jueves, 28 de agosto de 2008

El momento Sputnik de Estados Unidos en Beijing

Por: Jamie F. Metzl

Tal vez algún día se recuerde al 8 de agosto de 2008 como el primer día de la era post-norteamericana. O se lo podría recordar como otro "momento Sputnik" cuando, como sucediera con la incursión soviética en el espacio exterior en 1957, el pueblo norteamericano tomó conciencia de que el país había perdido pisada y decidió que era hora de que Estados Unidos recuperara su dirección.

No hubo ningún error de comprensión en el poder y simbolismo de las ceremonias de inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing el 8 de agosto. Ese espectáculo multimediático hizo mucho más que reconstruir la historia de 5.000 años de China; fue una manifestación de que China es una civilización importante que exige y merece el lugar que le corresponde en la jerarquía global.

Tampoco hubo un error de comprensión en el simbolismo de ver al presidente Bush, saludando alegremente con la mano desde su lugar en las gradas mientras el presidente chino, Hu Jintao, estaba sentado detrás de lo que se asemejaba a un trono. Cuesta imaginar que el gobierno de China, obsesionado con cada detalle del protocolo diplomático, no haya orquestado esta imagen sombría de la decadencia de Estados Unidos en relación al país al que le debe 1,4 billones de dólares. Sería difícil imaginar a Franklin Roosevelt o a Ronald Reagan aceptando una posición relativa similar.

Al mismo momento en que Bush agitaba la mano desde la tribuna, Rusia invadía Georgia, el socio más cercano de Estados Unidos en el Cáucaso. El mensaje de Rusia a otros países amigos de Occidente en el ex mundo soviético fue claro: Estados Unidos no los puede proteger.

Inquietantemente, los rusos tal vez tuvieran razón. Mientras que el fangal iraquí hizo que a Estados Unidos le resultara difícil proyectar fuerza en todo el mundo, la creciente deuda de Estados Unidos, sus conflictos con amigos y enemigos por igual, la falta de alguna estrategia perceptible para los tiempos cambiantes y la aparente incapacidad de su sistema político para tomar medidas destinadas a abordar esos desafíos se combinaron para convertir a Estados Unidos en un gigante en problemas.

Hoy, desde Irán hasta Darfur y desde Zimbabwe hasta Georgia, el mundo es testigo de los efectos de un mundo post-norteamericano en ciernes, y el panorama no parece agradable. A pesar de todo lo que valoremos el ascenso de nuevas potencias como China e India, todavía está por verse si estos países serán tan benevolentes como potencias como lo ha sido Estados Unidos, a pesar de sus defectos, en el último medio siglo.

El neo-colonialismo está regresando al Africa, el proyecto global de derechos humanos está en retirada y el sistema de comercio mundial se está volviendo menos abierto. Dictadores brutales no reciben castigo porque sus intereses son protegidos por grandes potencias con participaciones en sus recursos naturales. Revertir esta tendencia no es sólo el interés de Estados Unidos, sino también del mundo.

Para hacerlo, los norteamericanos deben identificar y encarar los grandes desafíos que enfrenta Estados Unidos, empezando de abajo hacia arriba. Reparar la estructura financiera de campaña de Estados Unidos, que lleva a masivas adjudicaciones erróneas de los fondos gubernamentales, resucitar el sistema educativo salvajemente desigual y muchas veces moribundo de Estados Unidos, crear un sistema inmigratorio que reclute activamente a la gente más talentosa de todo el mundo a través de una vía rápida a la ciudadanía estadounidense y desarrollar una política energética nacional que haga avanzar a Estados Unidos mucho más rápidamente hacia una independencia energética serían, todos, pasos importantes en esta dirección.

Trabajar para reconstruir el tradicional consenso de política exterior bipartidario también convertiría a Estados Unidos en un socio mucho más predecible para los amigos y aliados en todo el mundo. Y Estados Unidos debe ser un socio respetuoso si quiere alentar a potencias en ascenso como India y China a desempeñar papeles más constructivos en los asuntos internacionales.

El mundo no está preparado para una era post-norteamericana, y países como China e India deben desempeñar un papel mucho más importante en el fortalecimiento de las instituciones existentes de la paz mundial y, donde corresponda, crear otras nuevas que puedan promover una agenda positiva de seguridad, dignidad, derechos y prosperidad en todo el mundo.

La comunidad mundial todavía no ha llegado a esa instancia y, hasta que lo haga, el mundo necesita un nuevo tipo de líder norteamericano -un líder capaz de inspirar a los norteamericanos a reparar sus problemas en casa y trabajar con sus socios en todo el mundo para promover una agenda común tan audaz y progresista como el orden construido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial hace 60 años.

Las Olimpíadas de Beijing podrían recordarse como un nuevo "momento Sputnik" para Estados Unidos, que inspire al país a enfrentar, de forma significativa, la música de un mundo cambiante. Pero Estados Unidos puede lograrlo sólo si reconoce los grandes desafíos que enfrenta y toma medidas audaces para encararlos, en casa y con sus aliados en el exterior.

Fuente: Project Syndicate

lunes, 25 de agosto de 2008

¿Una nueva dinastía Tang?

Por: Vishakha N Desai

El 8 de agosto de 2008, el mundo contempló maravillado el asombroso espectáculo de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos en Beijing. Vimos el despliegue electrónico de rollos chinos repletos de grandes símbolos históricos y quedamos cautivados por los bailarines que creaban “armonía” usando sus cuerpos como pinceles de tinta china. 2008 estudiantes de artes marciales interpretaron con precisión mecánica movimientos de una antigüedad milenaria, mientras los seres celestiales volanderos y el galopante portador de la antorcha creaban la sensación de una morada celestial en la Tierra.

Hubo otra época en que China deslumbró al mundo en su umbral: la dinastía Tang (618-907), con frecuencia considerada la edad de oro de China, cuando fue en verdad el “Reino de en medio” en el centro del Universo. Su capital, Chang An (la actual Xian) era una ciudad de talla mundial; llegaban a ella visitantes de todo el mundo y quedaban deslumbrados por su riqueza, belleza y poder. Sus emperadores usaban plata de Persia, cristal de Europa, piedras preciosas del Asia central y utensilios de oro de la India. China, abierta, segura de sí misma y cosmopolita, conectaba fácilmente con el mundo, adoptaba nuevas ideas y proyectaba sus creaciones propias. No es de extrañar que a veces los estudiosos chinos se refieran a la China actual como la nueva Dinastía Tang.

De hecho, cuando se adjudicaron los Juegos Olímpicos a China en 2001, la agencia oficial de noticias de este país, Xinhua, lo llamó un “hito en la categoría internacional en ascenso de China y un acontecimiento memorable en el gran renacimiento de la nación china”. Los funcionarios y artistas chinos han trabajado incansablemente durante siete años para hacer de ese sueño de un “renacimiento” una realidad resplandeciente y han superado todas las previsiones, pero, ¿cómo debemos entender las consecuencias más amplias de la ceremonia de inauguración tanto para China como para el mundo exterior?

En primer lugar, la buena noticia. En consonancia con los recientes esfuerzos de China para proyectar su poder “blando”, la ceremonia de inauguración dio idea de una cultura histórica, pero dinámica, en su mejor momento. Aparte de la presencia de algunos soldados del Ejército Popular de Liberación, habría costado mucho encontrar prueba visible alguna del régimen comunista reinante o de su fundador, Mao Zedong.

Igualmente significativa fue la proyección de China como una de las cabezas naciente del nuevo orden cultural internacional. El estadio en forma de nido de aves fue la creación del equipo multinacional de diseño de Herzog & De Meuron, con aportaciones del artista plástico Ai Weiwei. Muchos artistas participantes en la creación del espectáculo, incluido el especialista en fuegos artificiales Cai Guo Qiang, la estrella de la danza Shen Wei y el compositor Tan Dun, se granjearon su fama primordialmente en Occidente. Incluso Zhang Yimou, el principal organizador del espectáculo, se hizo famoso en Occidente gracias a sus primeras películas, en las que describía la dura vida de una joven China moderna.

Está claro que los funcionarios chinos habían llegado a la conclusión de que esos destacados representantes de la escena artística internacional y miembros de la diáspora debían ser reivindicados ahora como parte de China. La capacidad de esos artistas para tender puentes entre las tradiciones de Oriente y Occidente y crear un nuevo espacio para la creatividad que pueda transcender las especificidades culturales del pasado en pro de un nuevo futuro combinado se podía asociar directamente con las aspiraciones mundiales de China. Como los artistas y su arte, el país podía alzarse por encima de las dicotomías antiguo-nuevo, pasado-presente y tradicional-moderno para proyectar una imagen apropiada para nuestra era mundializante.

No es de extrañar que los dirigentes chinos tuvieran mucho interés en evitar cualquier referencia a los dos últimos siglos de luchas y humillación o a su problemático panorama político y a las cuestiones comerciales espinosas. Al mismo tiempo, se podría sostener que el espectáculo de la ceremonia de inauguración iba encaminado a superar la humillación histórica de China por Occidente y señalar un nuevo capítulo. El “dragón dormido”, como Napoleón calificó a China a comienzos del siglo XIX, estaba ahora totalmente despierto y listo para lanzarse hacia el nuevo mundo. Como durante la dinastía Tang, las artes y la cultura estaban en el centro del escenario y reflejaban la proeza económica y el poder político del país.

Pero tan fastuoso espectáculo dejó también dudas sin despejar. ¿Por qué ese empuje para demostrar al mundo que éstos habían de ser los mejores Juegos Olímpicos de la Historia? (Las autoridades chinas presionaron incluso al Comité Olímpico Internacional para que hiciera una declaración en ese sentido al final de los Juegos.) Algunos han indicado que ese esfuerzo constituye una señal de inseguridad.

Conviene observar también que, si bien Mao ha estado llamativamente ausente en los Juegos Olímpicos, su legado comunista ha estado presente de formas sutiles. La incesante insistencia en la presencia “armoniosa” de grandes grupos de intérpretes no dejó margen para voces individuales (incluso la joven cantante Lin Miaoke, como ahora sabemos, no cantó con su propia voz). Resulta irónico que, mientras que los chinos más jóvenes (productos de la política de un solo hijo de China) están obsesionados con las afirmaciones estilísticas personales, el espectáculo de la ceremonia de inauguración consistiera en una expresión colectiva al servicio del Estado.

Los intelectuales chinos siempre han sido conscientes de esa tensión entre la creatividad individual y la voluntad colectiva. ¿Cómo conciliará la nueva China esas dos necesidades contradictorias?

