martes, 31 de marzo de 2009

De Londres 1933 a Londres 2009

Por: Pablo Martín Aceña

El 12 de junio de 1933 tuvo lugar en Londres la Conferencia Internacional Económica y Monetaria que reunió a representantes de 66 países con la tarea de coordinar medidas de política económica para salvar al mundo de la Gran Depresión. Con exquisita puntualidad, a las 3 de la tarde, hizo su entrada en la gran sala cuadrangular del Museo de Geología el rey Jorge V para pronunciar las palabras de apertura. La sala, sin flores y sin apenas decoración, se hallaba atestada de jefes de Gobierno, ministros, diplomáticos, asesores y periodistas. Los delegados, ataviados con chaqué negro como exigía la etiqueta, aparecían relajados. Gentes que se conocían de anteriores conferencias en Lausana, Basilea y Ginebra. Allí estaba Daladier y Von Neurath; el canciller Dollfuss y el italiano Guido Jung; también los soviéticos Litvinoff y Maisky; el japonés Kirurjio Ishii y el chino Soong, y los anfitriones, con el canciller del Exchequer, Chamberlain, a la cabeza. La representación de la española República de Trabajadores la ostentaba el ministro de Economía, Luis Nicolau d'Olwer, y a su lado se sentaba el imprescindible Flores de Lemus. El discurso inaugural, serio y distendido, lo pronunció el primer ministro, Ramsey MacDonald.

La necesidad de la cooperación internacional para salir de la depresión era compartida por la mayoría de los delegados. En mayo, John Maynard Keynes había publicado un incisivo opúsculo, The means to prosperity (El camino hacia la prosperidad), señalando que la recuperación pasaba por la concertación económica. El presidente Roosevelt, que ocupaba la Casa Blanca desde marzo de 1933, le había dicho a su secretario de Estado, Cordell Hull, que hiciese todo lo posible en Londres para que se emprendiesen acciones contra la Gran Depresión: políticas monetarias y fiscales expansionistas, rebajas de aranceles, supresión de cuotas a la importación y eliminación de los controles de cambio. Roosevelt, en sus apenas 100 días en la Casa Blanca, había lanzado 15 medidas de choque como avanzadilla de su New Deal. Una de ellas, la más espectacular, había sido la suspensión del patrón oro, el 18 de abril, y la consiguiente devaluación del dólar.

La conferencia se prolongó hasta el 27 de julio. Ya en la segunda jornada, las sonrisas se tornaron en gestos adustos cargados de preocupación. En 1933 la crisis mundial iniciada en 1929 llevaba tres largos años y había producido un descenso de la producción mundial superior al 25%, y un pavoroso aumento del desempleo, que en Estados Unidos y Alemania rondaba el 20%. La crisis había contraído el comercio mundial y puesto en marcha una espiral deflacionista. El colapso bancario de la primavera de 1931 había desarticulado el sistema financiero y monetario internacional. El ambiente no estaba para grandes alegrías. Hitler había ascendido al poder en enero de ese año y la Europa democrática estaba asediada por el fascismo y el comunismo. Las naciones que no habían sucumbido a la tentación autoritaria sentían la presión de la calle y de los sindicatos. Había que encontrar una solución.

Francia se hallaba en situación desesperada, con una caída de su producto interior superior al 15%, el desplome de sus ingresos fiscales y un paro ascendente que amenazaba la estabilidad de la III República. Para defender su economía, las autoridades francesas habían decidido mantener el patrón oro con un franco fuerte. Querían también una estabilización monetaria y la condonación de las deudas derivadas de la Primera Guerra Mundial. Los anfitriones, sin embargo, no estaban por la labor. La devaluación de la libra esterlina en 1931 les había rendido buenos frutos y había permitido al Banco de Inglaterra emprender una política monetaria expansiva y de bajos tipos de interés. Abogaban por la eliminación de las deudas de guerra, pero no querían oír la palabra "estabilización". Y coincidían con los americanos en la defensa del librecambio.

Americanos, británicos y franceses llevaron el peso de la conferencia, pero las agendas del resto de los países también repercutieron en las negociaciones.

Los soviéticos introdujeron cuestiones políticas y de seguridad continental, y poco les preocupaba el hundimiento del capitalismo. El Gobierno nazi antepuso la resolución de los asuntos políticos pendientes y por su cuenta emprendió el camino de la autarquía. Italia defendía el patrón oro e insistía en la supresión de las deudas interaliadas. Los intereses nacionales hicieron acto de presencia y el espíritu internacionalista al que había apelado Roosevelt murió. La dificultad de alcanzar acuerdos apagó el entusiasmo de aquellos que habían pensado que Londres era la salvación. Los delegados hicieron las maletas y regresaron a sus países con las manos vacías. El fracaso le costó al mundo más años de depresión.

¿Por qué fracasó Londres 1933? Se atribuye el fiasco a Estados Unidos, incluso al propio Roosevelt, que en el curso de aquel verano del 33 cambió sus prioridades. Antepuso la recuperación de la producción americana y la reducción del paro a cualquier otra consideración. Su preocupación por la marcha de la economía mundial y por los asuntos monetarios disminuyó. No quería atarse las manos con acuerdos internacionales que limitasen su libertad de acción. El 2 de julio Roosevelt lanzó su célebre bombazo (bombshell): una declaración en la que afirmaba que consideraría una catástrofe que la conferencia de Londres se extraviara buscando una estabilidad monetaria artificial. Los partidarios del patrón oro se enfurecieron: Francia, Italia, Polonia, Holanda, Bélgica y Suiza redactaron un comunicado contrario al del presidente americano.

Estados Unidos no fue el único responsable del fracaso. Para Gran Bretaña la cita tenía un interés relativo, era una ocasión para plantear el asunto de las deudas de guerra e impedir devaluaciones competitivas de dólar. Para Francia, conservar el patrón oro era esencial, después del sufrimiento que había costado conseguirlo en los años veinte. Además, la atmósfera política europea estaba cargada de hostilidad. Hitler tenía como objetivo la militarización. A Mussolini sólo le preocupaban la política italiana y la expansión en África. La Unión Soviética veía la Gran Depresión como un paso más del capitalismo hacia su autodestrucción. El resto de las naciones habían viajado a Londres a defender sus intereses particulares. España tuvo una actuación discreta.

Londres: 2 de abril de 2009. Setenta y seis años después, la capital del Támesis vuelve a ser el escenario de una conferencia internacional que tiene por objeto coordinar acciones para sacar a la economía mundial de una crisis profunda que presenta algunos rasgos que la asemejan a la de los años treinta. Como aquélla, nuestra crisis es global, con descenso de las tasas de crecimiento y amenazadora inestabilidad del sistema financiero. Como entonces, un presidente de Estados Unidos recién elegido, Barack Obama, ha llegado a la Casa Blanca con ideas renovadoras.

Pero también hay diferencias notables. La experiencia está de nuestra parte: hemos aprendido lecciones importantes; quizá no sepamos qué hacer, pero sí sabemos qué errores no debemos cometer (no permitir que se caiga el sistema financiero y cerrar el paso al nacionalismo económico), y esto es bastante. La conferencia reúne a los miembros del G-20, no a todas las naciones del planeta, pero ello la hará más operativa. La Unión Europea no presenta un frente común, lo cual es de lamentar, pero gracias precisamente a la Unión nuestro continente no está desgarrado por rencillas políticas. Todos parecen convencidos de que sin cooperación no será posible salir pronto de la crisis. Y, además, existe el factor Obama, el nuevo Roosevelt, un hombre consciente de que no puede desentenderse del mundo. Ya ha dicho que los esfuerzos individuales son vanos, que la economía americana está unida a la mundial y la cooperación es imprescindible. El internacionalismo de Obama va más allá del europeo. Y esta vez el presidente americano sí estará en Londres.

Londres 1933 fue una gran oportunidad para la cooperación internacional que no se aprovechó, pero de ese fracaso se extrajeron lecciones que más tarde aseguraron el éxito de Bretton Woods en 1944. Como ha dicho Hillary Clinton, una buena crisis nunca debe desaprovecharse. La crisis actual y Londres 2009 son una oportunidad para afirmar la cooperación mundial. Ya veremos qué resulta.

Fuente: El País (España).

lunes, 30 de marzo de 2009

Hillary Clinton y la nueva diplomacia

Por: Henry Kamen

La reciente negociación en Ginebra de un tratado estratégico entre Rusia y Estados Unidos es el primer gran éxito de Hillary Clinton como secretaria de Estado en la Administración del presidente Obama, y subraya el carácter extraordinario de su nueva diplomacia.La reputación de América —EEUU— en la política mundial se desplomó de manera drástica bajo el mandato de George Bush, y sólo los esfuerzos valientes de quien fue su secretaria de Estado, Condoleeza Rice, lograron que la diplomacia del país conservara alguna apariencia de dignidad.

Estados Unidos tiene ahora que plegar velas y volver a establecer su posición en el mundo. El sentido del humor que derrochaba el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, mientras intercambiaba en la reunión bromas con Hillary Clinton, es un claro indicio de que la era de hielo de Bush ha llegado a su fin.

Cuando Clinton fue designada para este cargo, emitió una declaración al Comité de Relaciones Exteriores del Senado, que ofrece una lectura muy interesante: «América por sí misma no puede resolver los problemas más apremiantes y el mundo no puede resolverlos sin América. La mejor manera de que los intereses americanos avancen es diseñar y poner en práctica soluciones globales».

Clinton recalcó su intención de usar lo que ella llamó «smart power» (poder ágil), es decir, una variedad de herramientas diplomáticas, económicas, militares, políticas, legales y culturales. Afirmó que «el deber imperioso de la Administración Obama es el de proteger y fomentar la seguridad americana. Y sabemos que la fuerza militar algunas veces va a ser necesaria». La combinación de un discurso fuerte y suficiente flexibilidad, cualidades ambas del smart power, puede señalar una nueva era en la naturaleza de la hegemonía americana.

A Hillary Clinton, por supuesto, no le falta experiencia. Como esposa del presidente Bill Clinton, viajó alrededor de todo el planeta y visitó oficialmente más de 80 países. En Pekín, en 1995, sorprendió a sus anfitriones dando una conferencia a favor de los derechos de la mujer. Como candidata a la Presidencia, mostró una madurez y una experiencia de las que Obama obviamente carecía. Refinada, culta, pero dura como el hierro, sabe cuándo sonreír y cuándo no. También sabe enmendar errores. En Ginebra, entregó un regalo simbólico a Lavrov con la palabra peregruzka escrita en él. Alguno de sus asesores, desinformado, creía que la palabra significa reanudar (la traducción en ruso de reanudar es perezagruzka). Clinton quería transmitir con este mensaje que la nueva relación con Rusia consistiría en reanudar y continuar las buenas relaciones. Pero peregruzka significa sobrecarga.Cuando se descubrió el error ante los divertidos periodistas, Clinton no vaciló ni un segundo antes de decir: «¡Oh!, lo siento mucho, pero peregruzka también es una buena palabra, porque indica la gran carga de trabajo que hemos tenido preparando estas negociaciones».Fue una buena demostración de inteligencia y de smart power.

Smart power, en efecto, parece significar algo. Y el viaje de Clinton por Asia el mes pasado indica que es una noción que merece respeto y atención. En ningún momento, Clinton ha intentado establecer su posición mediante equívocos y promesas. En lugar de eso, ha explotado su perfil de diplomática no profesional para usar un lenguaje no diplomático.

La corresponsal estadounidense de la cadena ABC en Pekín informaba así de la visita de Clinton a China: «La nueva jefa de la diplomacia americana usa un refrescante lenguaje poco diplomático». Y observaba: «Debo admitir que, después de haber asistido durante más de una década a sesiones informativas dolorosamente vagas e imprecisas, esto podría ser un cambio bienvenido». Y concluía: «Clinton claramente tiene una nueva manera de acercarse a la diplomacia. La combinación de su amistosa ofensiva diplomática, y su discurso notoriamente fuerte y contundente, puede dar un nuevo sentido al smart power.

Resumiendo, Clinton tiene cuidado de hablar con claridad. Esto es algo que la Administración Bush hizo con frecuencia mal. Está intentando, como confirmó a Sergei Lavrov, conseguir colaboración sin expresar ambigüedades en lo que se refiere a diferencias.La colaboración con Rusia no significa, dijo en una entrevista a la BBC, que Estados Unidos apoye al Kremlin en sus argumentos sobre Ucrania o Georgia.

