para reducir su dependencia del petróleo y el gas rusos. Sin embargo, Alemania también debe darse cuenta de que la evolución negativa de Rusia tiene consecuencias a las que los alemanes no pueden escapar.

Si tras las elecciones en Alemania se diera paso a una espectacular iniciativa de seguridad franco-alemana, acompañada de un mensaje conjunto al Kremlin, se estaría enviando un oportuno mensaje al resto de la UE, particularmente a sus Václav Klauses: "Quienes optan por paralizar la unión a golpe de terca mala voluntad, sólo terminarán excluyéndose ellos mismos, en lugar de dictar el destino de Europa.”

Francia y Alemania no pueden mover a Europa solas, pero sin ellas Europa no puede avanzar.

Fuente: www.project-syndicate.org

sábado, 29 de agosto de 2009

El temor de los intelectuales a la política

Por: Ramin Jahanbegloo

Las dos culturas, el conocido ensayo del científico y novelista británico C. P. Snow, salió a la luz en 1959. Snow defendía ahí la tesis de que el colapso de la comunicación entre las dos culturas de la sociedad moderna -las ciencias y las humanidades- era un freno para la resolución de los problemas del mundo. Medio siglo después, el debate iniciado por Snow ha tomado una nueva forma. El siglo XXI representa, en términos generales, la separación de los intelectuales y la política. Pocas veces habían estado tan alejados los intelectuales y el mundo político.

Los intelectuales críticos son hoy una especie en vías de extinción. Temen la política, y se diría que la política muestra una indiferencia absoluta por todo lo que se pueda denominar intelectual. Hay otros muchos que consideran que nos encontramos ante un declive de lo intelectual. Según ellos, la intelectualidad se ha distanciado de la esfera pública para acercarse a un mundo cada vez más profesionalizado y más empresarial. En otras palabras, los intelectuales están perdiendo su autoridad pública para dirigirse al poder, al tiempo que cada vez son más incapaces de realizar sus funciones de una forma independiente y crítica. Nunca se habían mostrado tan profundamente opuestas la conciencia crítica y la esfera pública.

Parece que los intelectuales de hoy pensaran que puesto que todas las verdades morales son relativas, ya no hay necesidad de ser la voz moral de un mundo sin voz. El afán de ciertos intelectuales de aparentar que lo políticamente correcto y sensato es desestimar la importancia que tienen los imperativos morales en la esfera pública no es más que una forma de hacer coincidir las necesidades humanitarias urgentes del mundo en el que vivimos con las necesidades concretas de su carrera o su ascenso profesional. Asalariados, ocupando cátedras o titularidades permanentes, pensionistas, muchos intelectuales se encuentran encadenados a la rueda de una carrera y una profesión respetables que paradójicamente estanca su capacidad para la crítica en un contexto no conflictivo.

Para ser más precisos, los mezquinos intereses personales han destruido los llamados intereses públicos de los intelectuales. Al olvidarse de la política, rápidamente y sin dejar lugar para el arrepentimiento, muchos intelectuales del mundo actual degradaron y abandonaron la idea de la esfera pública, transformándose en defensores de la cultura de masas carentes de todo sentido crítico. Es en virtud de esta falta de sentido crítico con respecto a la vida pública por lo que los politólogos y los expertos culturales han venido a sustituirlos como actores sociológicos en el mundo contemporáneo. A los intelectuales ya no les interesa reflexionar y debatir sobre los valores, su único interés reside en el comentario de los hechos. Así, con la aparición de la aldea global postindustrial, dominada por las redes mediáticas y la comunicación tecnológica, en las que las voces disidentes suelen estar acalladas, una "epidemia de conformismo" ha paralizado al completo la vida pública, convirtiéndola en una entidad impulsada única y exclusivamente por el mercado.

Para investigar la evolución del compromiso de los intelectuales en la historia europea del siglo XX, tenemos que empezar con el affaire Dreyfus y la aparición de la categoría "intelectual". Pese a las diferentes posturas que cristalizaron durante el affaire Dreyfus, ambas partes estaban de acuerdo en que el intelectual tenía que comprometerse. Uno de los que participó a favor de Dreyfus fue Julian Benda, el filósofo judío conocido fundamentalmente como autor de La traición de los intelectuales, donde afirma que "la labor del intelectual es defender los valores universales, por encima de la política del momento". Para Benda, por consiguiente, el intelectual es un sujeto que opera dentro de un marco moral y se atiene a unos valores trascendentales, libre de las impurezas de la política. Probablemente Zola se merece este honor, no por sus novelas, sino porque llegó a ser un intelectual que atacó la injusticia, el prejuicio y la intolerancia en la esfera pública. De este modo restauró la función que Sócrates había reservado para el filósofo: defender la universalidad de la búsqueda de la verdad y luchar contra la violencia.

El método de Sócrates para dominar la violencia era el uso del diálogo frente a las convicciones políticas. Con su mayéutica -conócete a ti mismo- Sócrates invitaba a los atenienses a interrogarse. Y aunque sea un fin en sí mismo, aprender a interrogarse es también una condición y un punto de partida para cualquier intelectual que quiera obrar honestamente. La honestidad es abrirse a la pluralidad humana; es cobijar la idea, intrínseca al trabajo de un intelectual dialógico, de que cada persona contiene "multitudes", como dice Whitman en su Canto a mí mismo. Todo intelectual necesita de esta multiplicidad, no sólo para conectar con los otros, sino también para ensalzar y valorar, como un elemento constitutivo del mundo, las diferencias que existen entre las personas. La idea de diferencia presupone otro valor igualmente esencial a la condición de intelectual: el respeto.

Una de las tareas del intelectual es pensar en cómo reformar y mejorar la sociedad. Su empeño primordial debe centrarse en la educación cívica de los otros ciudadanos para la responsabilidad que entraña la auto-gobernanza democrática. ¿No perdería todo el significado que tiene para nosotros el valor supremo de la historia si admitiéramos que son muchos los intelectuales que consideran que lo que denominamos examen crítico de la esfera política es un ejercicio fútil? Si no se lee y se ejerce el espíritu crítico, la historia podría convertirse en una simple repetición de los errores humanos. Por el contrario, cuando se comprometen con la historia, los intelectuales no sólo necesitan una mente abierta, sino también crítica, capaz de entender que las verdades pueden ser parciales; una mente que se interrogue continuamente. Lo importante aquí es que la manera de protegerse contra toda tentación de colaboración con el mal es interrogarse y reflexionar con sentido crítico.

Con este planteamiento, la pregunta es: ¿cómo se puede hablar de preservar la ética en la esfera política y de no caer en el mal cuando han dejado de existir los absolutos morales? Poco después de terminada la guerra, en 1945 y en uno de los primeros ensayos que aparecieron al respecto, Hannah Arendt decía que "el problema del mal será el tema fundamental de la vida intelectual en la Europa de posguerra, de la misma manera que la muerte fue el tema de reflexión fundamental después de la Primera Guerra Mundial". Creo que Arendt estaba en lo cierto, sobre todo porque en el mundo de hoy el problema del mal y sus implicaciones políticas constituye un desafío importante para el estatus público y la integridad moral de los intelectuales.

Cierto es que todos somos moralmente responsables de las calamidades e injusticias del mundo en el que vivimos. Pero no es menos cierto que el papel social y político de los intelectuales conlleva una mayor responsabilidad moral. Como señala Max Weber, el compromiso intelectual requiere la ética del héroe, pues hace falta una gran valentía moral para enfrentarse a las responsabilidades que se adquieren en la esfera pública.

Muchos creen, por supuesto, que ser hoy un intelectual comprometido con la vida pública no es nada del otro mundo, ya que ser demócrata y vivir en una democracia no supone ningún riesgo, ningún desafío. Pero, dado que no puede haber una democratización y una globalización reales si no están acompañadas de una labor crítica real por parte de los intelectuales, en su función de contrapoderes, ser hoy un intelectual crítico significa también ejercer de conciencia moral del mundo globalizado. Por eso, para los intelectuales comprometidos, la verdadera lucha no se limita a estar a favor o en contra de la política, sino que se trata sobre todo de una batalla en defensa de lo humanitario frente a lo inhumano. Se trata de tener la valentía de alzar la voz en nombre de la no violencia y en contra de la injusticia. Por esta razón, aunque el concepto haya perdido hoy la fuerza que tuvo en el momento del caso Dreyfus, se ha de mantener la función del intelectual público. Mientras los humanos sigamos creyendo que la esperanza no es una palabra fútil, los intelectuales no dejarán de ser útiles en todas las sociedades.