Mientras contemplamos la posible llegada de la nueva dinastía Tang en China, debemos recordar el mensaje del poeta de la antigua dinastía Tang, Po Chü-i (772-846 a.C.):

Una cacatúa roja enviada
Como regalo desde Annam,
Colorada como la flor del pérsico,
Capaz de usar el lenguaje humano,
Y le hicieron lo que siempre se hace
Con los cultos y elocuentes.
Cogieron una jaula con fuertes
Barrotes y la encerraron dentro.

Fuente: Project Syndicate

El miedo y el lento deterioro

Por: Paul Krugman

Hace un año, cuando empezaban a percibirse los primeros signos de la actual crisis financiera, yo insinué que esta crisis, a diferencia de la de 1998, similar a primera vista, no acabaría rápidamente. Y no lo ha hecho. La buena noticia, supongo, es que hemos experimentado un deterioro a cámara lenta, por así decirlo, sin Viernes Negros y demás. La forma paulatina en que se ha desarrollado la crisis ha dado pie a un debate sin sentido entre los economistas sobre si lo que estamos sufriendo merece realmente llamarse recesión. Pero incluso una crisis lenta puede causar mucho daño si dura más de un año.

Los precios de la vivienda descendieron cerca del 16% el año pasado, y no dan señales de que vayan a estabilizarse. Los perjuicios de esta bajada se han sentido ampliamente: hay millones de familias estadounidenses que no compraron activos hipotecarios y que no han perdido sus casas, pero que no obstante son más pobres por culpa de la destrucción de buena parte o la totalidad del aval crediticio que les aporta su vivienda.

Entretanto, el mercado de trabajo se ha deteriorado aún más de lo que podría suponerse observando el salto que ha dado la tasa de desempleo que vemos en los titulares. La valoración más amplia del desempleo, que tiene en cuenta el número rápidamente creciente de trabajadores obligados a aceptar recortes en las horas pagadas y en los salarios, ha aumentado del 8,3% al 10,3% en el último año, alcanzando aproximadamente el techo al que llegó hace cinco años. Y no se vislumbra el final.

Desde el pasado septiembre, Ben Bernanke y sus colaboradores de la Reserva Federal han bajado repetidamente los tipos de interés que controlan. Pero no han conseguido reducir los costes de los préstamos para el sector privado. Los intereses hipotecarios son aproximadamente los mismos que el verano pasado, y los tipos de interés que muchas empresas tienen que pagar han subido de hecho. Por lo tanto, la política de la Reserva Federal no ha servido para fomentar la inversión privada.

El problema es el miedo: la financiación del sector privado se ha agotado porque los inversores, quemados por las pérdidas sufridas en activos financieros que supuestamente eran seguros, se muestran ahora reacios a comprar nada que no esté garantizado por el Gobierno estadounidense. Y la proliferación de medidas de rescate especiales —el TAF

[Mecanismo de subasta de bonos con vencimiento fijo], el TSLF

[Mecanismo de préstamo de valores con vencimiento fijo] y el acuerdo Bear Stearns— tal vez haya servido para evitar el pánico ciego, pero no ha conseguido ni de lejos restaurar la confianza. Ah, y esas devoluciones de impuestos que el Congreso y la Casa Blanca acordaron enviar por correo ya han hecho todo lo que podían hacer. Mirando al futuro, es difícil ver cómo pueden los consumidores seguir gastando aunque sea al ritmo actual, lo cual significa que probablemente las cosas empeorarán considerablemente antes de que empiecen a mejorar.

¿Qué más puede hacer la política? La Reserva Federal prácticamente ha agotado su munición: nadie cree que unos nuevos recortes de los tipos de interés sirvan para mucho. Y nada puede o debería hacerse para sostener el precio de las viviendas, que sigue estando demasiado alto después de ajustar la inflación. Washington tampoco puede evitar que continúe la escasez de créditos: las instituciones financieras, excesivamente grandes y con poco capital, tienen que controlar sus préstamos, y no es realista esperar que el sector público cargue con el muerto, en especial cuando instituciones semipúblicas también tienen problemas. Sin embargo, es recomendable establecer otro conjunto de estímulos fiscales más serios, como modo de sostener el empleo mientras los mercados superan los efectos secundarios de la burbuja inmobiliaria. El "plan económico de emergencia" anunciado por Barack Obama es un paso en la dirección adecuada, aunque sería preferible que fuera mayor y más audaz. Aun así, Obama ofrece más que John McCain, cuya política económica equivale principalmente a "mantener el rumbo".

Por cierto, es sorprendente que la mala situación económica no haya tenido todavía más impacto en la campaña. McCain propone en esencia mantener las políticas de un presidente cuyo índice de aprobación en economía es sólo del 20%. Entonces, ¿por qué Obama no le adelanta más en las encuestas?

Una de las respuestas podría ser que Obama, a quien a lo mejor inhibe su deseo de superar las líneas partidistas (¿y evitar elogiar al anterior presidente demócrata?), se ha mostrado sorprendentemente reacio a atacar el historial económico de Bush. Un ejemplo: si vamos a la página oficial de Obama en Internet y entramos en la sección de asuntos económicos, lo primero que vemos no es un llamamiento al cambio, sino una larga cita del candidato exaltando las maravillas del libre mercado, que fácilmente podría haber salido de un discurso del presidente Bush.

En todo caso, volvamos a la economía. Hace un año titulé una de estas columnas sobre las primeras fases de la crisis económica Cosas que dan mucho miedo. Un año después, con la crisis todavía en marcha, está claro que tenía razones para estar asustado.

Fuente: www.nytsyn.com

"Sin reglas, el capitalismo se destruirá"

Entrevista a George Soros.

Multimillonario, activista político y filántropo, George Soros advierte sobre la necesidad de controlar mejor los mercados financieros y de poner límites a los abusos de la especulación. Afirma que el mundo se dirige hacia la peor crisis desde los años 30 y no duda en pronunciarse a favor de Barack Obama: su elección, dice, "sería algo positivo para el mundo"

El hombre que hizo temblar el sistema monetario europeo con sus malabarismos financieros, dueño de una de las mayores fortunas del mundo, hace tiempo que se ha reconvertido en filántropo y activista político. Nadie mejor que él, por lo tanto, para emitir un diagnóstico sobre la crisis económica que afecta a buena parte del Primer Mundo y sugerir soluciones.

George Soros, nacido en Budapest hace 78 años, se ganó la vida como empleado de baños públicos y como mozo antes de hacerse un lugar como broker en Wall Street, para lo que estudió filosofía y economía en la London School of Economics. Desde finales de los años 60 dirige su propio fondo de inversiones. Saltó a la fama en 1992, cuando sus movimientos especulativos forzaron al Banco de Inglaterra a devaluar la libra esterlina, operación con la que ganó 1000 millones de dólares. Hoy, su fortuna está valuada en cerca de 9000 millones de dólares.

—Señor Soros, ¿cómo se siente un especulador en días como los que estamos viviendo?

—(Vacila, finalmente sonríe.) No es algo fácil, pero cuando la gente me pregunta a qué me dedico, sigo contestando: "Sí, soy especulador". Especulo en el terreno de las finanzas, pero también en el de las actividades benéficas y en el de la filosofía. Y en este último sentido es en el que más orgulloso me siento de ser un especulador.

—Los mercados financieros internacionales, en los que usted ha ganado miles de millones en estos últimos años, fueron calificados por Horst Köhler, presidente de la República Federal de Alemania, como "un monstruo". ¿Se siente concernido por esa crítica?

—(Vuelve a dudar.) Probablemente haya algo de verdad en esa afirmación. Para ser claro, soy un especulador, pero no defiendo la especulación actual...

—¿Cómo hay que interpretar estas palabras?

—Yo me atengo a las reglas. Y llevo tiempo pidiendo que se mejore el control de los mercados financieros, los criterios para la concesión de créditos, por ejemplo. En ese sentido, el presidente alemán tiene razón. Tenemos que regular mejor el capitalismo, de una vez por todas. Si no lo hacemos, él mismo se acabará destruyendo, nos destruiremos todos.

—Parece que ya está pasando: los precios del petróleo y de los alimentos básicos están por las nubes. El Estado de bienestar se encuentra amenazado en los países desarrollados, y en los países pobres ya se han producido huelgas y protestas. ¿Los especuladores están conduciendo al mundo a la próxima gran crisis?

—Es cierto en parte. Cualquier forma de especulación se basa también en la realidad. Tomemos el ejemplo del petróleo: hay gran cantidad de motivos objetivos para que su precio siga subiendo.

—¿Por ejemplo?

—Oferta y demanda. Muchos campos petrolíferos son viejos, su producción se está reduciendo parcialmente, por ejemplo en México y Arabia Saudita, los principales suministradores de Occidente. Esto hace que la oferta sea menor. Además, muchos productores prefieren conservar sus reservas bajo tierra pues confían en que los precios seguirán subiendo. A esto hay que sumarle la demanda de países como China y la India. Y los precios elevados ayudan a estabilizar regímenes autoritarios y corruptos como los de Venezuela, Irán o Rusia. Es como la maldición de las materias primas. Es algo realmente perverso.

—Así que, en realidad, los especuladores son inocentes

—No, por supuesto que no. Los especuladores han creado la burbuja sobre la que descansa todo. Han tirado de los precios hacia arriba con sus expectativas, con sus especulaciones sobre el futuro, y sus actividades han alterado los precios, los han deformado, sobre todo en el campo de las materias primas. Es como acaparar alimentos en época de hambruna para beneficiarse con la previsible subida de los precios. Esto no debería permitirse. Por eso yo pido que se les prohíba a los grandes fondos de pensiones estadounidenses invertir en materias primas. Los fondos de inversión también deberían atenerse a unos requisitos mínimos si quieren invertir en materias primas. La carrera actual por hacerse con ellas me recuerda una idea recurrente hace 20 años. En aquella época, todos estaban locos por las llamadas "carteras de seguros". Al final, los inversores acabaron desequilibrando el mercado. Se cometieron excesos que terminaron en la crisis bursátil de 1987.

—¿No nos encontramos ahora ante la amenaza de una crisis semejante?

—Nos estamos adentrando en la crisis financiera más profunda desde los años 30. En los últimos tiempos hemos visto cómo estallaban varias burbujas, como la de las acciones tecnológicas y, más recientemente, la del mercado inmobiliario. En este último sector, la crisis aún no se ha manifestado en toda su magnitud. Creo que todavía no hemos visto ni la mitad de la caída de precios. En el próximo año habrá más de dos millones de propietarios incapaces de pagar sus hipotecas. Ya se está produciendo una enorme destrucción de patrimonio.

—Usted ha llegado a hablar de una "superburbuja"...

—Sí. Empezó a formarse en 1980, cuando se asentó la ideología del fundamentalismo del mercado.