Pero tal vez su momento más difícil haya sido hasta ahora el vivido en Israel, donde se declaró sin ambages a favor de una opción que en este país sigue siendo un punto de discusión: la creación de dos estados. Clinton lo dijo con claridad: Israel debe coexistir con un Estado de Palestina, libre e igual. «Estados Unidos se comprometerá con energía a buscar una solución de un sistema de dos estados, una solución ineludible», señaló. De inmediato recibió el ataque del portavoz del Gobierno de Hamas.Algo inevitable, por otra parte, ya que Hamas ha rechazado hasta la fecha todos los intentos de encontrar una solución. Otros actores en Oriente Próximo sí se han mostrado más sensibles al debut de Clinton en las agitadas aguas del problema palestino.

En una visita de dos días a Pekín, Clinton dijo que estaba determinada a conectar con la gente «de una manera que no es tradicional, sin limitarse a la bienvenida ministerial y a la pose de la foto de apretón de manos». En Asia quedaron impresionados por la nueva diplomacia. Una sala abarrotada en la Universidad de Tokio la escuchó hablar de cómo Estados Unidos debe reconstruir sus lazos con el mundo musulmán. Al final del acto, una joven, que dijo que jugaba en el equipo de béisbol del centro, le preguntó tímidamente cómo había llegado a ser tan fuerte como era. «Bien —contestó Hillary— jugué mucho a béisbol, y jugué con muchos chicos». Hubo carcajadas.

El deseo de Clinton de conectar incluye también la tecnología digital. Está activamente presente en varias websites, donde invita al público a contactar con sus ayudantes para plantear cuestiones relacionadas con su trabajo. En Washington, también ha abierto un nuevo canal de intranet desde el que miembros de su departamento pueden debatir sus quejas con ella. En un discurso a los empleados del Departamento de Estado, Clinton declaró: «No hay duda alguna en mi mente de que apenas hemos arañado la superficie de lo que podemos utilizar para comunicar con la gente alrededor del mundo». Un oficial de Washington declaró: «La decisión de Clinton de adoptar el uso masivo de internet la imitarán otros de la Administración Obama».

No cabe duda de que el nuevo equipo de la Casa Blanca no será un mero cambio cosmético. Los asuntos que la diplomacia estadounidense afronta son problemáticos, y muchos de los aliados de América tienen dudas. No hay respuestas fáciles. Hasta ahora, Clinton no ha ofrecido respuestas, porque las decisiones políticas que ya se tomaron son bastante sustanciales: poner fin a la guerra de Irak, el cierre de Guantánamo, la actualización de la guerra contra el terrorismo en Afganistán… El factor esencial con el que Estados Unidos cuenta es la ayuda de sus aliados. El premier Gordon Brown ha confirmado que el Reino Unido continuará siendo su fiel apoyo. Queda por ver si otras naciones europeas —entre ellas, España, cuyo actual Gobierno ha sido consistentemente antiamericano— afirmarán con los mismos términos su apoyo a Estados Unidos.

El asombroso éxito del debate de Clinton con 1.000 jóvenes en la Eurocámara, en Bruselas, revela el esfuerzo que está haciendo para entender la muy compleja naturaleza de la política europea.«Estamos compensando por el tiempo perdido», dijo a sus entusiastas oyentes. Fue un excelente paso a favor del smart power. Y Clinton demostró que ella es la que manda.

Fuente: www.elmundo.es

Las panteras de la política identitaria

Por: Chris Patten

Me encontraba en Jordania, ese hermoso oasis de calma y moderación en una zona difícil y peligrosa, cuando me enteré de la noticia sobre el asesinato de dos soldados británicos y un policía católico por terroristas republicanos disidentes en Irlanda del Norte.

Habíamos contemplado la que los cristianos llaman Tierra Santa desde las montañas jordanas. Lo que me asombró, al recordar la época que pasé en tiempos en Irlanda del Norte, fue que tanto allí como aquí el crisol de tantas luchas, resentimiento y derramamiento de sangre fuera tan pequeño. En la geografía de Irlanda del Norte, Gaza y la Ribera Occidental hay una intimidad en la que la violencia parece tanto más inexplicable y obscena.

¿Resulta dicha violencia inevitable por el choque de culturas, religiones y etnicidades? ¿Está programada en el ADN por la Historia, el lenguaje y nuestras formas diferentes de responder a nuestros anhelos espirituales?

Tuve la suerte de leer en Jordania un libro titulado En busca de identidad de Amin Maalouf. Es un ataque brillante a lo que el autor, que es libanés, francés, árabe y cristiano, llama “las panteras” de la política identitaria. Maalouf abriga la esperanza de que algún día pueda considerar todo el Oriente Medio su patria y de que su nieto considere ese libro un recuerdo extraño de una época en la que se debían exponer esos argumentos.

Lo que es cierto en el caso de la política identitaria en el Oriente Medio y de la moldeación de la relación de los Estados Unidos y Europa con el mundo islámico es igualmente aplicable a Irlanda del Norte o al menos lo era.

Yo pasé una parte de mi vida abordando los problemas del terrorismo en Irlanda del Norte, primero como ministro a comienzos del decenio de 1980 y después presidiendo la comisión que formuló la reforma para el mantenimiento del orden y la seguridad en esa provincia como parte del Acuerdo de Paz de Belfast. Durante siglos las tribus católica y protestante habían chocado intermitentemente y durante un período de tres decenios –época conocida con la eufemística definición de “el Conflicto”– el terrorismo se cobró más de 3.000 vidas y decenas de miles de heridos.

Fue un choque de identidades que nada tenía que ver con los mensajes esenciales del cristianismo, pero fue desolador y espantoso. Recuerdo que la primera vez que visité un hospital en Belfast las jóvenes enfermeras de la Unidad de Urgencias y Accidentes tuvieron que describirme pacientemente la diferencia entre las heridas causadas intencionadamente en las rodillas por los protestantes y las causadas por los católicos. No se trataba de un asunto teológico ni litúrgico siquiera, sino de que los católicos utilizaban una escopeta para ese brutal castigo y los protestantes una taladradora eléctrica.

“Todo eso ha quedado reservado a los libros de Historia”, pensábamos, hasta los recientes asesinatos. El acuerdo de paz de Belfast ha conseguido más de diez años de paz. Su núcleo fue una propuesta sencilla: los republicanos, que pedían –y bombardeaban por– una Irlanda Unida juntando a la fuerza el Norte predominantemente protestante y el Sur abrumadoramente católico, aceptaron que el cambio constitucional sólo podía llegar mediante las urnas.

Logramos que el terrorista IRA y su ala política participaran en el proceso político y en el reparto del poder. A cambio, la mayoría protestante del norte aceptó que los republicanos no debían aceptar los símbolos de un Estado por el que no sentían lealtad. Además, hubo que reorganizar las fuerzas de policía y seguridad para que se viera que representaban a toda la comunidad y no primordialmente a su mayoría protestante.

Resulta interesante que la cuestión de la reforma de la policía fuera la única que los partidos políticos no pudiesen resolver por sí mismos, por lo que se me llamó, junto con un grupo de expertos en mantenimiento del orden, para resolverla.

El resultado de aquel acuerdo han sido años de paz. No es perfecto. Algunas de las transacciones que los demócratas deben hacer a veces con los en tiempos terroristas son difíciles de tragar, pero el resultado ha sido la vuelta a la normalidad para el millón y medio de habitantes de Irlanda del Norte.

No adopto una opinión apocalíptica sobre lo que ha sucedido recientemente... pese a ser trágico para las familias de los difuntos. Es un anárquico espasmo de violencia de una minoría diminuta. En cierto modo, subraya la importancia de lo que se ha logrado en Irlanda del Norte.

En primer lugar, prácticamente toda Irlanda está unida contra lo sucedido. En segundo lugar, la violencia ha fortalecido el proceso politico, pues los en tiempos dirigentes del IRA han estado hombro con hombro con la policía a la hora de condenar los asesinatos. En tercer lugar, se ha visto de forma generalizada el propio servicio de policía reformado como el protector de toda la comunidad y los sacerdotes y obispos han animado a jóvenes católicos a unirse a él. Ahora es más capaz –y no menos– para afrontar el terrorismo.

Así, pues, ¿pensé en enseñanzas que se deban aprovechar en Oriente Medio mientras recorría en coche Jordania de un extremo a otro? Tal vez haya dos. Evidentemente, no habrá paz en Palestina, mientras no empecemos a hablar con Hamas, aspecto que el enviado especial del Presidente Barack Obama a la región, el senador George Mitchell, comprenderá, seguro, después de sus experiencias como mediador con éxito en Irlanda del Norte.

Y, en segundo lugar, debemos abandonar las ideas anticuadas y empecinadas de identidad. Tal vez se trate de una afirmación fácil de reconocer por el que subscribe, nieto católico de emigrantes irlandeses de la hambruna de la patata, que, aun así, llegó a ser ministro británico y el último gobernador colonial de Gran Bretaña.

Fuente: www.project-syndicate.org

Un Estado de bienestar global

Por: Nicolás Sartorius

En medio de esta profunda crisis que nos golpea vivimos una gran paradoja: ante el estrepitoso fracaso de las ideas, los valores y las políticas ultraliberales, la izquierda política, social e intelectual europea sigue a la defensiva, en la oposición -salvo excepciones-, incapaz de elaborar un nuevo relato que le permita liderar el futuro. Esta situación, sin embargo, no es nueva en la historia. Durante la crisis del 29, Estados Unidos, con Roosevelt, giró hacia políticas progresistas mientras Europa lo hacía, en general, hacia la extrema derecha.

El momento es muy diferente, pero en ningún sitio está escrito que de las crisis se salga con más democracia y equidad. Depende de que la izquierda sea capaz de aglutinar una alternativa acorde con la naturaleza de la crisis, y para ello, lo primero que hay que tener es un diagnóstico acertado y compartido de los retos que tenemos que afrontar.

Me preocupa cuando oigo hablar solamente de crisis financiera o de crisis económica. Por supuesto que estas crisis existen. Las manifestaciones son obvias y dolorosas. Pero lo que tenemos delante es el hundimiento de un modelo de capitalismo que no ha estado gobernado por la política, sino que ha estado en manos de una élite mundial, sobre todo financiera, descontrolada, que ha buscado su único beneficio.

No es cosa, pues, de codicia -que se supone-, sino de carencia de control democrático y de equidad a nivel mundial y en la mayoría de los países. Lo peligroso es que esas élites, salvo excepciones, siguen siendo las mismas y con las mismas ideas. Porque, ¿dónde ha quedado la eficiente asignación de recursos de los mercados, la superioridad de lo privado sobre lo público, los criterios del famoso consenso de Washington? Toda esta seudoideología con la que nos han estado martilleando bajo la forma de pensamiento único nos ha conducido a la ruina más absoluta. Una vez más se ha demostrado que el capitalismo, sin la supervisión creciente -como creciente es la concentración de éste- de los poderes públicos democráticos, conduce a la depredación de las personas y de la naturaleza.

Ante esta situación, no estaría mal que los de la cumbre de Londres fuesen capaces de elaborar un acuerdo global. Desde luego, si la economía mundial tiene un grave problema de demanda, ahí tienen a varios miles de millones de personas que malviven con uno o dos dólares al día. Un gigantesco mercado que estaría encantado de poder consumir siempre y cuando los países desarrollados se decidan algún día a realizar masivos trasvases de capital y tecnología a los países subdesarrollados. Sería una magnífica operación, en la que todos saldríamos ganando. Porque, una de dos, o hacemos algo así o aceptamos que crecientes masas de emigrantes vengan a nuestros países. Ninguna de las dos cosas generará graves conflictos.

De lo contrario, ¿qué quiere decir un Global Deal? ¿Seguir insuflando trillones de dólares en los bancos o en los fondos tóxicos con el dinero de los contribuyentes? ¿No sería mucho más eficiente para la economía real dedicar una parte de esas ingentes masas de dinero al desarrollo global? Algo así hizo y hace la Unión Europea con la Europa del Sur y del Este. Ese método debería extenderse a nivel global, junto con Estados Unidos, Japón, China y otros.

Habría sido oportuno intentar un European Deal, con participación de patronal y sindicatos. Pero ni tan siquiera ha sido factible una cumbre sobre el empleo, como proponía la Comisión. Ha fenecido a manos de Sarkozy. Pues que tengan cuidado los gobernantes, porque la gente se está empezando a cabrear. Miles de millones a los bancos y miles de trabajadores al paro es una mezcla explosiva. Los sindicatos están adoptando una actitud muy responsable, pero no sería bueno que fuesen desbordados por el enfado del personal. Toda paciencia tiene un límite.