Fuente: El País

viernes, 28 de agosto de 2009

Peña, Halpern y Humberto Maturana

Por: Osvaldo Torres

Cuando el biólogo Humberto Maturana experimentó en los 70' con el ojo de la rana y afirmó que cada uno ve lo que puede ver y no ve lo que no puede ver, agregaba que ni siquiera se da cuenta que no ve lo que no puede ver.

Esto es lo que ocurre con Carlos Peña y Pablo Halpern. El columnista de El Mercurio afirma que Marco pasó el reciente fin de semana solo, huérfano y aferrado a 63 mil firmas, mientras los otros dos candidatos presidenciales eran formalmente proclamados por los partidos que los apoyan. Peña, como buen abogado, no ve en esas firmas más que un bulto de voluntades que tiene la consecuencia jurídico política que permite a Enríquez-Ominami aparecer en la papeleta electoral. No valora el hecho que esos ciudadanos, se han transformado en nuevos miembros de la comunidad política y que muchos de ellos debieron renunciar a sus partidos para hacer posible la candidatura.

Es que no puede ver que la candidatura de Enríquez-Ominami es parte de un proceso mayor, de las coléricas transformaciones culturales y ahora políticas del país del Bicentenario. Su candidatura no es en contra de los partidos ni del sistema político. Su crítica se ha centrado en: a) la actual dirigencia política poco democrática e insensible a las aspiraciones de sectores importantes de chilenos y chilenas; b) la falta de capacidad de aquella para distinguir entre Estado, Gobierno y Partido, situando a éstos como meros instrumentos funcionales al gobierno y su administración y no, también, como instrumentos de la representación popular y de expresión de proyectos políticos transformadores y c) la elitización de los cargos y de las decisiones. En definitiva, lo que no ve es que en Chile se está transformando el mapa político, producto de los errores de los dirigentes políticos y la voluntad de la gente.

Pero hay más. El rector afirma que el intento de Enríquez-Ominami por alcanzar la presidencia lo equipara a Ibáñez del Campo, quien habría gobernado sin y contra los partidos. Francamente, no puede ver que Ibáñez gobernó con los liberales, falangistas y socialistas: en su gabinete estuvieron Frei Montalva, Almeyda y Altamirano, entre otros, y no digamos que fue un buen gobierno. Afirmar que Enríquez-Ominami no tiene equipo de gobierno y por ello se parece a Ibáñez, es simplemente ubicarse en un punto de vista que provoca una cierta ceguera que no permite ver que aquel gobernará con viejos y nuevos políticos y técnicos, que quieran seguir transformando -y no sólo administrando- el país.

Por otra parte, Halpern ha afirmado que los partidos son una carga para el Comando de Frei y por tanto -imagino- para su futuro gobierno. Claro, desde la perspectiva de un comunicador político, que diagnostica bien la baja credibilidad de los partidos ante la opinión pública, sólo puede ver que una foto del candidato con ellos son cuatro pasos atrás (Latorre, Gómez, Auth y Escalona), y no podía darse cuenta que, aunque no le gusten, sin los partidos no se ganan las elecciones. Pero si uno evalúa la relación que Frei Ruíz-Tagle construyó con los partidos políticos en su gobierno, se podría afirmar que parte de su declinación partió en esa época, cuando destituyó a Germán Correa y se rodeó de su círculo de amigos más íntimos.

Esta paradoja, que implica que dos críticos a la candidatura de Enríquez-Ominami se contradigan entre sí el mismo día, habla claramente de la incapacidad de ver que una parte importante de la ciudadanía quiere gobernabilidad, estabilidad y seguridad pero sin excluir la promesa de cambios en la anquilosada institucionalidad política, ponga mayor urgencia en disminuir la desigualdad y de nuevas oportunidades a las generaciones jóvenes.

Fuente: El Mostrador

jueves, 27 de agosto de 2009

OEA: “Es lo que hay”

Por: Iván Witker

La crisis en Honduras parece haber desdibujado a la OEA y asoman en el horizonte varias interrogantes, muy útiles para la reflexión. ¿Se trata de una crisis terminal que vive el organismo?, ¿qué hará ahora el organismo para superar su momento gris y amargo?, ¿es toda la arquitectura multilateral la que está en crisis?

Las dudas que se plantean cobran fuerza al escuchar las declaraciones de su Secretario General a la BBC en orden a que la organización "no puede hacer más" en el caso hondureño, rechazando, de paso, que un disuasivo militar acompañe sus gestiones.

Puestas así las cosas, y tras el fracaso de la visita de cancilleres a Tegucigalpa en una comitiva que incluyó al propio Insulza, parece pertinente dar una mirada más concreta a las preguntas sugeridas.

Aunque suene superficial, una primera constatación la resume aquella relamida expresión "es lo que hay" y que tiene su origen en una conversación familiar de una casa real europea, cuando el heredero presenta oficialmente a su novia, una plebeya, que no es del gusto de sus progenitores, especialmente de la reina. El príncipe, visiblemente molesto con la reacción inicial, espeta de manera lacónica e imperativa: "es lo que hay". En otras palabras, el príncipe quería decirle a sus padres que los deseos no pueden superar la realidad. Apreciaciones reales que refuerzan ese antiguo aforismo que señala que las cosas son como son y no como se quiere que sean.

La OEA no escapa a esta lógica. Es lo que hay.

Este organismo, como bien señala su nombre, reúne a Estados y no a sociedades, etnias, ONGs, partidos o movimientos, como algunos pretendieron cuando se fundó en 1948, y, precisamente en esa acentuada representatividad de lo estatal, radica su resiliencia, que le ha permitido sobrevivir a las sucesivas críticas que la han acompañado desde siempre.

En efecto, a la OEA se le ha desahuciado y escrito un obituario ya varias veces. Quienes tenían en los 60, 70 y 80 a La Habana como su capital imaginaria, solían descalificarla como "ministerio de las colonias" de EE.UU. Luego, a propósito de la guerra en el Atlántico Sur, los latinoamericanistas acérrimos se apresuraron a declararla "anacrónica". En los años siguientes, innumerables personeros manifestaron insatisfacción con sus orientaciones, componentes, políticas, cultura organizacional, organigrama, etc. No por accidente se le han introducido en cuatro oportunidades Protocolos de Reformas. Pero sigue ahí, cuasi incólume, y probablemente siga por un buen tiempo, ya que los países del hemisferio que la integran no están en condiciones de crear un instrumento mejor.

Sin embargo, la crisis de Honduras pareciera ser una flecha (posiblemente envenenada), que le ha dado en pleno corazón sumiéndola en un estado de incertidumbre, que quizás la lleve a una existencia más bien inercial. Alguien podría contra-argumentar diciendo que se trata de un nuevo ciclo de críticas ya vistas. De hecho las acusaciones sobre ineficacia no son nuevas.

Pero la sola aparición del Presidente Arias como figura mediadora, independientemente de su resultado, da cuenta de que la OEA está rozando ciertos límites en su capacidad. Y si se sigue hilando en esa dirección, podría ponerse en contrapunto la noción prevalente de multilateralismo con las tozudas realidades regionales. No debe olvidarse, por ejemplo, que, a propósito del incidente armado por el islote Perejil/Leila en 2002, los cancilleres de España y Marruecos no despertaron con sus urgencias al Secretario General de la ONU, sino a Colin Powell, entonces Secretario de Estado, implorándole intervenir. A su vez, la guerra de Georgia también dejó de simples espectadores a los organismos multilaterales y se abrió paso un mecanismo ad hoc, como fue la intervención directa del Presidente Sarkozy.

En el caso hondureño se observan singularidades que van en esa dirección. Las apelaciones de tipo normativo emitidas por el organismo, las gestiones para hacer valer e imponer sus puntos de vista para, finalmente, integrarse de manera adosada a una iniciativa multilateral especial, como fue esta delegación de cancilleres, parecen corroborar tales límites en sus capacidades.

No obstante sería un error instalar estos límites en las personas que dirigen la OEA, sea en sus niveles máximos como intermedios, sea en sus roles más expuestos o en quienes procuran manejar hilos desde las bambalinas. La crisis de la OEA no va por ahí.

Un problema central pareciera ser su concepción restrictivamente estatal, que se termina subsumiendo en el poder ejecutivo de cada país, y provoca una preocupación desmesurada por el destino individual de las personas que ejercen la Presidencia en sus respectivos países. Se olvida que parte relevante de los asuntos internacionales pasa hoy por canales complementarios o bien desagregados de lo estatal. En la actualidad, los circuitos empresariales, legislativos, sociales, o sencillamente inter-urbes, son claves para un multilateralismo efectivo o para un proceso integrador real. Omitir una concepción amplia de lo estatal es una invitación al fracaso. La tan citada y admirada integración europea enseña precisamente eso.