—De acuerdo con la cual los mercados debían autorregularse, había que rechazar el intervencionismo estatal y eliminar las limitaciones.

—Había que confiarlo todo a la libre interacción de las fuerzas económicas. En realidad no fue un descubrimiento estadounidense. Comenzó en Gran Bretaña con Margaret Thatcher y fue llevado a Estados Unidos por el republicano Ronald Reagan. El presidente Reagan llegó a hablar de "la magia del mercado". Ni qué decir tiene que muchos lo consideran una especie de santo. Pero los tan alabados mercados empezaron a cometer toda clase de excesos que ya no podían ser controlados. Los tipos de interés eran tan bajos en Estados Unidos que los bancos animaban a los ciudadanos a que cada vez pidieran más dinero prestado. Es algo sorprendente, casi irresponsable. Al mismo tiempo existía la confianza de que el Estado intervendría cuando las cosas se pusiesen feas.

—Como en el caso del derrumbe del banco de inversiones norteamericano Bear Sterns, hace sólo unos meses. El banco central estadounidense inyectó miles de millones en el sistema bancario para impedir nuevos desastres.

—Sí, así se les salvó el pellejo; prácticamente se compró su libertad. Sin embargo, el supuesto boom acabó convirtiéndose en una crisis. Y eso es lo que estamos viviendo ahora: el final de un súper boom, el fracaso de una ideología equivocada. Estamos asistiendo al final de la sociedad de bienestar, al final de una era.

—¿Hasta qué punto está enferma la economía estadounidense?

—Creo que la recesión es inevitable. Estados Unidos prácticamente ha absorbido el dinero de la economía mundial durante años porque el dólar era la divisa base y también una divisa de reserva. Nos hemos dedicado sobre todo a pedir prestado dinero, hemos consumido más de lo que hemos producido y estamos endeudados. Pero el dólar es cada vez menos una divisa de reserva. Los precios suben, las crisis inmobiliaria y crediticia penden sobre nosotros como una espada de Damocles. Apenas tenemos margen de maniobra. Y Europa también ha cometido errores: ha subido los tipos de interés por miedo a la inflación. No es una medida inteligente. Es cierto que la recesión parte de Estados Unidos, pero los europeos están a punto de importarla.

—¿Es este el legado de la Administración Bush? Fue él quien definió la crisis económica como "un momento interesante"...

—Critico a Bush por muchos aspectos de su política, pero en este campo ha sido sólo un alumno aplicado. Su peor legado es la llamada "guerra contra el terrorismo", fue el pretexto ideal para la guerra contra Irak. Bush socavó nuestros derechos civiles y los fundamentos de nuestra Constitución.

—Usted afirma que Estados Unidos es el mayor obstáculo para conseguir un orden mundial estable y justo.

—Sí, y lo peor es el abuso del concepto de democracia por parte de Bush. A lo largo de mi ya larga vida he dedicado la mitad de mi fortuna a fomentar la democracia en el mundo...

—Ha invertido miles de millones de dólares en su Instituto de la Sociedad Abierta...

— Y he aprendido que la gente debe buscar su propio camino hacia la democracia. En el mejor de los casos, sólo se les puede ayudar a encontrarlo. Pero la democracia no se puede imponer. Bush ha abusado de los principios de la democracia. Ese es su legado.

—Sólo le quedan unos meses en el cargo. ¿Con qué sucesor especula George Soros?

—Si dependiera de ustedes, los europeos, la elección sería clara: Barack Obama.

—¿Sería una buena elección?

—Sí. Barack Obama es una personalidad extraordinaria. Tiene el potencial para transformar Estados Unidos. Lo demuestra su propia carrera, su vida de ciudadano negro en una sociedad blanca, sus esfuerzos por buscar la reconciliación. Tiene la capacidad para afrontar los grandes problemas del país. El día de las elecciones, a la gente sólo le interesa una cosa: su puesto de trabajo, la crisis inmobiliaria. Todo girará en torno a la economía.

—Muchos dudan de que Estados Unidos acabe eligiendo a un negro como presidente.

—Creo que está preparado. Y sería algo positivo para el mundo. Obama posee una buena comprensión del mundo, de lo que otras personas sienten, de cómo viven. Y Estados Unidos necesita urgentemente esta comprensión del resto del mundo. Además, los republicanos han perdido todo su prestigio.

—Sin embargo, John McCain, el antiguo héroe de guerra, parece tener posibilidades.

—Lo respeto, respeto su historia. Pero es prácticamente un fósil. No, está demasiado anclado en el pasado. Es como elegir a Herbert Hoover...

— Aquello ocurrió en 1929 y terminó en la Gran Depresión.

—No tengo ninguna duda de que John McCain es un buen hombre. Simplemente no es la persona adecuada para esta época.

*George Soros nació en Budapest en 1930. En tiempos del nazismo huyó de su país y se trasladó a Inglaterra. Allí se graduó en la London School of Economics y, posteriormente, se instaló en Estados Unidos. Reconocido promotor de la filantropía desde hace dos décadas, es el fundador del Open Society Institute, fundación dedicada a impulsar reformas sociales, económicas y legales. Es autor de numerosos ensayos y artículos, así como de nueve libros.

Fuente: www.abc.es

"Sin reglas, el capitalismo se destruirá"

Entrevista a George Soros.

Multimillonario, activista político y filántropo, George Soros advierte sobre la necesidad de controlar mejor los mercados financieros y de poner límites a los abusos de la especulación. Afirma que el mundo se dirige hacia la peor crisis desde los años 30 y no duda en pronunciarse a favor de Barack Obama: su elección, dice, "sería algo positivo para el mundo"

El hombre que hizo temblar el sistema monetario europeo con sus malabarismos financieros, dueño de una de las mayores fortunas del mundo, hace tiempo que se ha reconvertido en filántropo y activista político. Nadie mejor que él, por lo tanto, para emitir un diagnóstico sobre la crisis económica que afecta a buena parte del Primer Mundo y sugerir soluciones.

George Soros, nacido en Budapest hace 78 años, se ganó la vida como empleado de baños públicos y como mozo antes de hacerse un lugar como broker en Wall Street, para lo que estudió filosofía y economía en la London School of Economics. Desde finales de los años 60 dirige su propio fondo de inversiones. Saltó a la fama en 1992, cuando sus movimientos especulativos forzaron al Banco de Inglaterra a devaluar la libra esterlina, operación con la que ganó 1000 millones de dólares. Hoy, su fortuna está valuada en cerca de 9000 millones de dólares.

—Señor Soros, ¿cómo se siente un especulador en días como los que estamos viviendo?

—(Vacila, finalmente sonríe.) No es algo fácil, pero cuando la gente me pregunta a qué me dedico, sigo contestando: "Sí, soy especulador". Especulo en el terreno de las finanzas, pero también en el de las actividades benéficas y en el de la filosofía. Y en este último sentido es en el que más orgulloso me siento de ser un especulador.

—Los mercados financieros internacionales, en los que usted ha ganado miles de millones en estos últimos años, fueron calificados por Horst Köhler, presidente de la República Federal de Alemania, como "un monstruo". ¿Se siente concernido por esa crítica?

—(Vuelve a dudar.) Probablemente haya algo de verdad en esa afirmación. Para ser claro, soy un especulador, pero no defiendo la especulación actual...

—¿Cómo hay que interpretar estas palabras?

—Yo me atengo a las reglas. Y llevo tiempo pidiendo que se mejore el control de los mercados financieros, los criterios para la concesión de créditos, por ejemplo. En ese sentido, el presidente alemán tiene razón. Tenemos que regular mejor el capitalismo, de una vez por todas. Si no lo hacemos, él mismo se acabará destruyendo, nos destruiremos todos.

—Parece que ya está pasando: los precios del petróleo y de los alimentos básicos están por las nubes. El Estado de bienestar se encuentra amenazado en los países desarrollados, y en los países pobres ya se han producido huelgas y protestas. ¿Los especuladores están conduciendo al mundo a la próxima gran crisis?

—Es cierto en parte. Cualquier forma de especulación se basa también en la realidad. Tomemos el ejemplo del petróleo: hay gran cantidad de motivos objetivos para que su precio siga subiendo.

—¿Por ejemplo?

—Oferta y demanda. Muchos campos petrolíferos son viejos, su producción se está reduciendo parcialmente, por ejemplo en México y Arabia Saudita, los principales suministradores de Occidente. Esto hace que la oferta sea menor. Además, muchos productores prefieren conservar sus reservas bajo tierra pues confían en que los precios seguirán subiendo. A esto hay que sumarle la demanda de países como China y la India. Y los precios elevados ayudan a estabilizar regímenes autoritarios y corruptos como los de Venezuela, Irán o Rusia. Es como la maldición de las materias primas. Es algo realmente perverso.

—Así que, en realidad, los especuladores son inocentes

—No, por supuesto que no. Los especuladores han creado la burbuja sobre la que descansa todo. Han tirado de los precios hacia arriba con sus expectativas, con sus especulaciones sobre el futuro, y sus actividades han alterado los precios, los han deformado, sobre todo en el campo de las materias primas. Es como acaparar alimentos en época de hambruna para beneficiarse con la previsible subida de los precios. Esto no debería permitirse. Por eso yo pido que se les prohíba a los grandes fondos de pensiones estadounidenses invertir en materias primas. Los fondos de inversión también deberían atenerse a unos requisitos mínimos si quieren invertir en materias primas. La carrera actual por hacerse con ellas me recuerda una idea recurrente hace 20 años. En aquella época, todos estaban locos por las llamadas "carteras de seguros". Al final, los inversores acabaron desequilibrando el mercado. Se cometieron excesos que terminaron en la crisis bursátil de 1987.

—¿No nos encontramos ahora ante la amenaza de una crisis semejante?

—Nos estamos adentrando en la crisis financiera más profunda desde los años 30. En los últimos tiempos hemos visto cómo estallaban varias burbujas, como la de las acciones tecnológicas y, más recientemente, la del mercado inmobiliario. En este último sector, la crisis aún no se ha manifestado en toda su magnitud. Creo que todavía no hemos visto ni la mitad de la caída de precios. En el próximo año habrá más de dos millones de propietarios incapaces de pagar sus hipotecas. Ya se está produciendo una enorme destrucción de patrimonio.

—Usted ha llegado a hablar de una "superburbuja"...

—Sí. Empezó a formarse en 1980, cuando se asentó la ideología del fundamentalismo del mercado.

—De acuerdo con la cual los mercados debían autorregularse, había que rechazar el intervencionismo estatal y eliminar las limitaciones.