Es evidente que a los sectores "sistémicos" de la economía no se les puede dejar caer -financiero, energético, comunicaciones, medioambientales-. Pero, por eso mismo, estos servicios públicos globales tienen que contar con una eficiente supervisión y regulación a diferentes niveles y, en ciertos casos, tienen que estar en manos públicas.

De esta crisis se puede salir con más de lo mismo o con otro modelo, más democrático, más social y, desde luego, sostenible. Creo que la época en que EE UU y Europa hacían y deshacían está superada. Hay que democratizar todas las instituciones internacionales; fomentar los procesos de integración regional que vaya creando una red de gobernanza coordinada global; apostar por un nuevo paradigma energético basado en las energías limpias; establecer nuevas reglas en el comercio mundial que incluya cláusulas de cohesión social; acabar con los paraísos fiscales, que son un auténtico robo a los fiscos, ¡y la gente se sigue preguntando dónde está el dinero! En una palabra, ir creando, paulatinamente, un Estado del bienestar global, única manera, en mi opinión, de mantener a la larga el que disfrutamos en Occidente.

Esta gran operación de crear un nuevo modelo de desarrollo democrático, social y sostenible tienen que liderarla las fuerzas progresistas, políticas y sociales, pasando a la ofensiva en el terreno de las ideas, de los valores, de las políticas y de las alianzas.

Fuente: El País (España)

La desesperante política económica de Obama

Por: Paul Krugman

A lo largo del fin de semana, The New York Times y otros periódicos publicaban detalles filtrados sobre el plan para rescatar a los bancos del Gobierno de Obama. Tim Geithner, secretario del Tesoro, ha convencido al presidente Obama para que recicle la política del Gobierno de Bush, y más concretamente, la propuesta "Dinero a cambio de basura" que presentó hace seis meses el entonces secretario del Tesoro Henry Paulson y que después se abandonó.

Esto es más que decepcionante. De hecho, me llena de desesperación. Después de todo, acabamos de pasar por una tormenta de fuego con las primas de AIG, durante la cual los miembros del Gobierno afirmaban que no sabían nada, que no podían hacer nada, y que de todos modos era culpa de otros. Por otra parte, la Administración no ha resuelto las dudas de los ciudadanos acerca de qué hacen los bancos con el dinero público. Y ahora, por lo visto, Obama se ha decidido por un plan financiero que, en esencia, da por sentado que los bancos están básicamente saneados y que los banqueros saben lo que hacen.

Es como si el presidente estuviera decidido a confirmar la impresión cada vez más extendida de que él y su equipo económico han perdido el contacto con la realidad, y de que su visión económica está nublada por unos lazos excesivamente estrechos con Wall Street. Y es posible que para cuando Obama comprenda que necesita cambiar de rumbo, ya haya perdido su capital político.

Centrémonos por un momento en el análisis económico de la situación. Ahora mismo, nuestra economía se ve lastrada por un sistema financiero disfuncional, paralizado por las enormes pérdidas provocadas por los activos hipotecarios y otros activos.

Como bien pueden explicar los historiadores económicos, ésta es una vieja historia, no muy distinta de docenas de crisis similares a lo largo de los siglos. Y hay un procedimiento probado para lidiar con las repercusiones de la quiebra financiera generalizada, que es el siguiente: el Gobierno se asegura la confianza en el sistema garantizando muchas deudas bancarias (aunque no necesariamente todas). Al tiempo, asume el control provisional de los bancos verdaderamente insolventes, para limpiar sus balances. Es lo que Suecia hizo a principios de la década de 1990. Es también lo que hizo EE UU tras la catástrofe de las cajas de ahorro en los años de Reagan. Y no hay razón para que ahora no podamos hacer lo mismo.

Pero al parecer, el Gobierno de Obama, al igual que el de Bush, quiere una salida más fácil. El elemento común entre el plan de Paulson y el de Geithner es la insistencia en que los activos incobrables de los libros contables valen en realidad mucho, mucho más de lo que cualquiera está dispuesto a pagar por ellos en la actualidad. De hecho, su verdadero valor es tan alto que si se les adjudicara el precio que les corresponde, los bancos no tendrían problemas.

Y por ello el plan es usar fondos públicos para impulsar al alza el precio de los activos incobrables hasta que alcancen niveles "justos". Paulson proponía que el Gobierno comprase directamente los activos. Geithner, por el contrario, plantea un complejo plan según el cual el Gobierno presta dinero a inversores privados, que lo usan para comprar esos activos. La idea, explica el principal asesor económico de Obama, es usar "la experiencia del mercado" para establecer el valor de los activos tóxicos.

Pero el plan de Geithner propone una apuesta cuyo resultado ya se sabe de antemano: si el valor de los activos sube, los inversores se benefician, pero si baja, los inversores pueden escaquearse de su deuda. Por lo tanto, en realidad no se trata de permitir que los mercados funcionen. Es sólo una forma indirecta y encubierta de subvencionar la compra de activos incobrables.

Dejando a un lado el probable coste para los contribuyentes, hay algo extraño en todo esto. Según mis cuentas, ésta es la tercera vez que el Gobierno de Obama presenta un plan que es esencialmente un refrito del plan de Paulson, y cada vez ha añadido un nuevo conjunto de extras y afirmado que está haciendo algo completamente distinto. Empieza a parecer obsesivo.

Pero el verdadero problema de este plan es que no va a funcionar. Sí, es posible que los activos problemáticos estén algo infravalorados. Pero el hecho es que los ejecutivos financieros apostaron literalmente sus bancos basándose en la creencia de que no había una burbuja de la vivienda, y en la creencia relacionada de que los insólitos niveles de endeudamiento de las familias no eran un problema. Perdieron esa apuesta. Y ningún abracadabra financiero -porque en el fondo eso es lo que es el plan de Geithner- va a cambiar ese hecho.

A lo mejor se preguntan por qué no probar el plan y ver qué pasa. Una respuesta es que el tiempo se está agotando: cada mes que no atacamos la crisis, desaparecen otros 600.000 puestos de trabajo.

Sin embargo, lo más importante es la forma en que Obama está malgastando su credibilidad. Si este plan fracasa -como sucederá casi con toda seguridad- es improbable que consiga persuadir al Congreso de que apruebe más fondos para hacer lo que debería haber hecho desde el principio.

No todo está perdido: los ciudadanos quieren que Obama tenga éxito, lo cual significa que todavía puede rescatar su plan para rescatar a los bancos. Pero se nos acaba el tiempo.

Fuente: www.sinpermiso.info

viernes, 27 de marzo de 2009

Levantar el embargo ya

Por: Julio María Sanguinetti, ex presidente de Uruguay

Empiezo por decir que no creo que mientras vivan Fidel y Raúl Castro haya cambios significativos en Cuba. Y tampoco creo demasiado en una negociación positiva entre Estados Unidos y la isla, por más que Obama aparezca hoy nimbado por la luz de lo nuevo. Afirmaciones tan concluyentes podrían pensarse nihilistas, hasta desmovilizadoras, pero pretenden ser lo contrario: asumir la realidad para que quienes soñamos con esa evolución hagamos lo que hay que hacer, pero sin esperar monedas de intercambio. Todos los intentos anteriores han ofrecido el mismo desesperanzador resultado: se toma la concesión que se va haciendo y, al día siguiente, se vuelve al mismo reclamo, sin rebajas ni transacciones.

Lo vivido últimamente en Cuba no abre el espacio a demasiadas interpretaciones, por más que se hagan con la mejor intención y una carga de esperanza tan comprensible como utópica. El alejamiento de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque resucita el estalinismo más rancio. Se purga a dos figuras fundamentales del Gobierno -las dos más representativas- y se hace con el tradicional reconocimiento de sus "errores", hasta la humillación de hacerles decir que creen "justo y profundo" el análisis que lleva a su defenestración. Ni siquiera nadie se molesta en aclarar en qué consistieron los "errores" de estos dos leales y ortodoxos defensores de la fe.

Distinto fue el caso de Robaina, canciller también destituido de mal modo y hoy un fantasma que malvive en La Habana. Se advertía en él un personalismo, hasta una vestimenta heterodoxa, que denotaba alguien no atenido demasiado a las disciplinas. Parecía más un músico popular que un hombre de Estado, con camisas coloridas, remangadas por encima de la chaqueta. La primera vez que lo vi y conversé con él pensé que no iba a durar mucho. Todo lo contrario de Carlos Lage y sobre todo Pérez Roque. Aquél es un hombre articulado, la mejor cabeza que ha generado la mediocre nomenclatura cubana, que logró reflotar la economía después de la caída de la Unión Soviética. Desarrollaba un pensamiento muy disciplinado pero con la inteligencia que lo distinguía del clásico apparatchik comunista, esa expresión horrorosa del pensamiento domesticado para la monotonía del eslogan. Sólo imaginando lo que son las envidias en esas "cortes" podía pensarse en su caída. Muy distinto Felipe Pérez Roque, a quien vimos durante años al lado de Fidel, en una relación como de padre a hijo que, incluso, llevó a instalar la leyenda de que era su hijo natural. No sólo aparecía como su afanoso secretario, siempre detrás con los papeles, sino como un asistente personal que velaba por el menor detalle, atento a cada gesto. Por cierto, procuró mejorar la imagen de Cuba en el exterior, aunque su discurso no ofreció nunca la menor fisura en su ortodoxia.

Más descolgado que nunca aparece el episodio en el actual contexto, diluida la guerra fría y con presidentes latinoamericanos que hacen cola para saludar al viejo caudillo de la Revolución, como un icono de algo que fue equivocado pero romántico y honesto. Y especialmente ante la llegada de un presidente norteamericano que anuncia cerrar el penal de Guantánamo y aliviar restricciones en el tránsito de personas y bienes con la isla.

Ante ese panorama, no se advierte otra estrategia que la de hacer desde la democracia lo que es el deber de una democracia: respetar la soberanía ajena, privilegiar las relaciones humanas y quitarle a la dictadura todo argumento anclado en una traición a nuestros propios principios. Lo de Guantánamo es obvio y urgente. Y el famoso embargo, fracasado embargo, último fósil de la guerra fría, cuanto antes debiera levantarse. Sin negociación ni demora. Ni restricción alguna.

Si algo ha aprovechado el régimen, habilísimo siempre en su propaganda, es ese embargo, bautizado como "bloqueo" para suscitar la idea de una pobre isla rodeada de buques norteamericanos y marines al acecho. Poco se recuerda que el mundo entero es libre de comerciar con Cuba, comprar y vender alimentos o medicamentos y que si Cuba permanece pobre y tan monocultivadora como en 1959, es por su régimen y nada más que por su régimen. Sin embargo, no existe esta real conciencia en el mundo, donde el prejuicio antiyanqui -alimentado hasta el delirio por los errores del anterior presidente- aporta también lo suyo.

Nos ha faltado elocuencia para hacer entender a los parlamentarios norteamericanos partidarios del embargo y a los viejos líderes del exilio cubano que nada ha sido peor para ellos que la ominosa medida de cierre. Sin embargo, los jóvenes de origen cubano, ya nacidos en EE UU, lo entienden así.

Con el fin de embargo, EE UU y el exilio ganarían autoridad moral para reclamar cambios y le habrían quitado al régimen la vieja bandera nacionalista en que sobrevive envuelto. Ya no habría pretextos y en un contexto como el actual, con una Venezuela disminuida en su potencia y con pocos mecenas dispuestos a ayudar, la propia necesidad podría estimular la idea de comenzar a hablar -aunque sea comenzar a hablar- de la anhelada transición. Podrá parecer poco, pero hoy es lo que está al alcance de quienes queremos ver algún día una Cuba democrática.

Fuente: El País (España)

Respuesta progresista para la crisis global

Por: Michelle Bachelet Jeria

El mundo enfrenta hoy uno de los desafíos políticos más serios de su historia moderna. Asistimos a la combinación de la peor recesión internacional desde hace más de medio siglo, con una crisis ambiental sin precedentes debido al cambio climático y el calentamiento global, y una crisis de liderazgo político global.

Sin embargo, no estamos ante una situación sin salida. Por el contrario, estamos también ante una oportunidad sin precedentes para cambiar el rumbo de la historia, por lo que somos numerosos los líderes internacionales que nos estamos movilizando, entre los cuales algunos nos reuniremos este fin de semana en Chile para promover una respuesta progresista a la crisis global.

La crisis se debe a que, a pesar de que vivimos en una era de completa interdependencia entre lo nacional y lo global, la comunidad internacional no ha sabido o no ha querido construir los acuerdos necesarios para dar gobernabilidad a la globalización, creyendo que los mercados nacionales y globales podían funcionar sin regulaciones poderosas, o que el mundo podía ser gobernado unilateralmente por la voluntad del más fuerte. De esta manera, el interés privado de unos pocos terminó imponiéndose sobre el interés general de la humanidad.