Otro problema gravitante pasa por la incapacidad de ciertas instituciones multilaterales para entenderse a sí mismas como promotor de ideas acorde a las tendencias imperantes. Esas ideas convergen en la actualidad en la democracia, entendida en un sentido amplio, genuino y convocante. Y si nos remitimos de nuevo a la experiencia europea, veremos que las instituciones comunitarias no privilegian circunstancias individuales, sino el desarrollo institucional.

La instalación y posterior separación de Aristide del poder en Haití -manu militari y a nombre de la democracia- demostró que tal ejercicio es, en el mejor de los casos, algo accesorio cuando no derechamente anecdótico. Es muy probable que este episodio concluya cuando quienes han tenido interés en reinstalar en el poder a un aliado se vean entusiasmados con una nueva aventura regional o sencillamente consideren que el aliado ha dejado de ser útil. Nihil novum subsole.

Por lo mismo, lo efectivamente relevante es fortalecer los regímenes democráticos. Lo efectivamente productivo es promover altos estándares de calidad democrática. Lo efectivamente valioso es instigar procesos de fortalecimiento institucional en cada país; ese blanco tan esquivo en América Latina y que algunos denominan gobernanza. Lo efectivamente valorado es la generación de una atmósfera dominada por el estado de derecho. La gran lección de Honduras, entonces, es que los organismos multilaterales deben adecuarse a los tiempos y comprender que los actuales apuntan a democracias activas, que superan las cuestiones formales.

Cierto, los yerros no constituyen un certificado de defunción, ni menos en este caso. La OEA ha pasado por momentos peores y, como se señaló, la resiliencia es su fuerte. Es lo que hay... pero el flechazo salido de la ciénaga centroamericana parece haber dado en pleno corazón.

Fuente: El Mostrador

Soberanías ficticias

Por: Robert Skidelsky

Hace un año, la pequeña Georgia intentó recuperar el control de su enclave secedido de Osetia del Sur. Los rusos expulsaron rápidamente al ejército georgiano, con la condena casi general de Occidente. Osetia del Sur, junto con Abjasia (con un población combinada de 300.000 personas) declaró prontamente su "independencia", creando dos nuevas soberanías ficticias, y adquiriendo en el proceso toda la parafernalia oficial de los estados: héroes nacionales, coloridos uniformes, himnos, banderas, puestos fronterizos, fuerzas militares, presidentes, parlamentos y, lo más importante, nuevas oportunidades para el contrabando y la corrupción.

Hasta ahora, sólo Rusia y Nicaragua reconocen la independencia de Abjasia y Osetia del Sur. El reconocimiento ruso se considera en general una represalia por el reconocimiento de Kosovo (con una población de 2 millones), la provincia secesionista de Serbia, por parte de los países occidentales el año pasado.

A mil millas al oeste de Georgia se encuentra Moldavia (con una población de 3,5 millones), entre Rumania y Ucrania. Anexionada por la Rusia zarista en 1812, pasó a formar parte de Rumania en 1918, sólo para volver a sufrir la anexión por la Unión Soviética en 1940. En 1991 logró independizarse de Moscú. Es miembro de las Naciones Unidas, del Consejo de Europa, en la Organización Mundial de Comercio, de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, y varios otros prestigiosos organismos internacionales.

El principal orgullo histórico de Moldavia es el Rey Esteban el Grande, que derrotó a los otomanos en una gran batalla del siglo XV. Además, produce bastante buen vino. Un recuerdo perdurable de mi propia visita a su capital, Chisinau, es el póster electoral de un político local llamado Lupu, que sostiene que sus ojos un par de gafas... no está claro si para sugerir visiones o sabiduría.

Para llegar a Moldavia desde Odesa (que se encuentra en la actual Ucrania) hay que conducir a través de la autoproclamada "República" de Transdniestria (población: 700.000 personas), una franja de tierra en la orilla norte del río Dniéster. Un montón de edificios con las fachadas descascaradas, alambre de púas oxidado y un sucio lavatorio marcan el comienzo de la soberanía transdniestriana.

Para poder pasar por este puesto fronterizo escuálido, pero bien dotado de personal, es necesario timbrar montones de documentos y ser generoso en la repartición de sobornos, proceso que se repite al abandonar la "república". Una nebulosa compañía con tintes mafiosos, Sheriff, es propietaria de la mayor parte de la economía. Se dice que tiene estrechos vínculos con el Presidente y su familia. Ha construido un estadio de fútbol gigante en la capital, Tiraspol, que parece ser cierto tipo de símbolo de la virilidad transdniestriana. No reconocida por el resto del mundo, la "independencia" de este trozo de tierra está protegida por una guarnición rusa

La población mundial es de cerca de 6000 millones de personas. Supongamos que estuviera dividida en unidades políticas independientes de 2 millones de personas cada una. Esto significaría 3000 micro estados, cada uno rechazando aceptar toda soberanía superior a la suya. Por supuesto, sería una receta para la anarquía global.

Sin embargo, la tendencia a lo largo del último siglo ha sido hacia un continuo aumento de la cantidad de pequeños estados, principalmente debido a revueltas nacionalistas contra imperios multinacionales: el último arranque de creación de estados ocurrió tras la desintegración de la Unión Soviética. Incluso estados de larga data, como el Reino Unido, tienen hoy fuertes movimientos separatistas. En su vida política, el mundo ha estado sufriendo una regresión hacia una forma de tribalismo, a pesar de que su vida económica se ha globalizado cada vez más.

La ecuación de estado con nación es la gran herejía de nuestro tiempo. Básicamente, una "nación" es una entidad de raíces etnolingüísticas y ocasionalmente religiosas y, puesto que la cultura se transmite a través del idioma y la liturgia, cada nación tendrá su propia historia cultural particular, de la que se puede hacer uso y abuso, y que está sujeta a fantasías y descubrimientos.

Por otra parte, el estado es una construcción política, diseñada para mantener la paz en un territorio económicamente viable. Hay sencillamente demasiadas "naciones", reales o potenciales, para formar la base de un sistema mundial de estados, y una razón no menor es que muchos de ellos, tras siglos de interacción interna, ya no se pueden desmembrar.

Nunca será posible hacer que los micro estados sean lo suficientemente pequeños como para satisfacer los exaltados estándares de integridad cultural que sus promotores. De manera que la desintegración de los estados multinacionales es un falso camino. La manera de avanzar radica en formas democráticas de federalismo, que puedan preservar suficiente autoridad central para los fines del estado, al tiempo que respetan las culturas locales y regionales.

El auge actual de micronacionalismo no es sólo una consecuencia de una rebelión contra los imperios: es también una rebelión contra la globalización. Hay una resistencia generalizada a la idea de que la función principal de los estados modernos sea insertar a sus pueblos en un mercado global dominado por los imperativos de la eficiencia y el bajo costo, sin considerar los daños a las actividades no económicas. Este sentimiento se fortalece cuando la economía global resulta ser un casino global. Afirmar los elementos nacionales es una manera de combatir fuerzas impersonales y autoridades remotas.

La globalización promete demasiado en términos de aumento del bienestar, particularmente para los países en desarrollo, como para ser abandonada. Sin embargo, la lección de la crisis actual es que tendremos que desarrollar estilos de gobierno económico global para gestionar, regular y mitigar las fuerzas creativas, pero a menudo perturbadoras, desatadas por el mercado global. Ante la ausencia de un gobierno mundial real, esto sólo se puede lograr a través de la cooperación entre los estados. Mientras menos estados "soberanos" haya, más fácil será asegurar la cooperación necesaria.

El acuerdo de Bretton Woods de 1944, que sentó las bases institucionales de la economía tras la Segunda Guerra Mundial, fue posible porque Estados Unidos y Gran Bretaña tenían la última palabra. Cuando surgieron objeciones al hecho de que Cuba formara parte del comité encargado de proponer el borrador, Harry Dexter White, el representante estadounidense, dijo que la función de Cuba era proveer los cigarros.

Ya no es posible una actitud así de arrogante ante las exigencias de las potencias menores de ser escuchadas, pero todo esto significa que las fachadas tendrán que ser más sutiles y las ficciones, más elaboradas. Siempre y cuando no nos engañemos a nosotros mismos sobre dónde está el poder real, dejemos que los presidentes y los parlamentos jueguen a la pompa y a la circunstancia, si eso les hace sentir bien.