—Había que confiarlo todo a la libre interacción de las fuerzas económicas. En realidad no fue un descubrimiento estadounidense. Comenzó en Gran Bretaña con Margaret Thatcher y fue llevado a Estados Unidos por el republicano Ronald Reagan. El presidente Reagan llegó a hablar de "la magia del mercado". Ni qué decir tiene que muchos lo consideran una especie de santo. Pero los tan alabados mercados empezaron a cometer toda clase de excesos que ya no podían ser controlados. Los tipos de interés eran tan bajos en Estados Unidos que los bancos animaban a los ciudadanos a que cada vez pidieran más dinero prestado. Es algo sorprendente, casi irresponsable. Al mismo tiempo existía la confianza de que el Estado intervendría cuando las cosas se pusiesen feas.

—Como en el caso del derrumbe del banco de inversiones norteamericano Bear Sterns, hace sólo unos meses. El banco central estadounidense inyectó miles de millones en el sistema bancario para impedir nuevos desastres.

—Sí, así se les salvó el pellejo; prácticamente se compró su libertad. Sin embargo, el supuesto boom acabó convirtiéndose en una crisis. Y eso es lo que estamos viviendo ahora: el final de un súper boom, el fracaso de una ideología equivocada. Estamos asistiendo al final de la sociedad de bienestar, al final de una era.

—¿Hasta qué punto está enferma la economía estadounidense?

—Creo que la recesión es inevitable. Estados Unidos prácticamente ha absorbido el dinero de la economía mundial durante años porque el dólar era la divisa base y también una divisa de reserva. Nos hemos dedicado sobre todo a pedir prestado dinero, hemos consumido más de lo que hemos producido y estamos endeudados. Pero el dólar es cada vez menos una divisa de reserva. Los precios suben, las crisis inmobiliaria y crediticia penden sobre nosotros como una espada de Damocles. Apenas tenemos margen de maniobra. Y Europa también ha cometido errores: ha subido los tipos de interés por miedo a la inflación. No es una medida inteligente. Es cierto que la recesión parte de Estados Unidos, pero los europeos están a punto de importarla.

—¿Es este el legado de la Administración Bush? Fue él quien definió la crisis económica como "un momento interesante"...

—Critico a Bush por muchos aspectos de su política, pero en este campo ha sido sólo un alumno aplicado. Su peor legado es la llamada "guerra contra el terrorismo", fue el pretexto ideal para la guerra contra Irak. Bush socavó nuestros derechos civiles y los fundamentos de nuestra Constitución.

—Usted afirma que Estados Unidos es el mayor obstáculo para conseguir un orden mundial estable y justo.

—Sí, y lo peor es el abuso del concepto de democracia por parte de Bush. A lo largo de mi ya larga vida he dedicado la mitad de mi fortuna a fomentar la democracia en el mundo...

—Ha invertido miles de millones de dólares en su Instituto de la Sociedad Abierta...

— Y he aprendido que la gente debe buscar su propio camino hacia la democracia. En el mejor de los casos, sólo se les puede ayudar a encontrarlo. Pero la democracia no se puede imponer. Bush ha abusado de los principios de la democracia. Ese es su legado.

—Sólo le quedan unos meses en el cargo. ¿Con qué sucesor especula George Soros?

—Si dependiera de ustedes, los europeos, la elección sería clara: Barack Obama.

—¿Sería una buena elección?

—Sí. Barack Obama es una personalidad extraordinaria. Tiene el potencial para transformar Estados Unidos. Lo demuestra su propia carrera, su vida de ciudadano negro en una sociedad blanca, sus esfuerzos por buscar la reconciliación. Tiene la capacidad para afrontar los grandes problemas del país. El día de las elecciones, a la gente sólo le interesa una cosa: su puesto de trabajo, la crisis inmobiliaria. Todo girará en torno a la economía.

—Muchos dudan de que Estados Unidos acabe eligiendo a un negro como presidente.

—Creo que está preparado. Y sería algo positivo para el mundo. Obama posee una buena comprensión del mundo, de lo que otras personas sienten, de cómo viven. Y Estados Unidos necesita urgentemente esta comprensión del resto del mundo. Además, los republicanos han perdido todo su prestigio.

—Sin embargo, John McCain, el antiguo héroe de guerra, parece tener posibilidades.

—Lo respeto, respeto su historia. Pero es prácticamente un fósil. No, está demasiado anclado en el pasado. Es como elegir a Herbert Hoover...

— Aquello ocurrió en 1929 y terminó en la Gran Depresión.

—No tengo ninguna duda de que John McCain es un buen hombre. Simplemente no es la persona adecuada para esta época.

*George Soros nació en Budapest en 1930. En tiempos del nazismo huyó de su país y se trasladó a Inglaterra. Allí se graduó en la London School of Economics y, posteriormente, se instaló en Estados Unidos. Reconocido promotor de la filantropía desde hace dos décadas, es el fundador del Open Society Institute, fundación dedicada a impulsar reformas sociales, económicas y legales. Es autor de numerosos ensayos y artículos, así como de nueve libros.

Fuente: www.abc.es

viernes, 22 de agosto de 2008

El poder de los partidos

Por: Claudio Fuentes, Director de FLACSO-Chile
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Los actores políticos no cesan de buscar fórmulas para fortalecer el rol de los partidos. Hace poco, el gobierno envió una propuesta al Congreso proponiendo la pérdida del escaño para aquellos parlamentarios electos que renunciaran al partido por el cual habían competido en las elecciones. Y la semana pasada tuvo que escogerse a quien ocuparía el escaño que quedó vacante tras el fallecimiento del diputado Juan Bustos (PS). La reforma constitucional de 2005 -aprobada con los votos de la oposición y el gobierno- estableció que le correspondía a los partidos definir el reemplazo en caso de vacancia de un representante de la ciudadanía.
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¿Resulta adecuada esta estrategia para fortalecer la democracia? Estimo que no. En un marco de partidos con precarios mecanismos de democracia interna, lo que estas iniciativas hacen es alejar todavía más a la ciudadanía de la representación política. Se fortalecería la democracia si, por ejemplo, se convocara a nuevas elecciones dentro del distrito de producirse una vacante. Si las autoridades del Congreso representan a un determinado territorio, lo esperable es que la ciudadanía de ese mismo territorio pueda definir al reemplazante.
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Algunos sistemas políticos establecen la modalidad de "suplentes" que son definidos en listas cuando se compite en una elección. En otros casos, la fórmula elegida para reemplazar a un representante es la convocatoria a elecciones inmediatas. Una democracia sin partidos corre un serio peligro. Sin embargo, la exigencia contemporánea es que dichos partidos puedan representar los intereses presentes en la sociedad. Otorgarle atribuciones a los partidos sin considerar a quienes ellos representan es el mejor prefacio para su muerte.
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Sabida es la distancia entre la ciudadanía y la política. Las encuestas muestran el descrédito de los partidos, la apatía de la ciudadanía por participar de instancias políticas y el fuerte cuestionamiento que existe respecto del rol que cumplen los partidos en posiciones de poder. Aquella distancia no es particular de Chile ni de este preciso momento político. Comparativamente, otras democracias mucho más consolidadas que la nuestra evidencian esa misma brecha y es muy probable que nuestros padres y abuelos criticaran de igual manera al sistema político.
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El problema es otro. No debiese preocuparnos tanto la distancia entre ciudadanos y partidos -que es probable que se mantenga e incremente en forma oscilante-, sino la existencia o no de vasos comunicantes entre una esfera y otra. En los últimos años se ha advertido una recuperación de los niveles de actividad social, pero ella tiende a ocurrir fuera del espacio de los partidos. No sería aconsejable ni deseable que los partidos coopten a estas nuevas expresiones sociales. El desafío para los partidos -como intermediarios entre la sociedad y el Estado- es hacerse cargo de las demandas sociales incorporándolas en sus agendas y abriendo oportunidades para el debate político y social. Una estructura de partidos más abierta es capaz de captar nuevas sensibilidades y conflictos emergentes.
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Lo anterior no ocurre en Chile y el marco legal no favorece aquella necesaria interacción entre partidos y sociedad. Desde el retorno a la democracia prácticamente la totalidad de los partidos se han constituido en grupos cerrados, organizados a partir de "lotes" y que más que promover agendas programáticas han buscado mantener y ampliar sus bases de poder interno. La legislación de partidos heredada del régimen militar favorece precisamente este esquema de funcionamiento cerrado.
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Fuente: FLACSO-Chile