La crisis puede ser encarada, entonces, como una gran oportunidad para sentar las bases de una segunda etapa de la globalización. Una era marcada por la prosperidad de todos y no sólo de algunos; por la voluntad de concordar y respetar reglas claras, adoptadas multilateral y democráticamente; por mercados más abiertos, dinámicos y vigorosos; con Estados fuertes; una era construida sobre un paradigma económico sustentable.

Por sobre todas las cosas, la crisis nos ofrece una oportunidad histórica para reinstalar la política y lo público en el centro del quehacer internacional. Podemos forjar un nuevo contrato social global, porque el siglo XXI o lo gobernaremos entre todos, o no lo gobernará nadie.

La próxima reunión del G-20 será decisiva en este esfuerzo, pero es necesario un esfuerzo aún más ambicioso. Una respuesta política a la crisis exige un conjunto equilibrado de políticas públicas globales que estabilicen el sistema financiero y reactiven la economía; pero que también prioricen la creación de empleo y eviten un desplome social global fortaleciendo la protección social; que aseguren una recuperación verde, y aceleren el tránsito hacia una economía menos contaminante que detenga el calentamiento global.

De la reunión del G-20 debe resultar una rápida coordinación de las políticas fiscales indispensables para contener el colapso de la demanda mundial. Si no hay coordinación, arriesgamos un empeoramiento de los desequilibrios de cuenta corriente que contribuyeron a la crisis y una creciente demanda por un mayor proteccionismo, lo que profundizaría y prolongaría aún más la recesión. También es necesaria una profunda reforma del Fondo Monetario Internacional, recapitalizarlo y otorgarle una gobernanza más democrática, e inyectar recursos suficientes a los bancos regionales de desarrollo para que sean instrumentos efectivos para enfrentar la crisis en los países que más lo necesitan.

El desplome económico no puede ser seguido por el desplome social. Si no actuamos hoy con una nueva mirada, la crisis profundizará aún más la desigualdad, que la globalización había agudizado en las últimas décadas. No se deben exigir las mismas políticas de ajuste que en décadas anteriores a los países emergentes y en desarrollo, especialmente ante una crisis originada por el mundo desarrollado.

Por el contrario, esta vez es necesario impulsar globalmente políticas contracíclicas que prioricen la creación de empleo y fortalezcan la protección social, y se debe incrementar la cooperación internacional para los países en desarrollo. Es urgente un nuevo ímpetu para lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

La crisis internacional no puede ser tampoco una excusa para detener o postergar la movilización internacional contra el calentamiento global. Es imperativo alcanzar un acuerdo post-Kyoto en la próxima Conferencia de Copenhague de Naciones Unidas.

Pero podemos ir más allá, si modificamos los enfoques de corto plazo y forjamos un nuevo acuerdo ambiental global que siente las bases para una economía global de bajas emisiones. Si no lo hacemos, retardaremos la adopción de las medidas inevitables que deberán ser adoptados en el futuro a un coste económico, ambiental, social y político considerablemente más alto.

La acción para enfrentar el cambio climático puede y debe ser uno de los componentes centrales de la respuesta global a la crisis. Si un porcentaje importante de los trillones de dólares que están siendo movilizados son dirigidos a inversiones en tecnologías limpias, podremos poner en marcha hoy una respuesta internacional que nos permita, simultáneamente, crear empleo decente para millones de personas, disminuir el riesgo ambiental y reducir la pobreza, así como acelerar el paso hacia sociedades más innovadoras y menos dependientes de los combustibles fósiles. En definitiva, podremos encaminar al mundo hacia una recuperación verde y ahorrarnos décadas de lucha contra el cambio climático.

Fuente: El País (España)

jueves, 26 de marzo de 2009

Guerra del Pacífico: Una guerra trágica

Por: Sergio Molina

El lunes Bolivia conmemoró la Guerra del Pacífico, la más trágica de la que fue protagonista (aunque no la más cruenta: faltaría medio siglo todavía para eso, y sería la del Chaco con Paraguay). Pero la de 1879 fue la más importante porque ocasionó no sólo pérdidas territoriales sino un enclaustramiento marítimo que generó una transformación cultural sin precedentes. Aunque sea difícil de entender para quienes no conocen el país, no es un tema olvidado y añejo, sino uno de los pilares de nuestro imaginario colectivo que hoy, además, tiene rango constitucional.

El mar no es un problema económico, al margen de los análisis que puedan hacer economistas como Jeffrey Sachs (-0,7% anual del PIB para los países sin puertos). El hecho de haber sido confinado a las montañas y la selva pesa trágicamente en la idiosincrasia boliviana.

Es un día también en el que se recuerdan frases heroicas (esas que uno nunca sabrá si realmente fueron pronunciadas, pero que son parte de cualquier mitología). Se dice que cuando las tropas chilenas exigieron la rendición del máximo héroe boliviano, Eduardo Abaroa, recibieron por respuesta: “¿Rendirme yo? ¡Que se rinda su abuela, carajo!”. Menos poética que la de Arturo Prat pero igual de trágica.

Pero no nos equivoquemos, no hay grandeza en las guerras (o ésta se camufla cobardemente entre el nacionalismo y la literatura). Las guerras significan dolor y muerte, y dejan heridas difíciles de restañar. Pocas veces los involucrados se dotan de la valentía necesaria, asumen las pérdidas, tienen realismo político y, sobre todo, se muestran dispuestos a ceder. Entre bolivianos y chilenos, 130 años después, parecerían no haber nacido aún los hombres y mujeres dispuestos a esos sacrificios.

Hace algunos años, muchos pensaban en Chile que Sánchez de Lozada, el pragmático, o Carlos Mesa, el intelectual, eran capaces de enfrentar el problema. Pocos se imaginaron que el primero sería incapaz de concluir su periodo, o que el segundo terminaría pateando el tablero y promoviendo un plebiscito vinculante en el cual se aprobó la muletilla de “gas por mar”. A la inversa, ¿quién hubiera creído en ese entonces que el mayor acercamiento entre ambos gobiernos —después del “abrazo de Charaña” entre Hugo Banzer y Augusto Pinochet—, lo iba a protagonizar un indígena y una mujer que sacaron de sus mangas sutilezas florentinas? Después de todo, siempre queda la esperanza.

El lunes en toda Bolivia se realizaron esos tradicionales desfiles cívico-militares al que íbamos los estudiantes uniformados, cuando creíamos —ingenuos— que existían buenos y malos en la historia, que el gris era para días graves, de lluvia. Quizá haya manifestaciones multitudinarias, documentales por TV o discursos conciliadores, quién lo sabe. Pero de seguro no faltarán salteñas, helados ni algodón de dulce… o la ilusión de ver a hermosas guaripoleras haciendo piruetas ante el público, o los trajes gastados, pero limpios y recién planchados de los excombatientes que aún quedan de otras guerras más recientes.

El mar es y seguirá siendo parte indisoluble de la cultura boliviana, una piedra en el zapato, una asignatura pendiente, el personaje preferido de Bram Stoker, aquel que puede morir por siglos, pero que por cualquier motivo, aún el más inesperado, resucita y vuelve a morder el cuello de todos nosotros, sus víctimas.

Fuente: La Tercera (Chile)

miércoles, 25 de marzo de 2009

Obispos, aborto y castidad

Por: Jesús Mosterín

La actual campaña de la Conferencia Episcopal contra los linces y las mujeres que abortan pone de relieve el patético deterioro de la formación intelectual del clero, que si bien nunca ha sobresalido por su nivel científico, al menos en el pasado era capaz de distinguir el ser en potencia del ser en acto. ¿Dónde quedó la teología escolástica del siglo XIII, que incorporó esas nociones aristotélicas? ¿Qué fue de la sutileza de los cardenales renacentistas? La imagen de deslavazada charlatanería y de enfermiza obsesión antisexual que ofrecen los pronunciamientos de la jerarquía católica no sólo choca con la ciencia y la racionalidad, sino que incluso carece de base o precedente alguno en las enseñanzas que los Evangelios atribuyen a Jesús.

La campaña episcopal se basa en el burdo sofisma de confundir un embrión (o incluso una célula madre) con un hombre. Por eso dicen que abortar es matar a un hombre, cometer un homicidio. El aborto está permitido y liberalizado en Estados Unidos, Francia, Italia, Portugal, Japón, India, China y en tantos otros países en los que el homicidio está prohibido. ¿Será verdad que todos ellos caen en la flagrante contradicción de prohibir y permitir al mismo tiempo el homicidio, como pretenden los agitadores religiosos, o será más bien que el aborto no tiene nada que ver con el homicidio? De hecho, el único motivo para prohibir el aborto es el fundamentalismo religioso. Ninguna otra razón moral, médica, filosófica ni política avala tal proscripción. Donde la Iglesia católica (o el islamismo) no es prepotente y dominante, el aborto está permitido, al menos durante las primeras semanas (14, de promedio).

Una bellota no es un roble. Los cerdos de Jabugo se alimentan de bellotas, no de robles. Y un cajón de bellotas no constituye un robledo. Un roble es un árbol, mientras que una bellota no es un árbol, sino sólo una semilla. Por eso la prohibición de talar los robles no implica la prohibición de recoger sus frutos. Entre el zigoto originario, la bellota y el roble hay una continuidad genealógica celular: la bellota y el roble se han formado mediante sucesivas divisiones celulares (por mitosis) a partir del mismo zigoto. El zigoto, la bellota y el roble constituyen distintas etapas de un mismo organismo. Es lo que Aristóteles expresaba diciendo que la bellota no es un roble de verdad, un roble en acto, sino sólo un roble en potencia, algo que, sin ser un roble, podría llegar a serlo. Una oruga no es una mariposa. Una oruga se arrastra por el suelo, come hojas, carece de alas, no se parece nada a una mariposa ni tiene las propiedades típicas de las mariposas. Incluso hay a quien le encantan las mariposas, pero le dan asco las orugas. Sin embargo, una oruga es una mariposa en potencia.

Cuando el espermatozoide de un hombre fecunda el óvulo maduro de una mujer y los núcleos haploides de ambos gametos se funden para formar un nuevo núcleo diploide, se forma un zigoto que (en circunstancias favorables) puede convertirse en el inicio de un linaje celular humano, de un organismo que pasa por sus diversas etapas de mórula, blástula, embrión, feto y, finalmente, hombre o mujer en acto. Aunque estadios de un desarrollo orgánico sucesivo, el zigoto no es una blástula, y el embrión no es un hombre. Un embrión es un conglomerado celular del tamaño y peso de un renacuajo o una bellota, que vive en un medio líquido y es incapaz por sí mismo de ingerir alimentos, respirar o excretar -no digamos ya de sentir o pensar-, por lo que sólo pervive como parásito interno de su madre, a través de cuyo sistema sanguíneo come, respira y excreta. Este parásito encierra la potencialidad de desarrollarse durante meses hasta llegar a convertirse en un hombre. Es un milagro maravilloso, y la mujer en cuyo seno se produzca puede sentirse realizada y satisfecha. Pero en definitiva es a ella a quien corresponde decidir si es el momento oportuno para realizar milagros en su vientre.

El niño es un anciano en potencia, pero un niño no tiene derecho a la jubilación. Un hombre vivo es un cadáver en potencia, pero no es lo mismo enterrar a un hombre vivo que a un cadáver. A los vegetarianos, a los que les está prohibido comer carne, se les permite comer huevos, porque los huevos no son gallinas, aunque tengan la potencialidad de llegar a serlas. Un embrión no es un hombre, y por tanto eliminar un embrión no es matar a un hombre. El aborto no es un homicidio. Y el uso de células madre en la investigación, tampoco.

Otra falacia consiste en decir que, si los padres de Beethoven hubieran abortado, no habría habido Quinta Sinfonía, y si nuestros padres hubieran abortado el embrión del que surgimos, ahora no existiríamos. Pero si los padres de Beethoven y los nuestros hubieran sido castos, tampoco habría Quinta Sinfonía y tampoco existiríamos nosotros. Si esto es un argumento para prohibir el aborto, también lo es para prohibir la castidad. Pero tanta prohibición supongo que resultaría excesiva incluso para la Iglesia católica. Una de sus múltiples contradicciones estriba en que impone un natalismo salvaje a los demás, mientras a sus propios sacerdotes y monjas les exige el celibato y la castidad absoluta.