Fuente: project-syndicate.org

miércoles, 26 de agosto de 2009

Que Israel admita que tiene la bomba

Por: Shlomo Ben Ami

La visión del presidente Barack Obama de un mundo sin armas nucleares, y el reciente acuerdo que ha firmado con Rusia destinado a recortar los arsenales nucleares de ambos países, realza su liderazgo moral y político. Ahora bien, ¿de qué manera su campaña contra la proliferación nuclear afectará a Israel, ampliamente reconocido como el sexto Estado nuclear del mundo, y hasta el momento el único en Oriente Medio?

El reciente llamamiento de la subsecretaria de Estado norteamericana, Rose Gottemoeller, para que Israel se sumara al Tratado de No Proliferación nuclear (TNP), lo que le exigiría declarar y renunciar a su arsenal nuclear, ha incitado temores de que el paraguas diplomático de Estados Unidos sobre el estatus nuclear de Israel se cierre. De ahora en adelante, piensan los israelíes, Estados Unidos tratará a todos los Estados de la misma manera en materia de armas nucleares. A Israel le preocupa especialmente que Obama pueda querer abordar la ambición nuclear de Irán equiparándola con el estatus nuclear de Israel. Las bases intelectuales de la nueva actitud norteamericana fueron trazadas en un famoso artículo de Henry Kissinger, Sam Nunn, George Schultz y William Perry titulado Hacia un mundo libre de armas nucleares.

Al instar a las potencias nucleares del mundo a predicar con el ejemplo y reducir drásticamente sus arsenales nucleares, el artículo también fue un llamamiento a la igualdad entre las naciones en el terreno nuclear.

Bruce Riedel, que hasta hace poco encabezaba la revisión de la estrategia de la Administración Obama para Afganistán y Pakistán, y que de ninguna manera es hostil a las relaciones únicas de Estados Unidos con Israel, ha sido explícito sobre este tema. "Si se habla de verdad en serio sobre un acuerdo con Irán, Israel tiene que salir del armario. Una política basada en la ficción y en la doble moral tarde o temprano fracasará. Lo raro es que haya durado tanto tiempo".

Sin embargo, fue una declaración reciente ante el Congreso del secretario de Defensa, Robert Gates, lo que sorprendió a los israelíes. Gates aseguró entender el deseo de Irán de adquirir armas nucleares porque, como dijo, los iraníes están rodeados de potencias nucleares como Pakistán, India, Rusia e Israel.

Israel seguramente luchará contra esta nueva doctrina norteamericana que está surgiendo y que lo pone al mismo nivel que Irán, o incluso que India y Pakistán. El contexto político importa, dirán los israelíes. Irán no sólo ha desarrollado sus capacidades nucleares aun siendo parte del TNP, señalarán, sino que también incluye la destrucción de Israel en un lugar preferente en su agenda.

La disuasión nuclear de Israel es su máxima defensa contra una amenaza existencial. La igualdad nuclear generalizada, al final, no puede más que impulsar las pretensiones nucleares de Irán.

India y Pakistán, a diferencia de Israel, que se ha comprometido con una estrategia de opacidad nuclear, se consideran a sí mismos Estados nucleares y quieren que el mundo acepte esta condición.

Es más, Israel nunca ha probado un arma nuclear y sin lugar a dudas ha aceptado todas las directivas del Grupo de Proveedores Nucleares (GPN), que intentan detener la proliferación a través del control de las exportaciones nucleares.

siguienteIsrael espera que la Administración Obama no sólo se dé cuenta del contexto único de su condición nuclear ambigua, sino que también reconozca que no puede apresurarse a tranquilizar a sus vecinos y al resto del mundo respeto de su programa nuclear a menos que el contexto político de Oriente Medio cambie de una manera radicalmente positiva. Aquí, un cambio en el patrón de comportamiento de Irán hacia Israel es un prerrequisito absoluto.

El potencial para la exportación de material y know-how nuclear por parte de países como Pakistán -y tal vez Irán algún día- también es motivo de preocupación para Israel. De hecho, Israel insiste en que, después de todo, fue Irán, y no las supuestas capacidades nucleares de Israel, el que desató la actual carrera de armas nucleares en Oriente Medio.

Ahora bien, al igual que con la cuestión de los asentamientos en Cisjordania, la administración Obama parece estar alejándose definitivamente de un respaldo automático de los acuerdos de Israel con las administraciones norteamericanas previas. Una revisión de la política de Estados Unidos hacia la condición nuclear de Israel de ninguna manera puede descartarse. La declaración de Gottemoeller, así como el reconocimiento explícito por parte de Gates de la condición nuclear de Israel, deberían interpretarse dentro del contexto de la agenda de desarme más amplia de la administración Obama.

La política de ambigüedad nuclear de Israel se ha mantenido prácticamente sin cambios durante casi 50 años, ni siquiera dentro del propio Israel, donde la cuestión ha sido un tabú sagrado.

Pero el contexto internacional cambiante, la amenaza de una proliferación nuclear descontrolada en Oriente Medio y las nuevas políticas que se están elaborando en Estados Unidos podrían ser buenas razones para que Israel considerara revisar su doctrina nuclear.

Después de todo, la estrategia actual en realidad no ha funcionado ni como elemento disuasivo contra ataques convencionales (que persistieron a lo largo de los años en que Israel supuestamente desarrolló su arsenal nuclear) ni como advertencia frente a los rivales (como el caso de Irán) para que no desarrollasen un arma nuclear.

La política oficial de Israel es la de un Oriente Próximo Libre de Armas de Destrucción Masiva. Al abandonar la ambigüedad y sacar su propia bomba del "sótano", Israel podría afirmar su disuasión nuclear de manera más convincente y, más importante aún, profundizar un debate serio sobre la urgencia de una zona libre de armas nucleares en Oriente Medio.

Fuente: El País

lunes, 24 de agosto de 2009

El secreto de Uribe

Editorial

El presidente colombiano Álvaro Uribe está próximo a desvelar su gran secreto: ¿ambiciona un tercer mandato? En las últimas semanas ha ido dejando caer como tentaciones a sus partidarios un "quiero pero no debo", que apunta en una sola dirección: repetir. Pero hasta hoy sólo consiente que los radicales del uribismo sigan con el procedimiento que es largo y repleto de cautelas y garantías; y, probablemente, lo único que puede impedir que Uribe tenga la mala ocurrencia de querer de nuevo sucederse a sí mismo en junio de 2010.

Ganó la votación del Senado; esta semana afronta la de la Cámara, que se anuncia mucho más disputada, para aprobar la reforma constitucional que permita celebrar un referéndum sobre su reelección; en este largo procedimiento sigue el dictamen de la Corte Constitucional, con varios magistrados que no son precisamente proclives al mandatario, pero que nada impide que puedan tomar en consideración los argumentos favorables a la reforma. A Uribe tampoco le basta, sin embargo, con sacar adelante el referéndum, sino que necesita que acudan a votar siete millones y medio de conciudadanos. Sobre más de 30 millones potencialmente con derecho a sufragio no parecen demasiados, pero en Colombia las tasas de abstención han sido históricamente elevadas.

El intento de romper con la limitación de mandatos es un fenómeno continental. Tras más de un siglo en que las legalidades latinoamericanas propugnaban la estricta limitación para combatir el abuso de poder, el tráfico de influencias y la corrupción -y hasta la tentación dinástica-, cada vez son más los dirigentes que parecen decirse que si el venezolano Hugo Chávez puede optar a la presidencia sin medida ¿por qué no los demás?

Todo lo que podía hacer Uribe, como dar al país una nueva confianza en sí mismo y arrinconar a la guerrilla de las FARC, ya lo ha hecho. Poco cabe esperar de otro mandato y ni la renovada ayuda militar norteamericana, ni su indudable batallar aseguran la victoria final sobre el narcoterrorismo. Será la fatiga de la democracia, en cambio, la que pague la factura de ese neocaudillismo. ¿Cómo cabría criticar al presidente venezolano si Uribe gozara de una tercera oportunidad? Y nadie puede dar garantías de que a la tercera vaya la vencida, una vez roto el principio de la limitación de mandatos.

Fuente: EL País

viernes, 21 de agosto de 2009

Suramérica y las bases en Colombia

Por: Juan Gabriel Tokatlian

Intentaré explicar parte de la reacción de algunos países de Suramérica -en especial, los del Cono Sur-, a la decisión soberana de que Colombia permita el uso de hasta siete bases militares a las tropas de Estados Unidos.