martes, 19 de agosto de 2008

El clima de la seguridad

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Si bien George W. Bush ha comenzado a admitir los riesgos del cambio climático global, su administración no tomó la delantera en el tema durante ocho años. Esto puede cambiar después de las elecciones norteamericanas de 2008. Ambos candidatos presidenciales, Barack Obama y John McCain, prometen tomarse el cambio climático más seriamente.
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Las emisiones de dióxido de carbono, un gas de tipo invernadero que se acumula en la atmósfera y es una causa importante de las crecientes temperaturas, es un producto derivado de una amplia gama de actividades económicas normales. Y, como las emisiones de CO2 son lo que los economistas llaman una “externalidad negativa” –los emisores no cargan con el costo total del daño que causan-, existe pocos incentivos para reducirlas.
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El consumo de cigarrillo es un ejemplo similar: los que no fuman deben cargar con parte de los costos incrementados de la atención sanitaria que impone el hábito de fumar. Pero, a diferencia del consumo de cigarrillo, que se puede desalentar a través de impuestos y regulaciones, no existe ningún gobierno global que regule las excesivas emisiones de CO2, y los países se sienten tentados de dejarle el remedio a otros. Es más, algunos países, como Rusia, que podrían beneficiarse económicamente si Siberia fuera más cálida, tienen diferentes incentivos que países como Bangladesh, un país pobre que probablemente termine inundado como consecuencia de los crecientes niveles del mar que acompañarán el calentamiento global.
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Algunos científicos predicen que el cambio climático causará serios problemas, como desastres naturales vinculados con el clima, sequías y hambrunas, que pueden derivar en una cuantiosa pérdida de vida. El calentamiento global entre 1,6 y 2,8 grados Celsius en las próximas tres décadas haría crecer los niveles del mar en medio metro.
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Este es un cálculo conservador, y si el calentamiento avanza más rápidamente por la pérdida de la reflectividad del hielo del Artico y la liberación de CO2 y metano del permafrost que se derrite, los crecientes niveles del mar podrían conducir al sumergimiento de islas bajas y, por ende, amenazar la supervivencia de naciones enteras. Al mismo tiempo, en Africa y Asia central, el agua se volverá más escasa y las sequías reducirán el suministro de alimentos.
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Los shocks externos producidos por el cambio climático afectarán directamente a las economías avanzadas. Si los crecientes niveles del mar inundan las Islas Maldivas, los efectos del cambio climático serían tan devastadores como una bomba nuclear, y hasta para Estados Unidos y Europa, el daño ocasionado, digamos en Florida u Holanda, podría ser igualmente costoso.
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Pero estos shocks externos también pueden tener efectos indirectos al agravar las disparidades entre países desarrollados y en desarrollo y crear incentivos adicionales para la migración masiva a regiones ricas, menos afectadas y más adaptables. Por otra parte, el cambio climático ejercerá presión sobre los gobiernos débiles en los países pobres, y puede generar un incremento en la cantidad de estados fallidos así como convertirse en una fuente indirecta de conflicto internacional. El secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki Moon, sostuvo en 2007 que el conflicto de Darfur “empezó como una crisis ecológica, que surgió en parte del cambio climático”.
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Este tipo de efectos directos e indirectos de la actividad humana, si bien no tienen intenciones malevolentes como el terrorismo, son un argumento para la ampliación de nuestro concepto de seguridad y la adopción de nuevas políticas.
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Existen dos instrumentos básicos para reducir las emisiones de carbono y, por ende, mitigar el calentamiento global. La innovación tecnológica y la mayor eficiencia energética tienen un potencial considerable. Por ejemplo, el secuestro de carbono permite la captura y el almacenamiento de carbono en formaciones geológicas subterráneas y mares profundos. Por lo tanto, se libera menos CO2 a la atmósfera.
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Pero la innovación tecnológica por sí sola tal vez no sea suficiente. El otro instrumento básico incluye incentivos y desincentivos económicos. El llamado sistema de intercambio de emisiones apunta a controlar las emisiones de carbono asignando permisos comerciables. También se propuso un impuesto al carbono como un método para reducir el consumo de combustibles fósiles.
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No todos adoptarán este tipo de instrumentos. En 2007, China superó a Estados Unidos como el principal emisor de CO2 del mundo. Pero China señala que, sobre un cálculo per capita, las emisiones norteamericanas son cinco veces superiores. China, India y otros países sostienen que el desarrollo económico en los países ricos causó la mayor parte del problema existente, y que es injusto que los países en desarrollo tengan que reducir sus emisiones hasta alcanzar los niveles de emisiones de los países ricos. Pero se trata de una fórmula para el desastre global. El clima del mundo se ve afectado por las emisiones totales, no importa su origen.
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China utiliza carbón, un combustible particularmente intenso en CO2, para el 70% de su suministro de energía comercial, mientras que el carbón representa una tercera parte de la energía total de Estados Unidos. Se estima que China hoy construye dos nuevas plantas energéticas alimentadas a carbón por semana.
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El carbón es barato y existe en abundancia en China, lo cual es importante ya que el país brega por recursos energéticos para mantener en funcionamiento sus muchas industrias consumidoras de energía. Dado que las bombas, las balas y los embargos de la política de seguridad tradicional son irrelevantes, ¿qué pueden hacer Estados Unidos y otros países ricos respecto de esta amenaza a la seguridad?
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Un informe de 2007 de la Agencia Internacional de Energía (creada después de la crisis petrolera de 1973 para brindar asesoramiento a los países industriales) instó a que se implementara una estrategia de cooperación para ayudar a China y a India a volverse más eficientes en materia de energía. En otras palabras, para impedir un cambio climático peligroso y promover su propia seguridad, Estados Unidos y otros países ricos quizá tengan que forjar una sociedad con China, India y otros países para desarrollar ideas creativas, tecnologías y políticas.
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Cada vez se reconoce con más frecuencia que el cambio climático es uno de los desafíos transnacionales con mayores implicancias ambientales, económicas y de seguridad, y un poderoso movimiento ambientalista global constantemente resalta su importancia. Los primeros pronunciamientos de McCain y Obama son alentadores, pero buscar un acuerdo internacional seguirá siendo un desafío no importa quién resulte electo.
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Fuente: Project Syndicate

lunes, 18 de agosto de 2008

En busca de más calidad democrática

Por: Manuel Antonio Garretón
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Terminadas las transiciones y asegurada una consolidación de los regímenes post—dictatoriales, a pesar de las desestabilizaciones y caídas de presidentes bajo presión popular —problemática central de los ochenta y noventa y comienzos de esta década—, una nueva cuestión se hace predominante: es la calidad de la democracia conquistada y consolidada. Si bien es cierto que desde la instalación misma de los nuevos regímenes existió en varios sectores la preocupación por el tipo de democracia que se estaba gestando, ella fue menor frente al tema de la mera existencia del régimen democrático y a los riesgos iniciales de reposición de dictaduras, y también se orientaba más a la herencia o enclaves legados por éstas que a los rasgos nuevos de la vida política. Hoy que este riesgo parece lejano, la calidad de las democracias latinoamericanas ocupa el lugar principal del análisis y debate político.
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De eso dan cuenta rankings e indicadores que se ofrecen, sea a partir de encuestas que miden subjetividad, o a través de datos que se extraen de la realidad institucional o del funcionamiento efectivo de las democracias. Ellos pueden ser de resultados socioeconómicos, de calidad de las instituciones o de niveles de satisfacción o una combinación de algunos o todos ellos.
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Hay tres aspectos, sin embargo, de los que estos rankings o indicadores no dan cuenta. El primero de ellos se refiere a que la mera existencia de determinadas instituciones, propias de la democracia, en determinados contextos no garantiza su carácter democrático. Por ejemplo, la presencia de elementos constitucionales antidemocráticos o el hecho que una Constitución haya sido heredada del régimen dictatorial sin la generación de una nueva y democrática. O, al revés, elementos que en una determinada sociedad pueden satisfacer los estándares democráticos, en otras pueden mermar la calidad de esa democracia. Es lo que ocurre con los sistemas electorales. Se ha hecho un lugar común afirmar que éstos son neutros y que uno no es más democrático que otro. Y lo cierto es que si uno examina los efectos en una sociedad, se dará cuenta de que no es igualmente democrático un sistema que otro y que los bienes que todo sistema electoral busca garantizar, como proporcionalidad, pluralismo, participación, no quedan igualmente garantizados en determinada sociedad por un sistema que sí puede garantizarlo en otra. Así se pueden cumplir todos los requerimientos de elecciones libres, competitivas y transparentes y el resultado no ser la expansión y profundización democrática sino la conformación de una elite cerrada y excluyente. Lo mismo ocurre con la conformación del Poder Judicial o las relaciones Ejecutivo—Legislativo, por nombrar algunos temas que no pueden ser analizados con criterios cuantitativos y que ponen un límite al análisis comparativo. Cuando el análisis de la calidad democrática en un sistema de rankings e indicadores que no muestran la historicidad de cada situación deja de ser una manera más de analizar y se transforma en la única, estamos frente al predominio de la razón tecnocrática y mediática por sobre la deliberación argumentativa que es la esencia del análisis democrático. Para decirlo muy directamente y con un ejemplo, no deja de ser grosero que un país como Chile, que no tiene una Constitución democrática, que tiene un sistema electoral excluyente y que le da a la minoría un poder de veto, un Poder Judicial con jueces que defienden la impunidad por las violaciones de derechos humanos, aparezca en los primeros lugares de los rankings de calidad democrática.
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El segundo aspecto tiene que ver con que, sin minusvalorar la autonomía de la democracia política, la calidad de ésta se ve afectada necesariamente por elementos socioeconómicos y culturales. La cuestión de la igualdad efectiva de derechos, que toca a uno de los principios éticos fundantes de la democracia política y que exige la distribución equitativa del poder y la riqueza y la existencia de una verdadera comunidad socioeconómica, y la cuestión de la diversidad cultural, que no impide sino fortalece la cohesión social, son elementos que si bien no pueden considerarse como condición de existencia de los regímenes democráticos, son indispensables de considerar a la hora de evaluar su calidad. La ausencia de estas dimensiones en los rankings de democraticidad, desfigura absolutamente los análisis comparativos y los transforma a veces en instrumentos más ideológicos que científicos.
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El tercer aspecto, del que daba cuenta Fernando Vallespín hace unas semanas en la reunión de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política de Costa Rica, se refiere a que no siempre en la evaluación de la calidad de la democracia se tiene en cuenta la transformación de las democracias representativas a través de partidos políticos en democracias orientadas por la lógica mediática en que el demos, ciudadanía o electorado, los candidatos y también los que ocupan los más altos puestos de representación, dejan de responder a las opciones partidarias y quedan capturados en la lógica de los medios de comunicación, que es todo menos el reino de la democracia deliberativa o argumentativa, aunque en determinados contextos los medios puedan jugar un papel de gran importancia democrática, siempre que no sean la única fuente de información y análisis y que no domine la idea de que no se existe si no se está en los medios. La transformación de los medios en poderes fácticos limita el carácter democrático de los procesos políticos, lo que se agrava en situaciones en que ni siquiera existe el pluralismo dentro de ellos. Para decirlo con ejemplos, es evidente que la Italia de Berlusconi es menos democrática que muchas democracias que aparecen más bajo que Italia en los rankings, aunque figure en un lugar alto en esas mediciones. Y eso se puede aplicar en nuestros propios países también.
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No se trata de negar el valor que puedan tener los índices y rankings de la calidad democrática, sino de señalar sus límites y profundizar los análisis con argumentos que den cuenta de los contextos históricos y del sentido que en esos marcos tienen tales índices.
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jueves, 14 de agosto de 2008