Desde luego, la contracepción es mucho mejor que el aborto, pero la Iglesia la prohíbe también (siguiendo en ambos casos al ex-maniqueo Agustín de Hipona, no a Jesús). Tanto el anterior papa Wojtyla como el actual papa Ratzinger se han dedicado a viajar por África y Latinoamérica despotricando contra los preservativos y el aborto, lo que equivale a promover el sida y la miseria. En cualquier caso, la contracepción puede fallar. A veces el embarazo imprevisto será una sorpresa muy agradable. Otras veces, llevarlo a término supondría partir por la mitad la vida de una mujer, arruinar su carrera profesional o incluso traer al mundo un subnormal profundo o un vegetal humano descerebrado. Sólo a la mujer implicada le es dado juzgar esas graves circunstancias, y no a la caterva arrogante de prelados, jueces, médicos y burócratas empeñados en decidir por ella. El aborto es un trauma. Ninguna mujer lo practica por gusto o a la ligera. Pero la procreación y la maternidad son algo demasiado importante como para dejarlo al albur de un descuido o una violación. El aborto, como el divorcio o los bomberos, se inventó para cuando las cosas fallan.

Muchas parejas anhelan tener hijos, muchas mujeres desean quedar embarazadas y esperan con ilusión el nacimiento de la criatura. El infante querido y deseado suele estar bien alimentado y educado, colmado de cariño y estimulación y (salvo raro defecto genético) su cerebro se desarrolla bien. Por desgracia, el mundo está lleno de madres violadas o forzadas y de niños no deseados, abandonados a la mendicidad y la delincuencia, famélicos, con los cerebros malformados por la carencia alimentaria y la falta de estímulos, carne de cañón de guerrillas crueles y explotaciones prematuras. La jerarquía eclesiástica se ensaña con esas mujeres desgraciadas. El cardenal nicaragüense Obando y Bravo se opuso al aborto terapéutico de una niña de nueve años, violada, enferma y con su vida en peligro. Hace un par de años, la Iglesia de Nicaragua acabó apoyando políticamente al dictador Daniel Ortega a cambio de que éste prohibiese definitivamente el aborto terapéutico. Hace unas semanas el arzobispo Cardoso ha excomulgado en Brasil a la madre de otra niña de nueve años violada por su padrastro y en peligro de muerte por su embarazo doble, así como a los médicos que efectuaron el aborto. En 2007 se hizo famoso el caso de Miss D, una irlandesa de 17 años embarazada con un feto con anencefalia, es decir, sin cerebro ni parte del cráneo, condenado a ser un niño vegetativo, ciego, sordo, irremediablemente inconsciente, incapaz de percibir, pensar ni sentir nada, ni siquiera dolor. Las autoridades impidieron que Miss D fuera a Inglaterra a abortar, aunque más tarde los tribunales anularon la prohibición. Los grupos católicos fanáticos presionan para que se impida a las irlandesas que viajen a Inglaterra a abortar, lo que choca con la legislación comunitaria, que garantiza la libertad de movimientos en la UE.

En España misma, el año pasado, una mujer preñada de un feto con holoprosencefalia, condenado a morir al nacer o a vivir como vegetal, tuvo que ir a Francia a abortar. El derecho a abortar es para muchas mujeres más importante que el derecho a votar en las elecciones, y ha de serles reconocido incluso por aquellos que personalmente jamás abortarían. En 1985 se aprobó la reforma del Código Penal para cumplir a medias y mal el programa electoral del PSOE. Desde entonces, tanto los Gobiernos de Felipe González como de Zapatero se han dedicado a marear la perdiz, diciendo que no era el momento oportuno y que había que esperar a que los obispos dejasen de vociferar. Pero los obispos nunca van a dejar de vociferar. Después de 24 años de remilgos, espero que los socialistas se decidan finalmente a liberalizar el aborto dentro de las primeras semanas del embarazo. Tampoco hace falta ser tan progre para ello. Margaret Thatcher lo tenía ya perfectamente asumido hace 30 años.

Fuente: El País

martes, 24 de marzo de 2009

La hora de la acción mundial

Por: Barack Obama

Vivimos un periodo de retos económicos mundiales a los que no es posible hacer frente con soluciones a medias ni con los esfuerzos aislados de un solo país. Los líderes del G-20 tienen la responsabilidad de emprender una acción audaz, amplia y coordinada que no sólo ponga en marcha la recuperación, sino que lance una nueva era de compromiso económico con el fin de impedir que vuelva a producirse una crisis como ésta.

Nadie puede negar que la necesidad de actuar es urgente. La crisis crediticia y de confianza ha atravesado fronteras y tiene consecuencias en todos los rincones del planeta. Por primera vez en una generación, la economía mundial está contrayéndose y el comercio está disminuyendo. Se han perdido billones de dólares, los bancos han dejado de prestar dinero y decenas de millones de personas van a perder su trabajo en todo el mundo. Está en peligro la prosperidad de todos los países, además de la estabilidad de los Gobiernos y la supervivencia de pueblos enteros en las partes más vulnerables de la tierra.

Hemos aprendido, de una vez por todas, que el éxito de la economía estadounidense está inextricablemente unido a la economía mundial. No hay una línea que separe las acciones para restablecer el crecimiento dentro de nuestras fronteras y las acciones para conseguirlo en el resto del mundo. Si los habitantes de otros países no pueden gastar, los mercados dejan de funcionar; ya hemos presenciado la mayor caída de las exportaciones estadounidenses en casi cuatro décadas, que ha sido la causa directa de la pérdida de empleo en el país. Y, si seguimos dejando que las instituciones financieras de todo el mundo actúen de forma temeraria e irresponsable, permaneceremos atrapados en un ciclo de burbujas y estallidos. Por eso, la próxima cumbre de Londres está directamente relacionada con nuestra propia recuperación.

Mi mensaje está claro: Estados Unidos está listo para tomar la iniciativa, y vamos a pedir a nuestros socios que se unan a nosotros, con un sentido de urgencia y de propósito común.

Se han tomado muchas medidas positivas, pero queda mucho por hacer. Esa iniciativa nuestra se basa en un principio muy sencillo: vamos a actuar sin miedo para sacar a la economía estadounidense de la crisis y reformar nuestra estructura reguladora, y esas acciones se verán reforzadas por las acciones complementarias en el extranjero. Con nuestro ejemplo, Estados Unidos puede fomentar una recuperación mundial y crear confianza en todo el mundo; y si la cumbre de Londres ayuda a impulsar las acciones colectivas, podremos construir una recuperación segura y evitar crisis futuras.

Nuestros esfuerzos deben empezar con una rápida actuación para estimular el crecimiento.Estados Unidos ha aprobado ya la Ley de Recuperación y Reinversión, el esfuerzo más radical para impulsar la creación de empleo y sentar las bases del crecimiento en una generación. Otros miembros del G-20 también han propuesto estímulos fiscales, y esos esfuerzos deben ser enérgicos y sostenidos hasta que se restablezca la demanda. En el camino, debemos asumir un compromiso colectivo de estimular el libre comercio y la inversión y resistir la tentación del proteccionismo, que intensificaría la crisis.

En segundo lugar, debemos restablecer el crédito del que dependen las empresas y los consumidores. En EE UU estamos trabajando con energía para estabilizar nuestro sistema financiero. Entre otras cosas, con una valoración justa de los balances de nuestros grandes bancos, que desembocará de forma directa en préstamos capaces de ayudar a los ciudadanos a comprar bienes, conservar sus hogares y hacer crecer sus empresas. Estas medidas deben seguir desarrollándose mediante las acciones de nuestros socios del G-20.

Todos juntos, podemos adoptar un marco común que insista en la transparencia, la responsabilidad y la importancia de restablecer la circulación del crédito que constituye la savia de una economía mundial en crecimiento. Y el G-20, junto con las instituciones multilaterales, puede proporcionar una financiación comercial que ayude a reanimar las exportaciones y crear puestos de trabajo.

En tercer lugar, tenemos la obligación, por motivos económicos, morales y de seguridad, de tender la mano a los países y las personas en mayor situación de riesgo. Si les damos la espalda, nuestra propia recuperación se retrasará y el sufrimiento causado por esta crisis aumentará. El G-20 debe desplegar a toda velocidad los recursos necesarios para estabilizar los mercados emergentes, dar un impulso real a la capacidad de actuar con urgencia del Fondo Monetario Internacional y ayudar a los bancos de desarrollo regionales a acelerar los préstamos. Mientras tanto, Estados Unidos apoyará nuevas inversiones sustanciales en seguridad alimentaria para ayudar a los más pobres a sobrevivir los tiempos difíciles que se avecinan.

Ahora bien, aunque estas acciones pueden ayudarnos a salir de la crisis, no debemos conformarnos con una vuelta al statu quo. Debemos acabar con la especulación temeraria y el gasto por encima de nuestros medios; con el crédito basura, la ayuda excesiva a los bancos y la falta de supervisión que nos condena a burbujas que inevitablemente terminan estallando. La acción internacional coordinada es lo único que puede evitar una asunción de riesgos tan irresponsable como la que ha provocado esta crisis. Por eso me comprometo a aprovechar esta oportunidad para proponer unas amplias reformas de nuestro sistema regulador y supervisor.

Todas nuestras instituciones financieras -en Wall Street y en todo el mundo- necesitan una vigilancia firme y unas normas que se atengan al sentido común. Todos los mercados deben tener criterios de estabilidad y un mecanismo de transparencia. Un marco sólido de requisitos de capital debería protegernos contra futuras crisis. Debemos atacar los refugios fiscales y el blanqueo de dinero.

Los abusos deben evitarse mediante la transparencia rigurosa y la responsabilidad, y los días del descontrol tienen que acabar. En vez de unos parches que permitan conformarse con el mínimo común denominador, debemos ofrecer unos claros incentivos al buen comportamiento que fomenten una lucha por ser los mejores.

Sé que Estados Unidos tiene su parte de responsabilidad por el caos en el que nos encontramos. Pero también sé que no tenemos por qué escoger entre un capitalismo caótico e implacable y una economía dirigida por el Gobierno y opresiva. Es una alternativa falsa que no ayuda a nuestra gente ni a nadie.

Esta reunión del G-20 ofrece un foro para un nuevo tipo de cooperación económica mundial. Ha llegado la hora de trabajar todos juntos para restablecer el crecimiento sostenido que sólo puede surgir de unos mercados libres y estables, capaces de aprovechar las innovaciones, apoyar el espíritu emprendedor y ofrecer oportunidades.

Todas las naciones del mundo tienen intereses entrelazados. Estados Unidos está dispuesto a incorporarse a un esfuerzo mundial para obtener nuevos puestos de trabajo y un crecimiento sostenible. Juntos, podemos aprender las lecciones de esta crisis y labrar una prosperidad que sea duradera y segura para el siglo XXI.

Fuente: El País

sábado, 21 de marzo de 2009

Por una vida más frugal

La filosofía del 'decrecimiento' reivindica que debemos trabajar menos para vivir mejor. Propone una crítica constructiva y pluridisciplinar que ponga en cuestión la búsqueda obsesiva del "cada vez más"

Por: Nicolas Ridoux

En el origen de la grave crisis actual hay una nueva manifestación de la desmesura, de la búsqueda infinita de omnipotencia. Las empresas y entidades financieras han estado persiguiendo obtener unos beneficios en crecimiento perpetuo. En esta búsqueda incesante del "cada vez más", los mercados existentes no bastaban, y hubo que crear mercados incluso donde no existían. Las consecuencias de todo ello en la economía real serán por desgracia de amplio alcance, y afectarán especialmente a los más débiles. Como consecuencia de esta crisis, la mayoría de nuestros dirigentes, antes neoliberales, de repente parecen haber descubierto a Lord Keynes. Pues bien, ¿qué es lo que Keynes nos dice? "La dificultad no es tanto concebir nuevas ideas como saber librarse de las antiguas".

Eso es lo que pretende el movimiento del "decrecimiento", que propone una crítica constructiva, argumentada, pluridisciplinar, de rechazo de los límites que constriñen nuestras sociedades contemporáneas, para así poder liberarnos de ese "cada vez más". La filosofía del decrecimiento trata de explicar que en muchas ocasiones "menos es más".

¿Qué es exactamente lo que está ocurriendo en nuestros días? No estamos padeciendo una crisis sino un conjunto de ellas: crisis ecológica (energética, climática, pérdida de la biodiversidad, etcétera); crisis social (individual y colectiva, aumento de las desigualdades entre las naciones y en el seno de las mismas, etcétera); crisis cultural (inversión de valores, pérdida de referentes y de las identidades, etcétera); a lo que ahora se añade la doble crisis financiera y económica. Todas ellas no son crisis aisladas, sino más bien el resultado de un problema estructural, sistémico: cuyo origen está en la desmesura, en la búsqueda obsesiva del "cada vez más".