Si bien la recuperación de la base de Manta y la salida de los efectivos estadounidenses allí estacionados fue una determinación del Gobierno del presidente de Ecuador, Rafael Correa, en buena parte del sur del continente se vivió como un logro geopolítico; en particular de Brasil. Suramérica retornaba a la "normalidad"; es decir, como en todo el siglo XX, no habría bases militares de Estados Unidos en América del Sur. EE UU, entonces, seguiría concentrando su presencia en instalaciones militares centroamericanas y caribeñas, en su proverbial mare nostrum. Cuando Colombia decide habilitar la presencia de soldados estadounidenses en bases del país después de negociaciones herméticas, la percepción es que Bogotá quiere convertirse en un puente de proyección militar estratégica de Estados Unidos en el área andina-amazónica; es decir, penetrar en terra nostra suramericana.

En la medida en que se fueron conociendo detalles sobre el uso de Estados Unidos de varias bases militares en Colombia el grado de perplejidad inicial se tornó en inquietud creciente. En esencia, el acuerdo se ha presentado en Bogotá como necesaria continuación y complemento de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, y en Washington como indispensable sustitución de la base de Manta, como localizaciones para llevar a cabo "operaciones contingentes, logística y entrenamiento" y como puente para expandir el contacto entre el Comando Sur y el recientemente creado Comando Africano, de acuerdo al lenguaje específico del Pentágono.

Se entenderá que las señales que visualiza la región son distintas. Si bien para Bogotá el uso de las bases parece tener un sentido, para Washington tiene otros propósitos: el primero tiene argumentos locales; el segundo argumentos globales. Colombia se centra en la lucha contra el tráfico de drogas; EE UU en potenciales operaciones de mayor envergadura estratégica. El argumento que utilizó el presidente Álvaro Uribe en su gira informativa por América del Sur fue interpretado en el Cono Sur con mayor preocupación pues, de hecho, significaba algo así como "con cara gano yo y con cruz pierde usted".

Bogotá ha venido reiterando internacional y regionalmente que el paramilitarismo está desmantelado por completo, que las FARC están ya acorraladas, que el ELN está, en la práctica, derrotado; que el Estado a través de sus fuerzas armadas recuperó soberanía territorial; que las cifras de decomisos de drogas, extradición de nacionales, erradicación química de cultivos ilícitos son récords que prueban los enormes avances del país. El planteamiento colombiano es que como todo va mejor es hora de incrementarla cooperación militar con Estados Unidos. Ahora bien, podría decir exactamente lo mismo si todo marchara negativamente o se mantuviera en un impasse irresuelto. En resumidas cuentas, bajo cualquier circunstancia, Colombia quería y quiere que haya tropas estadounidenses en sus bases.

El incidente de los lanzacohetes suecos con Venezuela y el papel que los medios de comunicación y especialistas colombianos le fueron dando al debate interno sobre las bases, fue generando la sensación de que el tema tenía menos que ver con algo interno vinculado a la lucha antidrogas y más con fenómenos exógenos y regionales.

Esa percepción no se ha creado afuera, sino desde Colombia: los argumentos favorables a las bases se colocaron en términos de los peligros que generan Venezuela y Ecuador para el país. Los vecinos ideológicamente más antagónicos no han amenazado con usar la fuerza contra Colombia a pesar de acontecimientos tales como el secuestro de Granda en Venezuela (2004) y la muerte de Reyes en Ecuador (2008). Ningún otro vecino (Panamá, Perú, Brasil) ha insinuado que vaya a desplegar la fuerza contra el país y nadie en Suramérica ha usado la debilidad de casi medio siglo de conflicto armado interno para obtener ventajas propias y en desmedro de Bogotá. Todo ello ha producido en la región una mayor intranquilidad respecto a los objetivos político-militares no ya de EE UU sino de Colombia.

En las últimas dos décadas -y en particular, después del 11 de septiembre- se ha producido un desequilibrio notable entre el componente militar y el diplomático en la política exterior de Estados Unidos. La militarización de la estrategia internacional de Washington ha implicado un desproporcionado gasto en Defensa -en relación a cualquier potencial adversario individual o hipotética coalición de desafiantes y en comparación a lo destinado a la diplomacia convencional-, una desmesurada preponderancia burocrática en el proceso de toma de decisiones y una ascendente autonomía frente a los civiles en la política pública del país.

En ese contexto, desde mediados de los noventa el Comando Sur ha ido ganando gravitación en términos de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Estacionado en Florida, el Comando Sur tiende a comportarse como el principal interlocutor de los Gobiernos del área y el articulador cardinal de la política exterior y de defensa estadounidense para la región.

El restablecimiento en 2008 de la IV Flota es apenas uno de los últimos indicadores de una ambiciosa expansión militar en la región que no contó con ningún cuestionamiento del Departamento de Estado ni de la Casa Blanca. En ese sentido, el uso de varias instalaciones militares en Colombia fue considerado en el Cono Sur como un hecho que le permite al Comando Sur lograr parte de su proyecto de largo aliento: ir facilitando -naturalizando- la aceptación en el área de un potencial Estado gendarme en el centro de América del Sur. El mensaje principal es, en consecuencia, para Brasil y no para Venezuela. Más allá de las coincidencias políticas y de negocios entre Brasilia y Washington, Estados Unidos buscará restringir al máximo la capacidad de Brasil en el terreno militar y buscará acrecentar su propia proyección de poder en la Amazonia.

La reciente creación del Consejo Suramericano de Defensa (CSD), de inspiración brasileña, nunca fue plenamente bienvenida en Estados Unidos. Ahora bien, con una simple maniobra diplomática, Washington ha mostrado que el CSD es, por ahora, un tigre de papel.

América del Sur es una región desde la cual no se manifiestan amenazas letales a la seguridad de EE UU, en la que no hay naciones que intenten la proliferación nuclear, en la que no se divisan terroristas transnacionales de alcance global que operen contra intereses de Washington. Es una de las zonas más pacíficas del mundo, posee regímenes democráticos en todos los países y tiene, conjuntamente, un bajo nivel de antiamericanismo. Pero no podrá discutir por qué Estados Unidos necesita usar bases militares de Colombia. Ni Bogotá acepta debatir el tema -y de ahí la no asistencia de Uribe a la reunión de UNASUR en Ecuador- ni Washington necesita explicar su política a la región, porque no es parte del CSD. Para algunos observadores suramericanos la cuestión de las bases corrobora, una vez más, que América del Sur tiene capacidad inventiva pero carece de cohesión. Bogotá ha contribuido así a que Washington esterilice el significado y alcance inicial del CSD.

En vista de lo anterior, la preocupación de Suramérica con el tema de las bases debe entenderse como algo natural. No hubo sobrerreacción ni ningún país actuó en función de prejuicios o preconcepciones. Todo lo que ha venido ocurriendo ha dependido exclusivamente de lo que han dicho y hecho Bogotá y Washington. Más allá del juicio de valor que pueda producir el tema -esto es, ubicarse a favor o en contra del acuerdo bilateral- la realidad es que la opacidad y las inconsistencias de Colombia y Estados Unidos han conducido a que América del Sur se sienta hoy más vulnerable y alarmada.

Fuente: El País

jueves, 20 de agosto de 2009

La oferta de Marco















Por: José Rodríguez Elizondo

Que los escépticos de las finanzas tomen el control

Por: Dani Rodrik

Ha comenzado la carrera para ocupar el puesto de política económica más importante del mundo. El período del presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos Ben Bernanke termina en enero, y el presidente Barack Obama debe decidir antes de entonces si volver a nombrar a Bernanke o decidirse por otra persona con antecedentes demócratas más sólidos. Los nombres que se mencionan más a menudo son Larry Summers y Janet Yellen.

Se trata de una decisión de grandes consecuencias no solamente para Estados Unidos, sino para la economía mundial. Como guardianes de la oferta de dinero y encargados de fijar los tipos de interés de corto plazo, los bancos centrales siempre han jugado un papel fundamental. Si se reducen demasiado los tipos de interés, se producirá inflación e inestabilidad monetaria. Si se elevan mucho, la economía cae en la recesión y el desempleo.

La política monetaria no tiene mucho de ciencia, por lo que todo encargado de un banco central debe ser humilde. Debe ser consciente de los límites de su comprensión y de la eficacia de las herramientas que están a su disposición. Sin embargo, no puede darse el lujo de que lo perciban como indeciso, ya que eso no haría más que invitar a una especulación financiera desestabilizadora.

De hecho, con lo importantes que son sus funciones, en las últimas décadas el peso de los bancos centrales ha aumentado debido al desarrollo de los mercados financieros. A pesar de que no han sido designados formalmente como tales, se han convertido en guardianes de la buena salud de los mercados financieros. La debacle de las hipotecas de alto riesgo ha puesto dolorosamente en evidencia los peligros de fracasar en esta tarea. Bajo las nuevas reglas que Obama ha propuesto, la Fed tendrá responsabilidades todavía mayores, deberá prevenir las crisis financieras y asegurarse de que los bancos no asuman niveles de riesgo demasiado altos.