La resurrección de Dios

Por: Héctor Pavón
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Desde que Nietzsche popularizó la frase "Dios ha muerto" y predijo que las iglesias serían sólo su sepulcro, la religión no dejó de renacer. La diferencia, ahora, es que lo hace en el discurso político y vuelve al debate de ideas en boca de filósofos como Vattimo o periodistas como Christopher Hitchens, quien acaba de publicar Dios no es bueno.
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En 1209 la ciudad francesa de Béziers fue saqueada y la población cátara masacrada por fuerzas papales que se encontraban bajo el mando de Simón de Montfort. Poco antes de los ataques, un oficial le preguntó a Montfort cómo debía hacer para reconocer a los "herejes" de los "verdaderos cristianos". El capitán, con sequedad, le respondió "Mátenlos a todos, Dios reconocerá los suyos".
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Esos "suyos" son los que multiplican aún hoy su nombre casi como un mandamiento más. La palabra Dios está en todas partes. Y no sólo aparece por millones en Google y en las marquesinas de las cada vez más numerosas iglesias evangélicas. La omnipresencia divina trasciende en la actualidad todos los escenarios. Sale de los templos, atraviesa escritorios políticos, se desparrama en las creencias populares y se reproduce insistentemente en territorios habituales y extraños. Esto no fue siempre así. Existe un palpable retorno de la espiritualidad, los creyentes entablan diálogos más personales con lo sagrado, lo divino, aquello que está por encima de los andamiajes de las grandes religiones y también de las más pequeñas que se reproducen casi diariamente.
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Para muestra veamos novedades editoriales. En los últimos meses se han publicado libros con títulos como Dios no es bueno (Debate), de Christopher Hitchens; Ganarle a Dios (Edhasa), de Hanna Krall; Dios está en el cerebro (Norma), de Mathew Alper; No ser Dios (Paidós), autobiografía de Gianni Vattimo; Las políticas de Dios (Norma), de Gilles Kepel o incluso Por qué no podemos ser cristianos (Del Nuevo Extremo), de Piergiorgio Odifreddi, entre otros que lo aluden directa o indirectamente. Esos títulos no necesariamente reflejan una referencia al estudio de la deidad, pero no han podido obviar su mención.
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Una voz resuena, repercute, molesta: ¿Se trata de un retorno, regreso, resurrección del nombre divino? "Creo que se habla de otra manera", arriesga el ensayista Esteban Ierardo: "El hablar actual sobre Dios tiende a alejarse del compromiso con los dogmas o ritos de las religiones establecidas. La invocación a Dios es quizá ansia de una fuerza que dé sentido a la propia vida. Claro que la aproximación a lo divino sigue estando mediada por las grandes religiones monoteístas y por el creciente evangelismo y otros cultos (como Hare Krishna, budismo, yoga, o cultos populares, como el del Gauchito Gil). Pero ahora las vías tradicionales y colectivas de la religión conviven con la aparición de un sujeto que puede ser receptivo a varias creencias religiosas, pero sin perder por esto su independencia, su no pertenencia formal a ningún culto en particular".
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La sensación, casi certeza es que este Dios que entendemos como un viejo huésped se construye y reconstruye más allá de las estructuras religiosas, mal que le pese a las instituciones de todos los credos. A veces, hasta magnifica y se mezcla con el discurso político. En mayo de 2006, el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, envió una carta abierta al presidente de EE. UU. George Bush, sobre la política global, donde ponía en evidencia la mezcla de discursos religiosos y políticos. Era muy llamativo el lenguaje utilizado. Ahmadinejad escribía: "Si los profetas Abraham, Isaac, Jacob, Ismael, José o Jesucristo (la paz esté con él) estuvieran hoy entre nosotros, ¿cómo juzgarían tales conductas?" En obvia referencia a la actitud bélica de Bush. "Me han dicho que su Excelencia sigue las enseñanzas de Jesús (la paz esté con él) y que cree en la promesa divina de un reinado de los justos en la tierra", proseguía Ahmadinejad, recordándole que "según versículos divinos, todos estamos llamados a adorar a un Dios y a seguir las enseñanzas de los Profetas divinos" y agrega: "El liberalismo y la democracia de corte occidental no han podido contribuir a la realización de los ideales de la humanidad.
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Hoy, esos dos conceptos han fracasado. Los más clarividentes pueden oír ya el ruido de la fractura y caída de la ideología y del pensamiento de los sistemas liberaldemocráticos"; y concluye: "Nos guste o no, el mundo gravita hacia la fe en el Todopoderoso y la justicia y la voluntad de Dios prevalecerán sobre todas las cosas". Pocas veces ha ocurrido que presidentes de países tan diferentes compartan vocabulario místico. George Bush había dicho anteriormente que invadía Irak porque Dios se lo había pedido y Osama bin Laden, a su vez, decía haber emprendido una guerra santa contra los Estados Unidos. Todo dios es político.
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Dice el filósofo francés Michel Onfray, autor del Tratado de ateología (De la Flor) y ateo militante, que en Europa hay un retorno hacia prácticas espirituales; que en los países de Asia y Oriente hay una expansión; y que en EE. UU. , un refuerzo. "El fin de las ideologías, de los grandes discursos políticos y éticos, dejó a los hombres desamparados, y éstos se refugian en un cielo que permite todos los delirios para hacer la vida más vivible –argumenta–. No satisfecho con la prohibición de comer el fruto prohibido, Dios no cesó de manifestarse mediante interdicciones. Las religiones monoteístas no viven sino de prescripciones y de exhortaciones: hacer y no hacer, decir y no decir, pensar y no pensar... Prohibido y autorizado, lícito e ilícito, los textos religiosos abundan en codificaciones existenciales, alimentarias, de comportamiento, rituales, etcétera".
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La noción de retorno no es buena, advierte Danièle Hervieu—Léger socióloga y directora de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París. A mediados del siglo XX comenzó una proliferación de creencias que los grandes aparatos religiosos no controlaban. Hay desregulación, dice Hervieu— Léger, la manera en que se lleva a cabo el proceso de individualización, de subjetivación de creencias y, como, en efecto, se desmoronaron y continúan desmoronándose los grandes códigos gestionados por los aparatos religiosos. No hay retorno. Las instituciones religiosas tienen, de un modo variable según cada sociedad, cada vez menos influencia en las conciencias. Los individuos mismos fabrican todo tipo de pequeños sistemas de creencias en función de sus intereses, de su inspiración, de su disposición, de sus experiencias".
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El origen de la fe
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¿Cuándo nació Dios? ¿Hay origen? El sociólogo Emile Durkheim buscaba en su investigación la esencia del fenómeno religioso, es decir, las primeras noticias de la religión o de Dios y así llegó al totemismo. Anteriormente, Hegel había encontrado cómo distintos pueblos habían representado lo sagrado mediante símbolos naturales, piedras, flores, vegetales, animales. Dice el filósofo Rubén Dri que no se conoce pueblo sin religión. Esto, sin embargo, no constituye ninguna prueba de la existencia de la divinidad como se ha sostenido desde las instituciones religiosas y sus credos. Pero sí prueba que la religión forma parte esencial de la cultura humana; que no es un invento de chamanes, brujos, imanes o sacerdotes. "La religión surge de la necesidad de dar sentido a la realidad, de escapar al caos que significa el sinsentido. El hombre desde un principio no dejó de experimentar una fractura que había despedazado su integridad. Algo andaba mal. Se necesitaba una recomposición para que el caos no terminara de arrojarlo al sinsentido. Surge entonces una actividad esencialmente simbólica, destinada a otorgar sentido al grupo, etnia, tribu o pueblo y, en consecuencia, al individuo. Es la religión", escribe Dri.
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Hacia los años 2900—3000 aC. aparecen las primeras oraciones de los sumerios y posteriormente esa cultura de la oración religiosa fue parte de los babilonios. El primer monoteísmo se encuentra en el culto del dios solar egipcio Atón promovido por el faraón Akenatón que gobernó entre 1358 y 1340 aC. Este dios del sol es citado frecuentemente como el ejemplo de monoteísmo más antiguo del que se tiene conocimiento y a veces puede ser citado como una influencia formativa del judaísmo temprano.
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El largo entierro
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En el siglo XIX Friedrich Nietzsche declamó: Dios ha muerto.
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Lo escribió en dos de sus obras pilares: La gaya ciencia y Así habló Zaratustra. De allí surge el fundamento del nihilismo, como consecuencia de esa muerte. Una idea que Hegel ya había esgrimido tiempo antes. Dice Onfray: "Dios no está muerto ni agonizante, al contrario de lo que pensaba Nietzsche, porque no es mortal. Las ficciones no mueren, las ilusiones tampoco; un cuento para niños no se puede refutar. Ni el hipogrifo ni el centauro están sometidos a la ley de los mamíferos. Un pavo real, un caballo, sí; un animal del bestiario mitológico, no. Ahora bien, Dios proviene del bestiario mitológico como miles de otras criaturas que aparecen en los diccionarios en innumerables entradas, entre 'Démeter' y 'Discordia'. Así pues, Dios durará tanto como las razones que lo hacen existir; sus negadores también... ¡Parece un inmortal!"
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A Dios se le atribuye omnipotencia (todo lo puede); omnisciencia (todo lo sabe); omnipresencia (todo lo abarca) y omnibenevolencia (es absolutamente bueno). Hay disidencias en cuanto al afirmar que es moralmente bueno. Christopher Hitchens en su libro Dios no es bueno dispara contra las religiones y dice: "La religión dijo sus últimas palabras inteligibles, nobles o inspiradoras hace mucho tiempo; a partir de ese momento, se convirtió en un humanismo admirable pero nebuloso, igual que le pasó, por ejemplo, a Dietrich Bonhoeffer, un valiente pastor luterano ahorcado por los nazis por negarse a actuar en connivencia con ellos. No habrá más profetas ni sabios de antiguo cuño, lo cual es la razón por la que las devociones de hoy en día son únicamente ecos de repeticiones del ayer, a veces elaboradas hasta el hilarante extremo de conjurar una terrible vacuidad".
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Ciencia vs. religión
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Hubo un viejo enfrentamiento nunca definitivamente terminado entre ciencia y religión que no ha admitido posiciones intermedias. La teoría de la evolución era quizá el elemento más contundente en la separación entre ambos mundos. La disolución, el apartamiento de teorías como el positivismo científico y el marxismo que creían haber puesto a la religión en el terreno de lo mágico y lo ficcional, ha posibilitado un mayor diálogo entre las dos esferas.
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Santiago Zabala, filósofo italiano, sostiene que después de la modernidad no quedan fuertes razones filosóficas para que un ateo rechace la religión ni para ser un teísta que rechace la ciencia. En la condición posmoderna, explica, la fe, que ya no está basada en la imagen platónica de un Dios inmóvil, absorbe estos dualismos sin encontrar en ellos ninguna razón de carácter conflictivo.
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Ha habido un reto permanente y mutuo entre Iglesias y ciencia en el que temporariamente una de ellas ha tenido la pretensión de hacerse valer como única fuente de verdad. Gianni Vattimo dice que las discusiones sobre los milagros, sobre la posibilidad misma de demostrar o no la existencia de Dios, sobre la conciliación entre omnipotencia y omnisciencias divinas y libertad humana, estuvieron siempre motivadas por la idea de que "la verdad nos hará libres". Sólo podía ser la verdad objetiva. La Iglesia hizo lo mismo y aplicó esa conceptualización a los enunciados de la Biblia. Vattimo dice que en ello han incluido aquellos preceptos que expresaban la astronomía y la cosmología de los antiguos como Galileo y el heliocentrismo o la orden de parar dada al sol por Josué delante de las murallas de Jericó, entre otros. "Ya fuera para responder al desafío de la ciencia moderna, ya para sentar las bases desde las cuales predicar el cristianismo a mundos y culturas remotas, lo cierto es que la Iglesia fue desarrollando de modo progresivo toda una doctrina de los preambula fidei en relación cada vez más estrecha con una metafísica de tipo objetivista".
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Dios, el retorno
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En Francia ha surgido una tendencia paradójica: el ateísmo cristiano. Es la posición de algunos filósofos que dicen no creer en Dios (por lo cual son ateos), pero que suscriben a todos los valores cristianos (en lo que son, por lo tanto, cristianos y ateos). Es una idea que afirma al mismo tiempo la excelencia de los valores cristianos y la índole insuperable de la moral evangélica.
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Richard Rorty ha sumado sus argumentos en un libro breve que publicó con Vattimo titulado El futuro de la religión (Paidós). Allí escribió: "Coincido con Hume y con Kant en que el concepto de 'prueba empírica' es irrelevante a la hora de hablar de Dios, pero este punto sirve por igual contra el ateísmo y el teísmo. El presidente Bush ha aportado un buen argumento cuando dijo, en un discurso destinado a complacer a los fundamentalistas cristianos, que 'el ateísmo es una fe', pues 'no puede confirmarse ni refutarse mediante argumentos o pruebas'. Pero lo mismo puede aplicarse, desde luego, al teísmo. Ni los que afirman ni los que niegan la existencia de Dios pueden reclamar, de forma plausible, tener pruebas de su parte. Ser religioso en el Occidente moderno no tiene mucho que ver con la explicación de fenómenos específicamente observables", argumentó Rorty.
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Gianni Vattimo explica que habría que tomar en cuenta dos variantes para hablar del retorno de lo religioso. Por un lado, el retorno como exigencia, como nueva vitalidad de iglesias y sectas, como búsqueda de doctrinas y prácticas distintas: la 'moda' de las religiones orientales, etc. y está motivado por la inminencia de riesgos globales que nos parecen inéditos, sin precedentes en la historia de la humanidad. Empezó después de la Segunda Guerra Mundial con el miedo a una posible guerra atómica y siguió hasta el presente con el miedo a la proliferación de armas de destrucción masiva, los desmadres ecológicos, la manipulación genética, entre otros temores. Por el lado de la filosofía y de la reflexión explícita, el retorno de lo religioso parece producirse de formas muy diversas, ligadas a las vicisitudes teóricas que aparecen más bien remotas y contrastan con la inspiración, las más de las veces 'fundamentalistas', de la nueva religiosidad inspirada en los temores apocalípticos difundidos en nuestra sociedad. Por su parte, Zabala disiente: "El renacimiento de la religión en el tercer milenio no viene motivado tanto por las amenazas globales –el terrorismo o la catástrofe ecológica planetaria– como por la muerte de Dios, por la secularización de lo sagrado que ha estado en el centro del proceso a través del cual se ha desarrollado la civilización del mundo occidental".
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Años atrás el filósofo argentino Enrique Marí explicaba este resurgimiento que se hacía evidente: "Hay nuevos relatos que ponen en juego soluciones imaginarias, creencias mágicas, cosas que son semejantes a los mitos, simples supersticiones, relatos vinculados a mentalidades primitivas que aparecen junto a la religión tradicional. El hombre está atormentado por los problemas que tiene que reinventar para seguir viviendo. Atormentado por su condición, el hombre recurre a la religión y a la creencia para soportar las condiciones de la vida y sus avatares. Hay un desencanto de la época, la economía no da posibilidades de respuesta.
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"En Oriente y Occidente la humanidad acosada por el ímpetu tecnológico, las guerras, la discutible muerte de Dios, la falta de cielos protectores, el exceso de desencantos y los fracasos de las utopías, recurre al diálogo de características religiosas. Algunos se vuelcan al budismo, es una moda que tiene muchos seguidores en Hollywood, aunque el último grito sea la Kabbalah, una forma mística del judaísmo.
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Pero el mundo de lo sagrado, ¿es una novedad? Lo sagrado no se perdió, dice la antropóloga Verónica Riera "La cuestión de la pérdida es una construcción de nuestra sociedad porque en realidad lo sagrado es ahistórico. La pérdida es relativa, depende de quién lo enuncia, el mundo de lo sagrado es dinámico y cambiante a lo largo del tiempo, en todo caso la diferencia es que ahora hay conciencia de lo sagrado".
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"Si Dios creó el mundo, fue por temor de la soledad: ésa es la única explicación de la Creación", pensó E. M. Cioran. Al fin y al cabo, la religión también sirve para combatir la soledad. De dioses y mortales.
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El hombre que nos describió el infierno