¿Qué se puede decir sobre la crisis económica desde el punto de vista de quienes somos "objetores al crecimiento"? Que nadie se equivoque, porque decrecimiento no es sinónimo de recesión. Tal como escribí hace más de dos años: "No hay que elegir entre crecimiento o decrecimiento, sino más bien entre decrecimiento y recesión. Si las condiciones ambientales, sociales y humanas impiden que siga el crecimiento, debemos anticiparnos y cambiar de dirección. Si no lo hacemos, lo que nos espera es la recesión y el caos".

Ahora hemos entrado en recesión, pero que nadie se confunda, no en una sociedad de "decrecimiento". Para empezar, no hemos cambiado nuestra organización social, y en la actual organización todas las instituciones y mecanismos redistributivos se nutren de la idea del crecimiento. En una sociedad así, cuando el crecimiento falta, la situación es inevitablemente dramática. El decrecimiento es algo totalmente distinto. Significa crecer en humanidad, esto es, teniendo en cuenta todas las dimensiones que constituyen la riqueza de la vida humana.

El decrecimiento no es un crecimiento negativo, ni propugna tampoco una recesión ni una depresión; sería ridículo tomar nuestro sistema actual y ponerlo del revés y de esa manera intentar superarlo. El decrecimiento supone que debemos desacostumbrarnos a nuestra adicción al crecimiento, descolonizar nuestro imaginario de la ideología productivista, que está desconectada del progreso humano y social. El proyecto del decrecimiento pasa por un cambio de paradigma, de criterios, por una profunda modificación de las instituciones y un mejor reparto de la riqueza.

Es claro que el crecimiento económico pretende aliviar la suerte de los más desfavorecidos sin tocar demasiado las rentas de los más ricos, para no enfrentarse a su reacción política. En ese sentido, el decrecimiento pasa necesariamente por una redistribución (restitución) de la riqueza.

En un mundo de recursos limitados, las cosas no pueden crecer de manera indefinida. Por eso, "la objeción al crecimiento" habla de la necesidad de compartir, el regreso de la sobriedad, en particular para aquellos que sobreconsumen. Hacemos nuestras estas palabras de Evo Morales, presidente de la República de Bolivia, que el 24 de septiembre de 2008 afirmó en la Asamblea General de las Naciones Unidas: "No es posible que tres familias tengan rentas superiores a la suma de los PIB de los 48 países más pobres (...) Estados Unidos y Europa consumen de media 8,4 veces más que la media mundial. Es necesario que bajen su nivel de consumo y reconozcan que todos somos huéspedes de una misma tierra".

Hay que acabar con la idea de que "el crecimiento es progreso" y la condición sine qua non de un desarrollo justo. El crecimiento es adornado por sus defensores con todas las virtudes, por ejemplo en materia de empleo. Sin embargo, como dijo Juan Somavia, director general de la OIT, en su informe de enero de 2007: "Diez años de fuerte crecimiento no han tenido más que un leve impacto -y sólo en un pequeño puñado de países- en la reducción del número de trabajadores que viven en la miseria junto con sus familias. Así como tampoco ha hecho nada por reducir el paro". En efecto, los beneficios empresariales han sido tan enormes que ni siquiera un crecimiento fuerte ha podido crear empleo, de ahí la persistencia del paro. La recesión agrava brutalmente este problema. Pero es ilusorio pensar que, para que todo el mundo tenga trabajo, lo que hay que hacer es restaurar el crecimiento económico y aumentar cada vez más las cantidades producidas; esta sobreproducción no tiene ningún sentido, no consigue el pleno empleo y, encima, compromete gravemente las condiciones de supervivencia del planeta.

Volvamos a Keynes, aunque no el que relanza las economías desfallecientes gracias a la intervención del Estado, sino al que escribía en sus Perspectivas económicas para nuestros nietos (1930) que sus nietos (es decir, nuestra generación) deberían liberarse de la coacción económica, trabajar 15 horas semanales y tender a una mayor solidaridad que permitiese compartir el nivel de producción ya alcanzado. No hacerlo así, según él, nos llevaría a caer en una "depresión nerviosa universal".

La filosofía del decrecimiento hoy dice que debemos trabajar menos para vivir mejor. No tener la mira puesta en el poder adquisitivo (que a menudo es engañoso y reduce al hombre a la única dimensión de consumidor), sino buscar el poder de vivir. Se trata de cambiar la actual organización de la producción y repartir mejor el trabajo: utilizar los beneficios obtenidos para que todos trabajen moderadamente y todas las personas tengan un empleo. Esta reorganización debe ir acompañada de una revisión de las escalas salariales. No es aceptable que algunos empresarios ganen varios centenares o miles de veces más el salario de sus propios trabajadores.

Reducir la cantidad de trabajo permitiría asimismo que pudiésemos llevar una vida más equilibrada, que nos realizáramos a través de cosas que no sean la sola actividad profesional: vida familiar, participación en la dinámica del barrio, vida asociativa, y también actividad política, práctica de las artes...

Un modo de vida más frugal, que se tomara en serio los valores humanistas y tuviese en cuenta la belleza, conduciría a producir menos pero con mejor calidad. Una producción de calidad pide habilidad y tiempo, y ofrecería empleos numerosos y más gratificantes. Supone no recurrir sistemáticamente a la potencia industrial (exige sobriedad energética) lo cual mejoraría la necesidad de fuerza de trabajo (como se observa al comparar la agricultura intensiva, muy mecanizada, gran consumidora de petróleo pero parca en mano de obra, con la agricultura biológica). De esta manera, quizá también se pudiese equilibrar mejor trabajo intelectual y trabajo manual, y combatir al mismo tiempo la epidemia de obesidad que padecen nuestras sociedades demasiado sedentarias.

Devolver el protagonismo a la persona, restaurar el espíritu crítico frente al modelo dominante del "cada vez más" y abrir el debate sobre nuestra forma de vivir y sus límites, saber tomarse tiempo para mantener una relación equilibrada con los demás, ése es el camino que propone la filosofía del decrecimiento. Se trata de sustituir el crecimiento estrictamente económico por un crecimiento "en humanidad". Es una tarea estimulante, un desafío que merece la pena intentar.

Fuente: El País

La caridad en tiempos difíciles

Por: Peter Singer

Durante mi gira por los Estados Unidos para promocionar mi nuevo libro, The Life You Can Save: Acting Now to End World Poverty , con frecuencia me preguntan si no es éste un momento inadecuado para pedir a los pudientes que aumenten su esfuerzo para acabar con la pobreza en otros países. Respondo enfáticamente que no. No cabe duda de que la economía mundial tiene problemas, pero, si los gobiernos y las personas recurren a esa excusa para reducir la ayuda a los más pobres del mundo, lo único que harán será multiplicar la gravedad del problema para el mundo en conjunto.

La crisis financiera ha sido más perjudicial para los pobres que para los ricos. Sin pretender minimizar el golpe económico y psicológico que sufren quienes pierden su empleo, los desempleados en los países opulentos siguen teniendo una red de seguridad, en forma de prestaciones de la seguridad social y, por lo general, atención de salud gratuita y educación gratuita para sus hijos. También tienen saneamiento y agua potable.

Los pobres de los países en desarrollo no tienen ninguna de esas ventajas, lo que resulta fatal para unos 18 millones de ellos, aproximadamente, todos los años. Se trata de un número anual de víctimas mayor que el de la segunda guerra mundial y resulta más fácil de prevenir.

De los que mueren por causas evitables, relacionadas con la pobreza, casi diez millones, según el UNICEF, son niños menores de cinco años de edad. Mueren a consecuencia de enfermedades como sarampión, diarrea y paludismo, cuyo tratamiento o prevención son fáciles y baratos.

Nosotros podemos sentir el dolor de perder un nivel de opulencia al que hemos llegado a acostumbrarnos, pero la mayoría de las personas de los países en desarrollo siguen teniendo, conforme a niveles históricos, una situación extraordinariamente desahogada. ¿Ha comprado el lector, durante la semana pasada, una botella de agua, una cerveza o un café, cuando tenía agua del grifo gratuita? Si es así, se trata de un lujo que los mil millones de personas más pobres del mundo no pueden permitirse, porque tienen que vivir todo un día con lo que el lector haya gastado en una de esas bebidas.

Una razón por la que podemos permitirnos la cantidad de ayuda que concedemos es la de que la que concedemos ahora es insignificante en comparación con lo que gastamos en otras cosas. El Gobierno de los Estados Unidos, por ejemplo, gasta unos 22.000 millones de dólares en ayuda exterior, mientras que los americanos donan, en privado, tal vez otros 10.000 millones de dólares.

En comparación con el plan de estímulo de 787.000 millones firmado por el Presidente Barack Obama el mes pasado, esos 32.000 millones de dólares son una menudencia. También son menos de 0,25 dólares por cada 100 dólares que ganan los americanos. Naturalmente, algunas naciones hacen algo mejor: Suecia, Noruega, Dinamarca, los Países Bajos y Luxemburgo superan el objetivo fijado por las Naciones Unidas de asignar el equivalente del 0,7 del producto nacional bruto a la ayuda exterior, pero incluso 0,70 dólares por cada 100 dólares no es demasiado para afrontar uno de los grandes problemas morales de nuestra época.

Si se permite que aumente la pobreza extrema, provocará nuevos problemas, incluidas nuevas enfermedades que se extenderán desde países que no pueden prestar una adecuada atención de salud a los que sí que pueden hacerlo. La pobreza propiciará que más migrantes intenten trasladarse, legalmente o no, a las naciones ricas. Cuando haya una recuperación económica, la economía mundial será menor que si toda la población mundial pudiera participar en ella.

Tampoco es la crisis financiera mundial una justificación para que los dirigentes del mundo no cumplan su palabra. Hace casi nueve años, en la Cumbre de Desarrollo del Milenio, celebrada en Nueva York, los dirigentes de 180 países, incluidas todas las naciones más opulentas, prometieron que en 2015 lograrían juntos los objetivos de desarrollo del Milenio.

Entre dichos objetivos figuran el de reducir a la mitad la proporción de personas del mundo que viven en la pobreza y el de velar por que los niños de todo el mundo reciban una enseñanza primaria plena. Desde aquella reunión de 2000, la mayoría de las naciones no han llegado a cumplir del todo sus compromisos y ya sólo faltan seis años para 2015.

Si reducimos la ayuda, no podremos cumplir nuestra promesa y los países pobres verán, una vez más, que las acciones de los países ricos no están a la altura de su retórica inspiradora sobre la reducción de la pobreza mundial. No es una buena base para la cooperación futura entre países ricos y pobres sobre cuestiones como, por ejemplo, el cambio climático.

Por último, si algo bueno resulta de esta crisis financiera mundial, será una reevaluación de nuestros valores y prioridades básicos. Debemos reconocer que lo que de verdad importa no es comprar cada vez más bienes de consumo, sino la familia, los amigos y saber que estamos haciendo algo que vale la pena con nuestra vida. Ayudar a reducir las espantosas consecuencias de la pobreza mundial debe formar parte de dicha reevaluación.

Fuente: project-syndicate.org

miércoles, 18 de marzo de 2009

Dirigentes conectados en redes

Por: Joseph S. Nye

En un ambiente de teléfonos portátiles, computadoras y sitios web, como, por ejemplo, MySpace, Facebook y LinkedIn, resulta trivial decir que vivimos en un mundo conectado en redes, pero las diferentes redes brindan nuevas formas de poder y requieren estilos diferentes de dirección. Barack Obama lo entiende; de hecho, lo ayudó a conseguir su victoria.

Si bien Obama en modo alguno ha sido el primer político americano que ha recurrido a la red Internet, ha sido el que ha utilizado con más eficacia la nueva tecnología para recaudar dinero de pequeños donantes, infundir energías a sus voluntarios y coordinarlos y transmitir sus mensajes directamente a los votantes. Ahora tiene que plantearse la cuestión de cómo utilizar las redes para gobernar.

Hay redes de muchas formas y tamaños. Unas crean vínculos fuertes, mientras que otras producen lazos débiles. Piénsese en la diferencia entre amigos y conocidos. Es más probable que se comparta información valiosa con los amigos que con los conocidos, pero los lazos débiles tienen una extensión mayor y aportan información más novedosa, innovadora y no redundante.

Las redes basadas en vínculos fuertes crean el poder de la lealtad, pero pueden convertirse en círculos que redistribuyan conocimientos tradicionales. Pueden sucumbir al “pensamiento de grupo”. Por eso, es importante la diversidad de los elegidos por Obama para que formen parte de su gobierno. Se lo ha comparado con Abraham Lincoln por su disposición a incluir a rivales, además de amigos, en su equipo.