Este es un trabajo en el que el ex presidente de la Fed Alan Greenspan probó ser un fracaso espectacular. Su vista gorda a los excesos de los mercados financieros -el pequeño "defecto" de su pensamiento, como más tarde lo llamó- no le permitió advertir los peligros de las innovaciones financieras de los titanes de Wall Street. Como miembro de la Junta de Gobierno de la Fed bajo la presidencia de Greenspan entre 2000 y 2005, también se puede culpar a Bernanke por haber seguido el juego.

El presidente de la Fed ejerce una influencia global no sólo a través de la política monetaria, sino también a través de sus palabras. Fija el tono para los debates sobre políticas y ayuda a dar forma al sistema de creencias dentro de los que funcionan los encargados de definir políticas en todo el mundo.

Lo que perjudicó a Greenspan y Bernanke como reguladores financieros fue el hecho de que se sentían demasiado fascinados por Wall Street y lo que hace. Funcionaron bajo el supuesto de que lo que es bueno para Wall Street es bueno para la gente común y corriente. Sin duda esto cambiará como resultado de la crisis, incluso si Bernanke sigue al mando. Sin embargo, lo que el mundo necesita es un presidente de la Fed que sienta un escepticismo instintivo acerca de los mercados financieros y su valor social.

Las siguientes son algunas de las mentiras que la industria financiera se cuenta a sí misma y a los demás, y que todo nuevo presidente de la Fed deberá resistir.

Los precios definidos por los mercados financieros son los correctos para asignar capital y otros recursos a sus usos más productivos. Esto es lo que los libros de texto y los expertos en finanzas nos dicen, pero tenemos ahora muchas razones para la cautela.

En el lenguaje de los economistas, hay demasiadas "fallas del mercado" en las finanzas como para que estos precios sean una buena guía para la asignación de recursos. Están los "problemas de las entidades reguladoras" que actúan como una cuña entre los intereses de los propietarios del capital y los intereses de los directores ejecutivos de los bancos y otros ejecutivos financieros. La información asimétrica entre compradores y vendedores de productos financieros puede fácilmente dejar a los compradores en una posición vulnerable para el abuso, como vimos con los valores respaldados por hipotecas.

Más aún, las garantías implícitas o explícitas de rescate financiero inducen a un nivel de toma de riesgos demasiado alto. Los grandes intermediarios financieros ponen en peligro todo el sistema financiero cuando usan el modelo de riesgo equivocado y toman malas decisiones. Las regulaciones son, con mucho, un remedio parcial para estos problemas. Por ello, los precios que generen los mercados financieros tienen tanta probabilidad de enviar las señales equivocadas como las correctas.

Los mercados financieros disciplinan a los gobiernos. Éste es uno de los beneficios que más se arguye acerca de los mercados financieros, y sin embargo es una afirmación claramente falsa. Cuando los mercados se encuentran en un estado de euforia, no están en posición de ejercer disciplina sobre ningún prestatario, por no hablar de un gobierno que posea una clasificación de crédito razonable. Si tenemos dudas sobre este punto, no tenemos más que preguntar a unos cuantos gobiernos de mercados emergentes que no tuvieron dificultad alguna para endeudarse en los mercados internacionales, por lo general poco antes de terminar cayendo en alguna crisis de pagos.

En muchos estos casos -Turquía durante los años 90 es un buen ejemplo- los mercados financieros permitieron que gobiernos irresponsables se embarcaran en insostenibles fiebres del crédito. Cuando la “disciplina del mercado” termina por llegar, por lo general es demasiado tardía y severa, y se aplica de manera indiscriminada.

La propagación de los mercados financieros es algo intrínsecamente bueno. No. Se supone que la globalización financiera ayudaría a que los países pobres y sub-capitalizados obtuvieran acceso a los ahorros de los países ricos. Supuestamente, tendría que haber promovido una toma de riesgos más compartida a nivel global.

De hecho, ninguna estas expectativas se cumplió. En los años anteriores a la crisis financiera, el flujo de capitales fue de los países pobres a los países ricos, en lugar de a la inversa. (Esto puede no haber sido algo malo, puesto que ocurre que los grandes prestatarios (netos) de los mercados internacionales tienden a crecer menos rápido que los demás). Y la volatilidad económica efectivamente ha aumentado en los mercados emergentes bajo la globalización financiera, en parte debido a las frecuentes crisis financieras generadas por los capitales móviles.

La innovación financiera es un gran motor del crecimiento de la productividad y el bienestar económico. Nuevamente, tenemos que decir que no es así. Imaginemos que hace cinco años hubiéramos pedido ejemplos de formas realmente útiles de innovación financiera. Habríamos escuchado una larga lista de instrumentos relacionados con préstamos hipotecarios, que supuestamente ofrecían financiamiento a compradores de viviendas que de otro modo no habrían podido adquirirlas. Ahora sabemos a dónde nos llevó eso. La verdad está más cerca de la visión de Paul Volcker de que para la mayoría de la gente los cajeros automáticos han generado mayores beneficios que cualquier bono diseñado por especialistas financieros.

La economía mundial ha sido manejada por demasiado tiempo por entusiastas de las finanzas. Es tiempo de que los escépticos comiencen a tomar el timón.

Fuente: project-syndicate

La formación de los grandes comunicadores

Por: Joseph S. Nye

Quizás el ejemplo más notable de liderazgo basado en la capacidad de comunicarse sea Barack Obama, que ha dado tres veces la cantidad de entrevistas que George W. Bush y ha sostenido cuatro veces más conferencias de prensa que Bill Clinton en esta etapa de sus respectivas presidencias. Algunos críticos ahora se preguntan si, a fin de cuentas, tanto hablar es algo bueno.

Todos los líderes inspiradores se comunican con eficacia. A menudo, Winston Churchill atribuía su éxito a su buen dominio del idioma inglés. Los antiguos griegos tenían escuelas de retórica para afinar sus destrezas ante las multitudes de las asambleas. Cicerón dejó su marca en el Senado Romano tras estudiar oratoria.

Las buenas habilidades retóricas ayudan a generar poder blando. Woodrow Wilson no fue un estudiante brillante de niño, pero estudió oratoria por sí mismo porque consideraba que era esencial para un líder. Martín Luther King se benefició de crecer en una tradición religiosa afroamericana de gran riqueza de ritmos de la palabra hablada. Clinton fue capaz de combinar cierta teatralidad con historias narrativas y una habilidad general de comunicar argumentos. Según su equipo, a lo largo de su carrera ha desarrollado y mejorado esta característica de manera gradual.

Sin embargo la oratoria y la retórica inspiradora no son las únicas formas de comunicación con las cuales los líderes enmarcan los problemas y comunican significado a sus seguidores. No se puede decir que Alan Greenspan, ex presidente de la junta de la Reserva Federal, haya sido un orador inspirador, pero los mercados y los políticos estaban pendientes de cada una de sus palabras, y adaptaba los matices de su lenguaje para reforzar la dirección en que deseaba guiar la política monetaria. Lamentablemente, como lo demostró la crisis financiera de 2008, habría sido mejor si los comités del Congreso lo hubieran presionado a comunicarse con mayor claridad.

Las señales no verbales son también un componente importante de la comunicación humana. Los símbolos y ejemplos pueden ser muy eficaces. Algunos líderes inspiradores no son grandes oradores (pensemos, por ejemplo, en Mahatma Gandhi). Sin embargo, el simbolismo de su sencilla vestimenta y estilo de vida decía más que cualquier palabra.

Si uno compara esas imágenes con fotografías de un joven e inseguro Gandhi vestido de correcto abogado británico, puede ver cuán profundamente comprendió la comunicación simbólica. Se aseguró de que acciones tales como la famosa marcha de la sal de 1930 mantuvieran un ritmo lento, que permitiera ir elevando gradualmente el drama y la tensión. La marcha fue diseñada para la comunicación, no para el motivo manifiesto de resistirse a la prohibición del gobierno colonial de fabricar sal.

T.E. Lawrence (“Lawrence de Arabia”) también comprendió cómo comunicarse con símbolos. Cuando acudió a la Conferencia de Paz de París al término de la Primera Guerra Mundial, vestía un traje beduino para subrayar la causa árabe. Un año después, en una conferencia en El Cairo que negociaba las fronteras de la región, pasó a vestir el uniforme de oficial británico mientras participaba en intensas y difíciles negociaciones. O, para tomar un ejemplo contemporáneo, el empresario británico Richard Branson superó la dislexia y los malos resultados académicos utilizando eventos y ardides publicitarios para promover sus marcas Virgin.