Por: Mario Vargas Llosa
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Como en la última etapa de su vida se dedicó a lanzar fulminaciones bíblicas contra la decadencia de Occidente y a defender un nacionalismo ruso sustentado en la tradición y el cristianismo ortodoxo, se había vuelto una figura incómoda, hasta antipática, y ya casi no se hablaba de él. Ahora que, a sus 89 años, un ataque cardíaco acabó con su vida, se puede formular un juicio más sereno sobre este intelectual y profeta moderno, acaso el escritor que más tumultos y controversias haya provocado en todo el siglo veinte.
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Digamos, ante todo, que su corazón resistiera 89 años las indescriptibles penalidades que debió afrontar —la guerra mundial contra el fascismo, las torturas y el confinamiento de tantos años en los campos de exterminio soviético, el cáncer, el exilio de otros tantos años en el páramo siberiano, la persecución y la censura, las campañas de calumnia y descrédito, la expulsión deshonrosa y la privación de la ciudadanía, el secuestro de sus manuscritos, etcétera— es un milagro de la voluntad imponiéndose a la carne miserable, una prueba inequívoca de que aquella potencia del espíritu para sobreponerse a la adversidad no es sólo patrimonio de los héroes epónimos que glorifican las religiones e inventan las sagas y los cantares de gesta, pues encarna a veces, de siglo en siglo, en alguna figura tan terrestre y perecedera como el común de los mortales.
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No fue un gran creador, como lo fueron sus compatriotas Tolstoi y Dostoievski, pero su obra durará tanto o más que la de ellos y que la de cualquier otro escritor de su tiempo como el más desgarrado e intenso testimonio sobre los desvaríos ideológicos y los horrores totalitarios del siglo XX, las injusticias y crímenes colectivos de los que fueron víctimas entre 30 y 40 millones de personas, una cifra tan enorme que vuelve abstracto y casi desvanece en su gigantismo astral lo que fue el miedo cerval, el dolor inconmensurable, la humillación y los tormentos psicológicos y corporales que precedieron y acompañaron el exterminio de esa humanidad por la demencia despótica de Stalin y del sistema que le permitió convertirse en uno de los más crueles genocidas de toda la historia.
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Archipiélago Gulag es mucho más que una obra maestra: es una demostración de que, aun en medio de la barbarie y el salvajismo más irracionales, lo que hay de noble y digno en el ser humano puede sobrevivir, defenderse, testimoniar y protestar. Que siempre es posible resistir al imperio del mal y que si esa llamita de decencia y limpieza moral no se apaga a la larga termina por prevalecer contra el fanatismo y la locura autoritaria.
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No es un libro fácil de leer, porque es denso, prolijo y repetitivo, y porque desde sus primeras páginas una asfixia se apodera del lector, una terrible desmoralización por la suciedad moral y la estupidez que anima los crímenes políticos, las torturas, las delaciones, los extremos de ignominia en que verdugos y víctimas se confunden, el miedo convertido en el aire que se respira, con el que hombres y mujeres se acuestan y se levantan, y los recursos ilimitados de la imaginación dogmática para multiplicar y refinar la crueldad. Todo aquello viene hasta nosotros a través de la literatura, pero no es literatura, es vida vivida o mejor dicho padecida año tras año, día a día, en el desamparo y la ignorancia totales, sin la menor esperanza de que algo o alguien venga por fin a poner punto final a semejante agonía.
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¿De dónde sacó fuerzas este hombre del común, oscuro matemático, para resistir todo aquello y, una vez salido del infierno, volver a él y dedicar el resto de su vida a reconstruirlo, documentarlo y contarlo con minuciosa prolijidad, sin olvidar una sola vileza, maldad, pequeñez o inmundicia, para que el resto del mundo se enterara de lo que es vivir en el horror?
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Había en Solzhenitsin algo de esa estofa de la que estuvieron hechos esos profetas del Antiguo Testamento a los que hasta en su físico terminó por parecerse: una convicción granítica que lo defendía contra el sufrimiento, un amor a la verdad y a la libertad que lo hacían invulnerable a toda forma de abdicación o de chantaje. Fue uno de esos seres incorruptibles que nos asustan porque su sola existencia delata nuestras debilidades. Cuando las circunstancias lo obligaron a dejar su amado país —porque lo increíble es que amó siempre a Rusia con la inocencia y la terquedad de un niño, pese a todas las pruebas que su país le infligió— creyó que, en el mundo occidental al que llegaba, iba a ver confirmado todo aquello con lo que, en el aislamiento del gulag y la tundra siberiana, había soñado: una sociedad donde la libertad fuera tan grande como la responsabilidad de los ciudadanos, donde el espíritu prevalecía sobre la materia, la cultura domesticaba los instintos y la religión humanizaba al individuo y fomentaba la solidaridad y la conducta moral.
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Como esa visión del Occidente era tan ingenua como su patriotismo, el espectáculo con el que se encontró le causó una decepción de la que nunca se curó: ¿para eso les servía la libertad y la democracia a las privilegiadas gentes del Occidente? ¿Para acumular riquezas y derrocharlas en la frivolidad, el lujo, el hedonismo y la sensualidad? ¿Para fomentar el cinismo, el egoísmo, el materialismo, para dar la espalda a la moral, al espíritu, para ignorar los peligros que amenazaban esos valores cívicos, políticos y morales que habían traído la prosperidad, la legalidad y el poderío al Occidente?
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Desde entonces comenzó a tronar, con acento olímpico, contra la degeneración moral y política de las sociedades occidentales y a encasillarse en esa idea utópica de que Rusia era distinta, de que en ella, a pesar del comunismo, y tal vez debido a esos 80 años de expiación política y social, podía venir, con la caída del régimen soviético, ese ideal que combinara el nacionalismo y la democracia, la vida espiritual y el progreso material, la tradición y la modernidad, la cultura y la fe. Lo extraordinario es que, en los años finales de su vida, Solzhenitsin identificara semejante utopía con el autoritarismo de Vladimir Putin y legitimara con su enorme prestigio moral al nuevo autócrata de Rusia y callara sus desafueros, sus recortes a la libertad, sus atropellos políticos y sus matonerías internacionales.
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Ahora bien, que se equivocara en esto no rebaja en modo alguno la extraordinaria hazaña política e intelectual que fue la suya: emerger del infierno concentracionario para contarlo y denunciarlo, en unos libros cuya fuerza documental y moral no tienen paralelo en la historia moderna, unos libros sobre los que habrá siempre que volver para recordar que la civilización es una delgada película que puede quebrarse con facilidad y precipitar de nuevo a un país en el infierno del oscurantismo y la crueldad, que la libertad, una conquista tan preciosa, es una llamita que, si dejamos que se apague, estalla una violencia que supera todas las peores pesadillas que han pintado los grandes visionarios de la maldad humana, los horrores dantescos, las atrocidades del Bosco o de Goya, las fantasías sadomasoquistas del divino marqués. Archipiélago Gulag mostró que, tratándose de crueldad, el fanatismo político puede producir peores monstruosidades que el delirio perverso de los artistas.
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Yo nunca lo conocí en persona, pero estuve cerca de él, en Cavendish, el pueblecito del estado de Vermont, en Estados Unidos, donde vivió de 1976 a 1994, en el exilio. “Vale la pena que vayas allá sólo para que veas cómo lo cuidan los vecinos”, me había dicho mi amigo Daniel Rondeau, uno de los pocos que consiguió cruzar la casita—fortaleza en que vivía encerrado, escribiendo. Fui, en efecto, y pregunté por él a la primera persona que encontré, una señora que abría a paladas un caminito entre la nieve. “No quiero molestar al señor Solzhenitsin”, le dije, “sólo ver su casa de lejos. ¿Me puede indicar dónde está?”. Sus indicaciones me llevaron al borde de un abismo. Pregunté a tres o cuatro personas más y todas me engañaron y desviaron de la misma manera.
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Por fin, un bodeguero me confesó la verdad: “Nadie en la vecindad le mostrará la casa del señor Solzhenitsin. Él no quiere que lo molesten y nosotros en el pueblo nos encargamos de que sea así. Lo mejor que puede usted hacer ahora es irse”. Estoy seguro que todas las banderas de las casas del bello pueblecito nevado de Cavendish flotan hoy día a media asta.
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La muerte de una nación