Los lazos débiles, como los que encontramos en la red Internet, son más eficaces que los vínculos fuertes para aportar la información necesaria a fin de conectar grupos diversos de forma cooperativa. Dicho de otro modo, las redes débiles son uno de los factores aglutinantes de sociedades diversas. Son también la base de la dirección democrática. Los mayores políticos democráticos tienen una gran capacidad para las amistades superficiales.

Como los dirigentes necesitan cada vez más entender la relación de las redes con el poder, tendrán que adaptar estrategias y crear equipos que se beneficien tanto de los vínculos fuertes como de los débiles. La información crea poder y en la actualidad hay más personas que tienen más información que en ningún otro momento de la historia humana. La tecnología “democratiza” los procesos políticos y sociales y, para bien y para mal, las instituciones desempeñan menos un papel mediador. De hecho, el concepto básico que a veces se llama “Web 2.0” se basa en la idea de que el contenido procedente de los usuarios vaya ascendiendo desde abajo en lugar de descender desde la cima de una jerarquía tradicional de la información.

Instituciones como la Wikipedia y Linux son ejemplos de producción social que entrañan papeles muy distintos para los dirigentes de los homólogos tradicionales: la Enciclopedia Británica y Microsoft. Ahora los gobiernos están experimentando con medios similares para crear y distribuir información, pero todavía tienen mucho camino por recorrer.

Tradicionalmente, los gobiernos han sido muy jerárquicos, pero la revolución de la información está afectando a la estructura de las organizaciones. Las jerarquías se están volviendo más llanas y quedando inmersas en redes fluidas de contactos. Los trabajadores de oficinas que utilizan el conocimiento responden a incentivos y llamamientos políticos diferentes a los de los trabajadores industriales. Las encuestas de opinión muestran que actualmente los ciudadanos tienen una actitud menos deferente para con la autoridad en las organizaciones y la política.

También en las empresas las redes están cobrando mayor importancia. En algunos casos, se puede orquestar una red compleja simplemente con contratos cuidadosamente especificados, pero la fricción de la vida normal suele crear ambigüedades que no se pueden afrontar plenamente de antemano. Al describir el éxito de las redes de Toyota y Linux, el Boston Consulting Group concluye que el poder duro de las zanahorias monetarias y los palos de la rendición de cuentas motivan a las personas para que desempeñen tareas limitadas y especificadas, pero que el poder blando de la admiración y del aplauso es un estimulante mucho más eficaz para conseguir un comportamiento extraordinario.

Los estilos tradicionales de dirección de empresas se han vuelto menos eficaces. Según Sam Palmisano, director gerente de IBM, los métodos jerárquicos de mando y control han dejado, sencillamente, de funcionar. Obstaculizan las corrientes de información dentro de las empresas y entorpecen el carácter colaborativo y fluido del trabajo en la actualidad.

Según un estudio de las más importantes empresas que combinan las operaciones informáticas con las tradicionales, la distribución de la dirección era esencial. En el ambiente de la red Internet, la concepción tradicional de un dirigente que mantiene un control con decisión resulta difícil de conciliar con la realidad. Al contrario, la dirección eficaz depende de la utilización de múltiples directores con vistas a una competente adopción de decisiones. El profesor de la Escuela de Administración de Empresas de Harvard John Quelch escribe que “ el éxito empresarial depende cada vez más de las sutilezas del poder blando”.

El ex presidente George W. Bush se llamó a sí mismo “el encargado de decidir”, pero en la actualidad la dirección es más colaborativa e integradora de lo que da a entender esa expresión. Un experto en gestión resume estudios recientes, en el sentido de que describen un aumento del recurso a procesos más participativos. Dicho de otro modo, la era de Internet requiere nuevos estilos de dirección en los que el atractivo poder blando debe complementar el tradicional poder duro del mando. En un mundo conectado en redes, la dirección consiste más en estar situado en el centro del círculo y atraerse a los demás que en ser “el rey de la montaña” y formular órdenes a los subordinados de abajo.

Barack Obama entiende esa dimensión de la dirección conectada en redes y la importancia del poder blando de la atracción. No sólo utilizó con éxito las redes en su campaña; ha seguido recurriendo a la red Internet para llegar hasta los ciudadanos.

Ha complementado sus más importantes discursos televisivos y radiofónicos con vídeos en YouTube, de la red Internet, y su estilo político se ha caracterizado por intentar llegar mediante el procedimientito bipartidista hasta círculos amplios de dirigentes políticos. Aunque estamos en un momento demasiado temprano de su presidencia para juzgar el resultado, está claro que está intentando cambiar los procesos y adaptar la dirección a un mundo más conectado en redes.

Fuente: www.project-syndicate.org

La verdad sobre la 'era Bush'

Por: Jorge Heine

Con las vistas públicas de la Comisión de Asuntos Judiciales del Senado de Estados Unidos, el proyecto de una Comisión de la Verdad para investigar las violaciones de los derechos humanos bajo la presidencia de George W. Bush ha tomado ímpetu. Planteada primero en círculos académicos, y propuesta luego en un discurso en la Universidad de Georgetown por el senador Patrick Leahy (demócrata por Vermont), la idea ha sido apoyada en el Congreso y por la opinión pública. De acuerdo con una encuesta reciente, un 38% de los estadounidenses es favorable a enjuiciar a los culpables de dichas violaciones, mientras que un 24% apoya investigarlas por medio de una entidad independiente (como una Comisión de la Verdad).

La práctica de la tortura (terminando en algunos casos con la muerte de la víctima) sobre individuos sospechosos de vínculos con los atentados del 11 de septiembre, justificada legalmente a los más altos niveles del Gobierno de Estados Unidos, no fue un caso de "algunos excesos". Fue producto de una política sistemática expresada en instrucciones explícitas a los interrogadores de las Fuerzas Armadas y la CIA, con el objetivo de obtener "inteligencia actuable". Y a la tortura cabe añadir desapariciones forzosas, secuestros y otro tipo de atropellos. De acuerdo a algunos juristas, estas prácticas constituirían crímenes de guerra. Con ellas, Estados Unidos habría violado tratados internacionales de los cuales es parte.

Algunos se han opuesto a enjuiciar a los torturadores y a sus superiores, ya que estos hechos habrían sido producto del enfervorizado clima antiterrorista de fines de 2001. La ciudadanía estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por ubicar a los responsables de los ataques al World Trade Center y al Pentágono, y por evitar otros ataques similares. La popularidad del presidente Bush llegó en esa época a un 80%. Dado ese ambiente, sería injusto enjuiciar ahora, en un entorno político muy distinto, a funcionarios de entonces.

El senador Leahy, un antiguo fiscal, ha citado como precedente una Comisión establecida en los años setenta por el senador Frank Church para investigar abusos cometidos por las agencias de Inteligencia. Nancy Pelosi, la Speaker de la Cámara de Representantes, y John Conyers, presidente de la Comisión de Asuntos Judiciales de la misma Cámara, también son partidarios de tomar medidas. Conyers ha presentado un proyecto de ley (H. R. 104) para crear una Comisión Nacional sobre Poderes de Guerra del presidente y Libertades Civiles, que apuntaría en esa dirección.

El presidente Obama, y su secretario de Justicia, Eric Holder, que han condenado estas prácticas, han dado a entender que no apoyan una comisión de este tipo, prefiriendo no enfrascarse en temas del pasado. El Gobierno actual tendría suficientes desafíos con la crisis financiera y las guerras en Irak y Afganistán, como para añadir el enjuiciamiento de funcionarios del Gobierno anterior, con la consiguiente polarización.

Este debate es conocido. En las transiciones del autoritarismo, los nuevos Gobiernos democráticos han debido enfrentar el legado de un pasado perverso. Muchos países de África, Asia y América Latina se han visto en la misma disyuntiva.

Dadas otras prioridades, es tentador querer barrer bajo la alfombra las violaciones de derechos humanos del pasado. Tal como el presidente Obama hoy, los nuevos regímenes democráticos han tenido una agenda muy copada, incluyendo la reconstrucción de las instituciones, la reinserción internacional, el pago de la "deuda social" y el impulso del crecimiento económico.

Es por ello que, en los años ochenta, un país como Uruguay aprobó una ley de amnistía. Siguiendo el modelo de Nuremberg, en cambio, Argentina, bajo la presidencia de Raúl Alfonsín, procedió a enjuiciar en tribunales especiales a los integrantes de la junta militar que gobernó de 1976 a 1983. Ninguno de estos enfoques dio resultado. En Uruguay se hicieron varios plebiscitos sobre el tema, que aún no se despeja. En Argentina, una serie de cuartelazos forzaron al Gobierno a indultar a los generales.

A su vez, países como Chile, Suráfrica, Perú, El Salvador, Guatemala, Uganda y muchos otros establecieron Comisiones de la Verdad. Ellas constituyen un camino intermedio entre el enjuiciamiento y la amnistía. Las Comisiones de la Verdad son entes independientes, pero establecidos oficialmente, para examinar las violaciones a los derechos humanos cometidas durante un periodo. No son tribunales y no tienen los poderes de la judicatura. Son integradas por personalidades prominentes, representativas de la sociedad en su conjunto, a quienes se les encarga la tarea de someter un informe en un plazo determinado, generalmente entre seis meses y dos años. Su carácter híbrido y flexibilidad procedimental las hace ideales para investigaciones de este tipo. Sus informes constituyen un reconocimiento oficial del daño causado por agentes del Estado, y cortan el cordón umbilical con ese pasado perverso. La información recabada permite también tomar una decisión mucho más calibrada acerca de si enjuiciar o no a los responsables.

La Comisión de la Verdad y la Reconciliación presidida por Raúl Rettig (1990-1991) jugó un papel clave en allanar el camino de la exitosa transición chilena. Algo similar puede decirse de la entidad del mismo nombre presidida por el arzobispo Desmond Tutu (1995-1998) en Suráfrica, así como en relación a despejar en parte el legado del apartheid.

Estados Unidos bajo el presidente Bush no fue una dictadura ni una democracia censitaria. Sin embargo, tuvo un Gobierno que cometió serias violaciones a los derechos humanos, justificadas con un dudoso andamiaje jurídico, algo que es particularmente grave en el caso de la democracia más antigua del mundo. Ello se ha hecho aún más evidente con los informes sobre el tema de la Oficina del Asesor Legal del Presidente de esos años, hechas públicas recientemente por la Casa Blanca. El creer que lo mejor es "el perdón y el olvido" es tentador, pero engañoso. Al no admitir las heridas infligidas a la polis, ni intentar curarlas, ellas siguen supurando. En la frase del entonces presidente de Chile Ricardo Lagos, al lanzar la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura en el año 2003, "no hay mañana sin ayer".

La equivocada noción de que fueron estas "avanzadas técnicas de interrogación", conocidas en el Cono Sur suramericano en los años setenta y los ochenta, las que hicieron posible prevenir otro ataque terrorista en Estados Unidos, continuaría siendo propagada. No cabría descartar que su alegada utilidad fuese invocada nuevamente en el futuro. Al no haber sido denunciadas, pueden resurgir.

La paradoja del encendido debate en Estados Unidos sobre el tema es que muchos defensores del Gobierno del presidente Bush, como el senador Arlen Specter -republicano por Pensilvania, quien ha dicho, reveladoramente, "esto no es América Latina"-, han expresado que sería preferible el enjuiciamiento de los responsables de las torturas que una Comisión de la Verdad. Tradicionalmente los defensores de los culpables de estas violaciones consideran que las Comisiones de la Verdad son un mal menor frente a un juicio penal de los Augusto Pinochet de este mundo.

La razón es obvia. Los procedimientos judiciales no son los mejores mecanismos para establecer la verdad histórica. Un buen abogado puede distorsionar los hechos de manera que terminen siendo irreconocibles. Las Comisiones de la Verdad, en cambio, han pasado a ser instrumentos cada vez más potentes para establecer ante la opinión pública lo realmente ocurrido en periodos negros de la historia de los países, ya sea en Perú bajo Alberto Fujimori o en Timor Oriental bajo Suharto. Y eso sí que es aterrador para aquellos que no quieren que se eche luz sobre lo que el entonces vicepresidente Dick Cheney llamó "el lado oscuro" del periodo 2001-2008 en Estados Unidos.