Además de comunicarse con públicos distantes, los líderes necesitan la habilidad de comunicarse cara a cara o en grupos pequeños. En algunos casos, esa comunicación cercana es más importante que la retórica pública.

Las destrezas organizacionales -la habilidad de atraer e inspirar un círculo interno eficaz de seguidores- pueden ayudar a compensar las deficiencias retóricas, tal como una retórica pública eficaz puede en parte compensar la escasez de destrezas organizacionales. Hitler tenía buenas destrezas para comunicarse tanto con públicos distantes como con pequeños círculos de allegados. Stalin confiaba principalmente en estos últimos. Harry Truman era un orador modesto, pero compensaba esto atrayendo y manejando de manera muy capaz un grupo de notables asesores.

Una buena capacidad narrativa es una excelente fuente de poder blando, y la primera regla que aprenden los escritores acerca de una buena narrativa es "mostrar, no contar". Franklin Roosevelt usó la historia ficticia de prestar una manguera de jardín a un vecino cuya casa estaba en llamas para explicar su complejo programa de préstamo-alquiler al pueblo americano antes de la Segunda Guerra Mundial. Ronald Reagan era un maestro de la anécdota bien seleccionada.

Dar el ejemplo correcto es otra manera crucial de comunicación para los líderes. Previendo una reacción pública escéptica cuando Singapur elevó los salarios de los empleados del gobierno en 2007, el Primer Ministro Lee Hsien Loong anunció que renunciaría al aumento que le correspondía. Tras la reciente crisis financiera, los ejecutivos de algunas empresas redujeron voluntariamente sus salarios como forma de comunicar preocupación por sus empleados y la opinión pública.

Durante la campaña electoral de 2008, Obama demostró ser un comunicador talentoso. No sólo su estilo retórico fue eficaz, sino que, cuando los comentarios radicalizados de su pastor amenazaron con afectar su campaña, pronunció uno de los mejores discursos sobre temas raciales en Estados Unidos desde los días de King.

Como presidente, Obama sigue comunicándose eficazmente, pero los presidentes estadounidenses tienen un problema de públicos dobles. Algunas veces la retórica que suena bien en casa -como el segundo discurso inaugural de Bush- suena hipócrita a oídos extranjeros. En contraste, el discurso inaugural de Obama fue bien recibido tanto en casa como en el extranjero.

Tras una serie de discursos sobre política exterior, principalmente el que dio en El Cairo dirigido al mundo musulmán, las encuestas demuestran que Obama ha sido capaz de restablecer parte del poder blando de Estados Unidos. Todo esto está muy bien, pero el liderazgo eficaz también se comunica mediante acciones y políticas. En esta etapa es demasiado temprano para determinar si las políticas de Obama reforzarán o socavarán los efectos de sus palabras. Mientras esperamos los resultados, sirve de ayuda recordar la complejidad de la relación entre un liderazgo eficaz y las técnicas de comunicación.

Fuente: /www.project-syndicate.org

UNASUR, Uribe y Chávez: El 28 en Bariloche

Por: Cristian Leyton Salas

Si alguien se preguntaba para que serviría el UNASUR y el Consejo de Defensa Sudamericano, este 28 de agosto en la ciudad Argentina de Bariloche lo sabremos. El despliegue de fuerzas estadounidenses en el espacio sudamericano no es un tema cerrado, todo lo contrario, genera aprensiones reales, pero también se ha constituido en el chivo expiatorio de intereses ideológicos que ven en dicha nueva presencia una ventana de oportunidad para buscar el alejamiento definitivo de los EE.UU. de la región.


Pero, cuidado, que este encuentro, en donde existe un consenso en torno a la necesidad de retornar al dialogo “franco” en la región, puede abrir un Caja de pandora en torno a temáticas que para algunos países puede resultar incomodas como son los procesos de adquisición de material bélico. Transparentar intenciones y políticas declaratorias, capacidades y planificaciones que impliquen alianzas con “agentes externos” seguramente formará parte del debate. No solamente la "presencia" de los EE.UU., sino que también de Irán y de Rusia.



Para Colombia esta ocasión le permitirá, de toda evidencia, debilitar el proceso de acorralamiento geoestratégico del cual es objeto por parte de los países del ALBA, en particular Ecuador y Venezuela. La presencia estadounidense no sólo debería servir a los intereses colombianos en su lucha contra la guerrilla, sino que también es percibida como un actor de estabilidad frente a una Venezuela que con una retórica militarista y políticamente "expansionista" se arma a pasos agigantados, pero que no está sola en dicho proceso. Brasil también.



Esta ocasión será, sobretodo, clave para comenzar a resolver en forma definitiva la problemática de las FARC, fuente aparente de todos los males de la zona norte de América del Sur. Es claro que esta guerrilla no solo recibe respiración artificial proveniente del narcotráfico, sino que también por el apoyo indirecto que recibe del régimen chavista venezolano y por la mirada complaciente del ecuatoriano. Dejar en claro que esta guerrilla no recibirá el status de grupo "beligerante" será un gesto clave para la cancillería colombiana. A cambio, el mandatario Uribe deberá clarificar la presencia estadounidense, entregando garantías que sus capacidades operativas no estarán asociadas al interior de una política de “ataque preventivo” en el espacio limítrofe colombiano. Más aún. Colombia deberá renunciar explícitamente a la lógica de la “extraterritorialidad” de su seguridad. La aplicación de la postura de defensa israelí en Sudamérica no es bienvenida.


Desde el punto de vista político y diplomático, Argentina, está logrando con esta reunión reintegrarse al liderazgo regional. Brasil, cediendo algo de espacio, pero adoptando una postura de “arbitro” que tiene cierta simpatía por la postura chavista. Por otro lado, Chile liderando tibiamente aquel grupo de países que “respetan” la decisión colombiana (junto con Uruguay, Perú y Paraguay), versus aquellos que la condenan (Bolivia, Ecuador y Argentina).Una polarización que también debe ser suavizada, pero que es funcional a estas dos creaciones brasileñas por cuanto le entregan un leit motiv lo suficientemente poderosos como para afirmar que Sudamérica la necesitaba hace mucho tiempo.


La temida politización de estos organismos de seguridad regional parece estar resuelta por el surgimiento de un determinado y específico equilibrio de poder. !Bienvenido sea!, siempre y cuando haga más previsible el futuro de las relaciones politico-militares sudamericanas.

Fuete: La Tercera

martes, 18 de agosto de 2009

La social democracia se afirma en América Latina

Por: Jorge Lanzaro

Entre los gobiernos de izquierda que se multiplican en América Latina al comienzo del siglo XXI, descollan las manifestaciones populistas (Venezuela, Bolivia, Ecuador).

Pero al mismo tiempo, con menos alarde, se consolidan las experiencias de tipo social democrático de Brasil, Chile y Uruguay que constituyen una verdadera novedad histórica.

Lo que define a los gobiernos social democráticos y los distingue de los populistas, es que son experiencias protagonizadas por una izquierda institucional, integrada a regímenes democráticos, en sistemas de partidos plurales y competitivos, más o menos institucionalizados.

Son izquierdas socialistas, revolucionarias o reformistas, crecidas en hermandad con los sindicatos, que han realizado una conversión política, optaron por la moderación ideológica y se alinean en la competencia por el centro. Ajustándose a las restricciones políticas y económicas, se avienen a las lógicas de la economía capitalista, en cierta continuidad con el status quo y los cánones neo liberales. No obstante, por su matriz ideológica, en virtud de la competencia entre partidos y dentro de la propia izquierda, estos gobiernos enfatizan el crecimiento económico y la inclusión social.

Su potencial de innovación depende de sus recursos políticos y del coeficiente de poder de que disponen. El primer gobierno de izquierda en la historia uruguaya, que debutó en 2005, tiene en este sentido ventajas comparativas. No median coaliciones como en Brasil y Chile, sino que hay un gobierno mayoritario, de un solo partido, el Frente Amplio (FA), que congrega a casi todos los grupos de izquierda, cuenta con apoyos sindicales consistentes y se ubica a una distancia ideológica del bloque de oposición relativamente moderada.

Tabaré Vázquez, que ganó la presidencia en primera vuelta, suma la jefatura del gobierno a la jefatura unitaria de su partido y ejerce un liderazgo potente, gozando de una popularidad alta, que trasciende a sus correligionarios de izquierda.