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Bélgica corre peligro de desmoronarse. Durante más de seis meses, el país ha sido incapaz de formar un gobierno que pueda unir a los valones de habla francesa (32%) y a los flamencos de habla holandesa (58%). El monarca belga, Alberto II, intenta desesperadamente impedir que sus súbditos desguacen el estado.
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Además del rey (que podría quedarse sin trabajo), ¿a quién le importa? Antes que nada, a los valones. Si bien los belgas franco-parlantes iniciaron la Revolución Industrial europea en el siglo XIX, ahora viven en un área urbana marginada necesitada de subsidios federales, una cantidad sustancial de los cuales proviene de impuestos pagados por los flamencos más prósperos y altamente tecnológicos. A un puñado de soñadores holandeses de derecha también les importa, ya que tienen la visión de unir a los flamencos belgas con la tierra madre holandesa.
Desafortunadamente para ellos, sin embargo, los flamencos no tienen ese deseo. Bélgica, después de todo, se convirtió en un estado independiente en 1830, precisamente para liberar a los flamencos católicos, así como a los valones, de ser súbditos de segunda clase en una monarquía holandesa protestante.
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Pero quizás a todos nos debería importar al menos un poco, porque lo que está pasando en Bélgica es inusual, pero para nada único. Los checos y los eslovacos ya se separaron, como hicieron las diferentes naciones de Yugoslavia. A muchos vascos les gustaría separarse de España, al igual que a muchos catalanes. A los corzos les encantaría deshacerse de Francia y a muchos escoceses, de Gran Bretaña.
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Luego, por supuesto, está el problema tibetano en China, el problema checheno en Rusia, y demás. Sin duda algunos de estos pueblos podrían sobrevivir perfectamente bien por sí solos. Pero la historia parece sugerir que el efecto acumulativo del desmoronamiento de los estados rara vez es positivo.
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A los separatistas belgas les gusta observar que Bélgica nunca fue un no-estado natural, sino un accidente de la historia. Pero también lo son muchos, quizá la mayoría. El accidente en el caso de Bélgica se ubica normalmente a principios del siglo XIX, resultado del colapso del imperio europeo de Napoleón y la arrogancia holandesa. Por cierto, uno también podría ubicar el accidente en el siglo XVI, cuando el emperador Habsburgo se aferró a la Holanda del Sur (hoy, Bélgica) mientras que las provincias protestantes del norte se separaron.
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Como sea, los estados-naciones muchas veces se formaron en los siglos XVIII y XIX para promover intereses comunes que trascendieran las diferencias culturales, étnicas, lingüísticas o religiosas. Esto fue así en el caso de Italia y Gran Bretaña, no menos que en el caso de Bélgica.
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El problema ahora es que los intereses ya no son los mismos, ni siquiera comunes. La Unión Europea, que promueve activamente los intereses regionales, ha debilitado la autoridad de los gobiernos nacionales. Por qué depender de Londres, dicen los escoceses, si Bruselas ofrece mayores ventajas.
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Cuando ya no prevalecen los intereses comunes, el idioma y la cultura empiezan a importar más. Una razón por la que los belgas flamencos resienten tener que apuntalar a los valones con su recaudación impositiva es que los consideran prácticamente extranjeros. La mayoría de los lectores flamencos no leen diarios o novelas en francés, y viceversa. Los canales de televisión son separados, como también las escuelas, las universidades y los partidos políticos.
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De la misma manera, a los italianos del norte no les gusta que se utilicen sus impuestos para ayudar al sur, pero al menos ellos todavía tienen un idioma –más o menos- en común, así como las estrellas de televisión, una selección nacional de fútbol y a Silvio Berlusconi. Los belgas sólo tienen un rey, que desciende, como la mayoría de los monarcas europeos, de los germanos.
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Nuevamente, ¿por qué esto debería importar? ¿No sentimos compasión por los tibetanos en su lucha por la libertad? ¿Por qué no deberían los flamencos seguir su propio camino?
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Una cosa es apoyar a un pueblo que está siendo oprimido por un gobierno autoritario. Y los tibetanos realmente corren peligro de perder su cultura. Es más perturbador cuando un pueblo opta por estados-naciones separados porque se niega a compartir su riqueza, por motivos lingüísticos o étnicos.
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Si los ciudadanos flamencos no quieren que sus impuestos vayan a manos de los valones, ¿por qué no ayudar a los inmigrantes desocupados provenientes de Africa, que en muchos casos pertenecieron a los belgas y fueron explotados por ellos como una fuente importante de su prosperidad? No debería causar sorpresa que el partido nacionalista flamenco (Vlaams Belang) también sea hostil con los inmigrantes.
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De modo que el destino de Bélgica debería interesarles a todos los europeos, especialmente a aquellos que desean el bien de la Unión. Ya que lo que está pasando en Bélgica ahora podría terminar sucediendo a escala continental.
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¿Por qué, por ejemplo, los prósperos alemanes deberían seguir aportando su recaudación impositiva para ayudar a los griegos o a los portugueses? Es difícil sustentar cualquier sistema democrático, ya sea a escala nacional o europea, sin un sentido de solidaridad. Ayuda si este sentido de solidaridad se basa en algo más profundo que intereses compartidos: un idioma, un sentido de historia común, orgullo de los logros culturales. La identidad europea todavía dista de ser sólida.
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Tal vez los ciudadanos de Bélgica ya no tengan suficientes cosas en común, y quizá flamencos y valones estarían mucho mejor divorciados. Pero uno espera que no sea así. Los divorcios nunca son indoloros. Y el nacionalismo étnico desata emociones que casi siempre son indeseables.
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Sabemos lo que pasó cuando los impulsos simultáneos de la sangre y el suelo en otros tiempos determinaron la política europea. Sin que haya sido su intención, la UE ahora parece alentar las mismas fuerzas que la unidad europea de posguerra se propuso contener.
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Fuente: Project Syndicate

miércoles, 13 de agosto de 2008

El Sí a Evo Morales sigue creciendo

Mandatario boliviano superaba ayer el 66% de los votos a favor con el 80% de los sufragios contados

El respaldo al Presidente de Bolivia, Evo Morales, en la ratificación de su mandato, se elevó ayer por sobre el 66%, precisó la Corte Nacional Electoral (CNE) con el 80% de los votos escrutados. La cifra es considerada muy positiva por los partidarios del Gobierno porque supera ampliamente el apoyo obtenido por el Mandatario en las elecciones de diciembre de 2005, que fue de 53,7%.
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De acuerdo con José Luis Exeni, titular de la CNE, la próxima semana se podrían tener los resultados oficiales de la referendo del domingo, donde también se consultó sobre otras autoridades nacionales, como ocho de los nueve prefectos departamentales.
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Hasta el momento sólo han concluido su labor de conteo las cortes de las regiones de Chuquisaca y Tarija, aunque ya han trascendido resultados extraoficiales que dan por ratificados a cinco prefectos y tres fueron revocados.
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Los prefectos ratificados serían Mario Virreira (Potosí), Rubén Costas (Santa Cruz), Ernesto Suárez (Beni), Mario Cossío (Tarija) y Leopoldo Fernández (Pando).
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La región de Chuquisaca no realizó el referendo departamental porque su prefecta, la campesina Savina Cuéllar, juró su cargo en julio pasado.
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Los revocados serían los prefectos de La Paz, José Luis Paredes; de Cochabamba, Manfred Reyes Villa, y de Oruro, Luis Alberto Aguilar.
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EN COCHABAMBA
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Reyes Villa, un fiero opositor a Morales, había anunciado una fuerte resistencia al resultado de la consulta que -según lo adelantó- no aceptaría.
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Pero ayer el revocado prefecto asumió la derrota y anunció en conferencia de prensa que abandonaría su puesto.
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La autoridad revocada nombró como sustituto interino al secretario general de la Prefectura, Johnny Ferrel, a la espera de la determinación que adopte el Gobierno nacional, quien debe nombrar a los nuevos prefectos.
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Pese a las reiteradas declaraciones de observadores extranjeros acerca de la legitimidad de esa encuesta, el dirigente cochabambino intentó por diversas vías desmarcarse de la misma, bajo el pretexto de supuestas irregularidades.
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Pero aunque Reyes Villa aceptó ayer su derrota, los analistas creen que estos movimientos sólo serían parte de una nueva estrategia de oposición al Gobierno de Evo Morales, con el que se ha visto enfrentado principalmente por la nueva Constitución aprobada a fines del año pasado sin los votos de la oposición, y por las autonomías regionales.
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En la víspera, el Presidente Morales había anunciado que convocará un diálogo sobre la Constitución Política del Estado, en el que participen no sólo el Gobierno y los prefectos, sino también los movimientos sociales.
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El dignatario llamó a líderes opositores como el prefecto cruceño, Rubén Costas, a que "si tienen un mensaje radical, que depongan su actitud y trabajemos juntos".
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Fuente: La Nación (Chile)