Fuente: El País (Espaaña)

lunes, 16 de marzo de 2009

domingo, 15 de marzo de 2009

Ajuste de gabinete: Más que simples enroques

Por: Jorge Navarrete

El reciente ajuste de gabinete fue menos sorpresivo de lo que la elite política declara. Era un secreto a voces que, hace un buen tiempo, Alejandro Foxley estaba con ganas de abandonar su cargo. Más allá de las razones personales esgrimidas, era notorio su desafecto político con el gobierno y la Presidenta, en especial por las discrepancias en torno al contenido y la forma de llevar adelante las relaciones internacionales.

Si el cambio no se produjo antes, fue sencillamente por consideraciones tácticas, pues por razones obvias no se quería dar una señal equívoca en el marco de los continuos desencuentros diplomáticos recientes entre Chile y Perú. De esta manera, y amainada un poco la tormenta, se procedió a su reemplazo. Aunque el resto de los cambios pudiera explicarse sólo a partir de la salida de Foxley, una segunda lectura devela consideraciones políticas y efectos electorales que no podemos soslayar.

En primer lugar, la llegada de Carolina Tohá a la vocería de gobierno marca un evidente punto de inflexión con el estilo de su antecesor. La otrora diputada por Santiago no sólo conoce a la perfección ese ministerio, sino también ha hecho gala de un estilo amable y pedagógico, lo que sin mermar la fortaleza de sus posiciones, resulta más funcional para la estrategia del último año de gobierno. En efecto, el gran déficit de esta administración ha sido su incapacidad para comunicar y divulgar los importantes logros en materia social, lo que en un año electoral -mediado por una crisis económica- resulta indispensable para concluir con éxito este mandato y, de paso, contribuir políticamente a fortalecer la candidatura de la Concertación.

Algo similar ocurre con Mariano Fernández y su arribo a Cancillería. Se trata de un hombre que hizo de la diplomacia su primera vocación y, ligado históricamente a todas las administraciones concertacionistas, es tal vez uno de los mejores nombres para afrontar un período con múltiples desafíos, en especial los que atañen a nuestra relación con Perú y el resto de la región.

El resto de la historia es por todos conocida. Aunque para muchos el mantener a Francisco Vidal y José Goñi en sus funciones públicas fue el único camino para preservar los equilibrios políticos al interior del gobierno, sospecho que también algo dice sobre un rasgo personal de la Presidenta Bachelet. Con un alto concepto de la lealtad, y más allá de las evaluaciones políticas que seguramente hizo sobre el desempeño de sus colaboradores, la Mandataria optó por premiar a quienes siente jugaron un rol distintivo en la defensa de su administración y persona.

Hayan o no sido considerados por el Ejecutivo, todavía restan dos efectos colaterales del ajuste de gabinete. El primero se refiere a la nominación de Felipe Harboe para asumir el lugar de Tohá en el Congreso, lo que sin duda facilitará la tarea del ex subsecretario por conseguir en definitiva ese escaño. A continuación, es evidente que Frei ya no podrá contar con Mariano Fernández para reforzar su equipo de cara a las próximas elecciones presidenciales. Sin embargo, sí podría aprovechar el activo político que representa Foxley. A todas luces, el ex canciller resulta la persona más adecuada para comandar el equipo económico de una campaña electoral que se desarrolla en el marco de una crisis económica mundial.

Al final, que este cambio se produjera sin siquiera notificar a los presidentes de los partidos de la Concertación confirma el renovado poder de la Presidenta y, de paso, que el estilo Bachelet está de vuelta.

Fuente: La Tercera (Chile)

"Obama es demasiado prudente"

Entrevista: Paul Krugman Premio Nobel de Economía 2008

Pese a la generosa dotación del premio Nobel, Paul Krugman (Nueva York, 1953) no abandona su aspecto de profesor universitario, enfundado en un traje con deportivas negras y una mochila al hombro. Ha venido a Sevilla invitado por la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Hace acto de presencia en el minuto exacto de la cita, tímido y abrumado por los elogios. Todo eso desaparece en cuanto se enreda en temas económicos.

Pregunta. ¿Cuándo se dio cuenta de que habíamos vuelto a la economía de la depresión, como usted la denomina?

Respuesta. A principios de 2008 estaba bastante claro que nos habíamos topado con los límites de la política convencional. Después de la caída de Lehman, en septiembre, ya resultó obvio.

P. ¿Cuándo terminará?

R. Los precedentes no son buenos. La depresión japonesa terminó con un boom de sus exportaciones a China pero esta vez la crisis afecta a todo el mundo a la vez así que ésa no es una opción. Y la Gran Depresión terminó con la II Guerra Mundial. Hay un final natural a largo plazo, pero llevará mucho, mucho tiempo.

P. ¿Son realmente eficaces las medidas adoptadas?

R. Hasta cierto punto estamos cambiando deuda privada por deuda pública y tratamos de compensar el conservadurismo de los consumidores con un aumento del gasto público. Así salimos de la Gran Depresión. Es cierto que China pretende salir de la crisis con un aumento de las exportaciones y que eso puede ser la base de otra crisis. Pero creo que es tremendamente importante sostener la demanda, aunque no sea la solución definitiva. De lo contrario, corremos un riesgo serio de quedar atrapados en una trampa muy profunda.

P. ¿Debería coordinarse esa respuesta en el G-20 o en otros foros?

R. Lo ideal es que el G-20 saliera de las reuniones de este fin de semana con un acuerdo para coordinar las políticas fiscales aunque desgraciadamente eso no va a pasar. Lo más crucial es que los europeos pacten entre ellos las bases de la expansión fiscal porque la dependencia es mucho mayor entre los socios de la UE que respecto a EE UU. En todo caso, necesitamos un acuerdo del G-20 para coordinar las políticas fiscales y también un plan de rescate para los países emergentes con problemas. Aquí probablemente tendría un papel decisivo el FMI, que debería proporcionar recursos suficientes a Hungría y al resto de los países bálticos.

P. ¿Habría que reforzar la cooperación entre EE UU y la UE?

R. Sin duda, hay mucha dependencia entre ambos. Todos estamos preocupados por el déficit pero un esfuerzo coordinado puede reducir la aportación extra que debe hacer cada uno y aumentar los beneficios. El plan de estímulo fiscal de EE UU ayuda a la economía europea, en buena medida. Por ejemplo, muchas de las ayudas destinadas a AIG acabaron en manos de bancos europeos que eran los que les habían comprado los seguros contra impagos de deuda (credit default swaps). Ahora muchos se preguntan por qué el contribuyente de EE UU tiene que rescatar bancos europeos.

P. ¿Y los bancos centrales?

R. Ahí los efectos no están tan claros. Hasta cierto punto, la resistencia del BCE a utilizar todo el margen en los tipos de interés está beneficiando a EE UU, con un dólar más barato que impulsa las exportaciones, así que a nosotros claramente nos interesa la política de Trichet.

P. ¿Conoce al presidente Zapatero o va a reunirse con él?

R. No le conozco. Sé que interviene en el acto en el que tengo que participar

en Madrid, pero no sé si habrá oportunidad de encontrarnos. Lo que sí he hecho ha sido repasar a fondo la situación de España.

P. ¿Y sus conclusiones?

R. Que España es como California o Florida. Las dos han vivido un boom de la construcción, han recibido grandes flujos de capital extranjero y, cuando ha estallado la burbuja inmobiliaria, la situación se ha vuelto muy difícil. Ahora tienen problemas de ajuste similares: el déficit es preocupante y la rebaja del rating ha sido inevitable, aunque peor para California.

P. ¿Y qué se debería hacer?

R. Va a ser duro. Lo que realmente asusta de la situación española es que no está nada claro cuál es la estrategia de ajuste por su pertenencia a la UE. Todo lo que puede hacer es mitigar los efectos de la crisis. Si España no fuera parte del euro, la devaluación ayudaría, pero esa opción ya no existe; la política fiscal es muy limitada para los países de la UE; también es limitada la capacidad de actuar sobre el sistema financiero aunque los bancos españoles han demostrado estar relativamente en buena forma; se pueden adoptar medidas para limitar el impacto de la crisis sobre los parados. Pero en buena medida a España sólo le queda esperar a que se produzca una recuperación europea.

P. ¿No debería jugar China un papel más destacado?

R. Sí, siempre que China también dé señales de cooperación. De momento sólo pretenden salir de la recesión con una moneda devaluada que impulse sus exportaciones y la política de la Reserva Federal no tiene como objetivo que los chinos estén contentos. Además, hay una cierta amenaza de que se puedan llevar el dinero que tienen en dólares, pero lo cierto es que si debes 100 dólares a alguien tienes un problema pero si lo que debes es un billón, como a los chinos, el problema lo tiene China, no tú.

P. ¿Puede el mismo sistema financiero que nos ha llevado al caos ser el que marque las directrices de futuro?

R. Nos enfrentamos a un gran test que debemos resolver y es la reconstrucción del sistema financiero. Solíamos tener un sistema más sencillo, con los bancos actuando como intermediarios y luego todo derivó en un sistema de enormes instituciones financieras, complejas y poco reguladas. Claramente eso ha fracasado. Probablemente debamos mirar hacia un modelo más simple y más al viejo estilo. Muchos cambios se producirán de forma natural. Dudo que la gente vuelva a confiar en estos planes financieros complejos y complicados, que en buena medida ya han quebrado: unos 400.000 millones de dólares del sistema financiero han desaparecido. Pero también se necesita más regulación de la que tenemos y eso va a ser duro.

P. La crisis se ha llevado por delante a muchos banqueros pero a ningún regulador.

R. En EE UU, muchos supervisores han sido forzados a dimitir de una forma u otra. Tampoco está claro que incluso haciendo su trabajo bien esto no hubiera pasado. Pero es cierto que ni siquiera intentaron hacerlo.

P. ¿Se refiere a Greenspan?

R. No, aunque es un poco triste ver cómo intenta defender su legado. Pero no hablaba de él.

P. ¿Podemos enfrentarnos, como en los años treinta, a una serie de devaluaciones competitivas?

R. Esas devaluaciones ayudaron, no fueron dañinas para la economía mundial, pero era un mundo distinto que se regía por el patrón oro. Lo que me preocupa es si ahora las devaluaciones sustituyen a otro tipo de medidas. Si China, por ejemplo, lo hace para salir de la crisis, eso sí es un problema.

P. ¿Cómo valora los primeros meses del gobierno de Obama?

R. El cambio a mejor es enorme, son políticas inteligentes y honestas y sólo eso ya dibuja un mundo completamente diferente al que había. El problema es que el gobierno Obama está siendo demasiado cauto, incluso siendo más audaz de lo habitual, está siendo demasiado prudente

dada la dimensión de la crisis. El plan de estímulo tenía que haber sido, al menos, un 30% mayor y no quieren adoptar ninguna medida dramática sobre los bancos. Las prioridades fijadas en el presupuesto son excelentes, pero aunque reman en la dirección correcta no están remando lo suficiente.

P. Pero sí hay ámbitos, como la sanidad y las políticas de gasto, en los que Obama está aplicando reformas profundas...

R. Hay una frase que se atribuye a su jefe de gabinete, Rahm Emmanuel, que dice: "Nunca se debe desaprovechar una crisis". Eso define muy bien su espíritu -yo he hecho mía la frase [risas]-. Reagan aprovechó la crisis del 87 para cambiar todo, ¿por qué no vamos a poder dar la vuelta a algunas cosas?

P. ¿Incluyen esos cambios la nacionalización de la banca?

R. En eso, ni siquiera parece que tengan un plan , hablan de la cooperación pública y privada pero de forma difusa y a veces suena más como un regalo al sector. Lo que creo que va a pasar, aunque llevará tiempo, es una solución a la sueca . Eso llevará a garantizar los depósitos bancarios y a nacionalizar temporalmente Citigroup y posiblemente también Bank of America.

P. ¿A eso se refería el secretario del Tesoro cuando dijo que el capitalismo ya será diferente?

R. Éste es uno de esos momentos en los que toda una filosofía ha sido desacreditada. Los que defendían que la avaricia era buena y que los mercados debían autoregularse sufren ahora la catástrofe. Son los mismos que decían que si se subían los impuestos a los ricos pasarían cosas terribles. Pues Clinton subió los impuestos a las rentas más altas y la economía funcionó muy bien durante ocho años, mientras que Bush los bajó y mira lo que ha pasado. Creo que ese cambio se va a imponer.

P. ¿Amenaza la crisis la reelección de Obama?

R. Obama se parece a Roosevelt, que no resolvió la Depresión pero al que se veía que tomaba medidas para intentar salir de la crisis y eso le dio la victoria electoral. Muchos expertos en política de mi Universidad aseguran que los electores tienen una memoria muy frágil, que sólo se preocupan por lo que pasa en los últimos seis meses así que Obama tiene margen para mejorar cosas antes de la reelección.

Fuente: El País (España)