En el ciclo de prosperidad que hubo hasta 2008, con alza de precios de las commodities y dinamismo interno, el gobierno aseguró la estabilidad macroeconómica, el equilibrio fiscal y la apertura del mercado, alentando la competitividad y la inversión privada nacional y extranjera.

Al mismo tiempo hubo innovaciones significativas: derechos humanos; reforma tributaria con impuesto a la renta general y progresivo; sistema integral e inclusivo de salud. El gobierno benefició a los sectores más pobres con transferencias de ingresos no contributivas y con asignaciones familiares que benefician a los menores y a las mujeres jefas de hogar. También aplicó políticas de desarrollo de ciencia y tecnología, expandió el presupuesto de la educación pública e implementó un amplio programa “one laptop per child“. Se aumentó el gasto público y del gasto social, con una orientación pro-cíclica. Una política laboral favorable a los trabajadores y los sindicatos reinstaló las negociaciones salariales paritarias.

Vázquez concluye su período en 2010 y no puede ser reelecto. Las elecciones presidenciales de octubre próximo prometen ser muy reñidas, con una disputa voto a voto entre el Frente Amplio y el Partido Nacional, que encabeza el bloque de centro derecha.

En las elecciones primarias del FA se impuso la candidatura de José Mujica, que desafió el liderazgo de Vázquez y se ubicó a la izquierda de su rival Danilo Astori, quien representa la continuidad del gobierno actual. Mujica tiene un perfil populista, anti-establishment, fundado en su carisma y su invocación de los pobres, alimentado por sus trazas personales, su pertenencia a la guerrilla Tupamara de los años 60 y sus simpatías por los Kirchner y la izquierda “bolivariana”.

Sin embargo, el sistema de partidos y el balance de fuerzas del FA no favorecen los vuelcos a la izquierda, ni las andanzas populistas. Esas tácticas de disputa interna serían contraproducentes en la campaña presidencial. Por eso Mujica comenzó a reivindicar el gobierno de Tabaré Vázquez e integró a Astori a la fórmula presidencial, anticipando que le confiará la conducción de la economía y le dará participación en el Ejecutivo. Para reforzar sus credenciales socialdemócratas, ambos peregrinaron a Estados Unidos, Brasil y Chile.

La estructura política tendrá efectos moderadores sobre cualquier gobierno. Sin perjuicio del sesgo del presidente, si el FA triunfara nuevamente es muy probable que se asegure la continuidad de la experiencia social democrática, aunque con acentos distintos y variaciones que impondrán el ciclo económico y los recursos políticos del gobierno.

Si el FA no gana en la primera vuelta, no dispondrá de la mayoría absoluta que tiene Vázquez. Eso acotaría su capacidad de innovación. Por lo demás, Mujica tiene mayoría en el FA pero no es el jefe unitario del partido sino el líder de uno de los sectores. Su liderazgo se pondrá a prueba en la campaña electoral y en la presidencia, si llegara a ganar.

Una segunda administración del Frente Amplio presentaría nuevos desafíos, con un balance de poderes y una competencia política más acentuada, tanto entre los partidos como dentro de la misma izquierda. Esa experiencia acercaría a los social demócratas uruguayos aún más a los de Brasil y Chile. Sus gobiernos –como los de sus congéneres europeos- sólo podrán prosperar en un cuadro de pluralismo democrático y a través de la política de compromisos.

Fuente: project-syndicate.org

Armas, drogas y democracia

Por: Julio María Sanguinetti

No hay duda de que la América Latina ofrece hoy gobiernos de orientación diversa. México, Perú, Colombia, Chile, Brasil, Uruguay, República Dominicana, son espacios de moderación. Unos se identificarán más con la izquierda, otros más con el centro, pero ninguno se sale del espacio democrático y de los modos tradicionales de relación con sus vecinos.

Venezuela es notorio que actúa de otro modo: su presidente interviene ostensiblemente en la política interna de los demás, a cada rato anuncia guerras o amenaza con invasiones y pretende negar la evidencia de su apoyo a la narcoguerrilla de las FARC colombianas. Su proclamado "socialismo del siglo XXI" se ha transformado en un populismo irrespetuoso de los derechos, como lo testimonia el cercenamiento progresivo de la libertad de expresión del pensamiento. Ecuador, con mejores modales, se ha sumado a su línea, especialmente a partir del episodio fronterizo en que Colombia atacó a una fuerza guerrillera en territorio del vecino.

La situación tiende a agravarse desde que Colombia anunció que ampliaría su colaboración con los EE UU y motivó recelos y protestas de quienes no ven con buenos ojos esa presencia. A la luz de la historia, nadie se siente feliz con ella, pero el hecho es que no siendo EE UU, ¿hay alguien dispuesto, realmente, a ayudar a Colombia en su solitaria lucha? Desde hace siete años se sospecha del Plan Colombia y se dice que es un intento norteamericano de invadir la región. Lo que ha ocurrido es muy distinto: Colombia ha avanzado en la lucha con la narcoguerrilla y podría derrotarla definitivamente si los Estados limítrofes colaboraran en el empeño. EE UU, por su parte, no produjo ningún desatino en la era Bush y mucho menos puede esperárselo bajo Obama.

Lo triste de esta historia es que sirve de pretexto para que el gasto en armamentos continúe aumentando. La América del Sur invirtió 34.100 millones de dólares el año pasado, un 50% más que en 1999, cuando el promedio mundial, pese a todos los conflictos, está bastante por debajo, ubicándose en un 2,4% del PIB mundial, porcentaje superado ampliamente por Colombia (4,1%), Ecuador (3,6%) y Chile (4,1%). Venezuela, el más agresivo, curiosamente no aparece en las estadísticas disponibles con un gasto tan grande, por la sencilla razón de que su armamento, que ha crecido, no está pensado para conflictos internacionales sino para confrontaciones convencionales internas. En cambio Brasil, que —a la inversa— expone la retórica más pacifista, viene aumentando drásticamente su gasto militar, que pasó de un histórico 1,2% del PIB a un 2% que representa —dado su tamaño— una cifra mayor a la de todo el resto, con el añadido de un importante acuerdo estratégico con Francia que llega hasta la construcción de submarinos nucleares.

¿Cabe pensar en un enfrentamiento militar? Sería un disparate descomunal, desde ya. Ningún motivo medianamente razonable lo hace presumir, porque no hay indicios de que EE UU pretenda usar su presencia en Colombia más allá del apoyo a ese país. Ni, a la inversa, de que Venezuela, pese al ruido de su retórica, esté en posición de abordar un enfrentamiento con el hoy poderoso Ejército colombiano, que no sólo le dobla en efectivos sino en moral de combate, dados sus recientes éxitos en el enfrentamiento a la guerrilla.

Salvo la escalada publicitaria, que en los conflictos excita esos sentimientos nacionales siempre en acecho, no se advierten circunstancias capaces de arrastrar hacia una confrontación a gran escala. La puja ideológica no pasa de los discursos, una vez que la guerra fría terminó y ni Rusia ni EE UU, ni la efervescente China, siguen tras sus huellas. Tampoco median causas territoriales, como las que —en cambio— permanecen entre Chile y Bolivia, eterna demandante de la salida hacia el Pacífico que perdiera en 1884.

En estos pulsos, lo que se está poniendo a prueba es la nueva política exterior norteamericana y el proclamado liderazgo brasileño, que todos reconocen —explícita o implícitamente— aunque no se evidencie como muy efectivo. En verdad, el Mercosur está estancado, pese a que Brasil es dominante en esa región; y en el conflicto andino, que va desde Venezuela a Ecuador, su papel no ha pasado de una neutralidad elegante. Se continúa esperando un Brasil más activo, que contaría hoy —para un rol de arbitraje— hasta del respaldo de los EE UU, poco entusiasmado con involucrarse directamente.

Mientras se juega a las viejas guerras, los problemas sociales del hemisferio siguen presentes y los números dicen que la fabulosa bonanza de 2003—2008 no ha significado cambios drásticos. Algo bajó la pobreza, aunque no lo esperado, y los resultados educativos persisten tan insatisfactorios como siempre, hipotecando las perspectivas de futuro. Añadamos a este panorama la alarma hondureña, que nos está hablando de las fragilidades democráticas, y volvemos a darnos de cabeza contra una realidad a la que cuesta mantenerle el optimismo que los grandes precios agrícolas y mineros provocaron en los últimos tiempos. Es verdad que la crisis mundial no golpeó como en Europa y EE UU, pero también lo es que nadie puede imaginar tiempos rosados para los países pobres cuando son negros para los ricos.

Fuente: El País