lunes, 30 de junio de 2008

Una mujer en la historia

Por: Manuel Castells
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Ha muerto Ruth Cardoso de Leite. El mundo oficial la recordará como la primera dama de Brasil entre 1994 y 2002, una primera dama muy querida por su pueblo y que siempre tuvo personalidad propia. El mundo académico la recordará como una de las mejores antropólogas urbanas de América Latina, catedrática de la Universidad de São Paulo, profesora en París y en Berkeley, creadora de escuela y maestra de generaciones de estudiosos de la sociedad a partir de la observación de las comunidades urbanas. El mundo de la lucha contra la pobreza la recordará como la fundadora de Comunidade Solidária, una red de 1.300 organizaciones de base centradas en la mejora de la vida en las localidades más pobres de Brasil mediante el apoyo a la autogestión de programas sociales en dichos lugares.
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El mundo feminista la recordará como la feminista práctica que centró su esfuerzo en concienciar, organizar y apoyar a las mujeres realmente existentes en los sectores populares de Brasil y de América Latina. El mundo de la resistencia contra las dictaduras en Brasil y en el continente americano la recordará como la militante política — clandestina o no según los momentos—, independiente de los partidos pero cercana de la gente, centrada en conseguir avances reales de democracia más allá de las fantasmagorías ideológicas que rodearon su tiempo en América Latina. El mundo de sus amigos la recordaremos como la mujer serena y sonriente por cuyo rostro nunca parecieron pasar los años, y cuyo dulce hablar le permitía decidir las cosas más serias e incluso las más espinosas con una sensatez convincente que transformaba la polémica en reflexión compartida.
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Porque Ruth transmitía paz en un mundo atormentado. Y su gente, la gente de su Brasil que siempre llevaba en el corazón, de su São Paulo con un sentido profundo de hogar perdurable en la globalidad que vivió, su gente la recordará como la doctora Ruth, la mujer en quien siempre podían confiar, la mujer sin miedo pero sin rencor, la mujer comprometida con los objetivos de la política y ajena a las mezquindades de la política. La mujer que, como primera dama, fue capaz de salir en la televisión criticando la ley del aborto que el partido de su marido apoyaba, motivando que el presidente, o sea su marido, la cambiase. Todo ello sin acrimonia, sin oponerse a su marido por afirmación personal, sino simplemente lo hacía cuando pensaba que no tenía razón en esa y en otras muchas cosas. Eso explica que su popularidad fuera aún más alta que la de su marido (que fue un presidente muy popular).
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Recuerdo en uno de los viajes con mi mujer durante la presidencia de Cardoso la pintada que vimos en las paredes de un barrio popular: “Fernando Henrique, no. Doña Ruth, sí”. Pero nunca se le ocurrió jugar a la Hillary. Porque ella estaba en otra cosa, estaba en cambiar las cosas desde abajo, con la gente y a través de la participación de la gente. Pensaba que la política, y por tanto los partidos, las elecciones, la presidencia, eran instrumentos imprescindibles del cambio, pero no era lo suyo y siempre se pensó como complementaria.
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Mientras su marido fue senador, ella permaneció en su piso de São Paulo, en su cátedra universitaria y en su trabajo comunitario. Cuando tuvo que asumirse como primera dama inventó una función para sí misma, aparte de desempeñar con dignidad, pero lo mínimo posible, sus tareas protocolarias. Trató de utilizar el prestigio de su situación, pero no el presupuesto del Estado, para crear su programa de organizaciones comunitarias en las zonas más pobres del país. No para hacer de Evita, sino para solucionar problemas concretos a personas concretas, con la menor publicidad posible y sin instrumentalización política. Creó una fundación que financió con donaciones que pidió a las grandes empresas, sin vinculación política con su marido y con plena transparencia contable. Por ejemplo, pidió, y obtuvo, de una empresa de automóviles un real por coche vendido. Negoció acuerdos con las universidades para que sus estudiantes hicieran trabajo comunitario. Y se puso de acuerdo con las redes de asociaciones existentes en toda la geografía brasileña para dotarlas de recursos y reforzar su participación en las políticas sociales. Recuerdo una visita con ella en la cooperativa de mujeres de Mamiraua en la selva amazónica, donde pude observar cómo las mujeres indias discutían de todo con doña Ruth, sin complejos, sin servilismo, y como ella se sentaba durante horas a ver cómo iba la gestión de la cooperativa. Y la vi negociar con los aldeanos que se lamentaban de que la protección de las especies les privaba de la pesca de la que dependía su subsistencia y su única fuente de ventas.
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Y consiguió trocar autocontrol de los pescadores pescando dentro de límites a cambio de la mejora de sus condiciones de vida. Su ecologismo, su feminismo, su lucha por la democracia y contra la república de caciques que persiste en Brasil se rigieron siempre por ese sentido práctico de ir poco a poco, pero sin pausa, haciendo que la gente asumiera la gestión de su propia vida y contribuyendo con los recursos que pudo a incrementar esa autonomía. Comunidade Solidária continúa. Es uno de sus legados. Porque tiene otros muchos Y todos ellos, todo lo que nos dejó se alberga en el lugar más perdurable: en las mentes y en el corazón de quienes supimos de ella o de quienes supieron de quienes supimos.
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Y así la recordará su pueblo. Y sus compañeros. Y sus colegas intelectuales. Y sus amigos. Y su familia, su marido, sus hijos y esos nietos a los que tanto esfuerzo y amor dedicó. Ruth Cardoso de Leite fue una mujer multidimensional que hizo historia simplemente siendo ella, sin proclamas ideológicas, con esa determinación profunda de quien hace todo porque es lo que hay que hacer. Y su serena sonrisa seguirá dibujándose en el cielo de los cafetales que la vieron nacer.
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domingo, 29 de junio de 2008

¿Una liga de democracias?

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El Senador John McCain, candidato presidencial por el Partido Republicano, ha llamado a la creación de una “Liga de democracias”. Este nuevo grupo internacional poseería una formidable capacidad militar, basada en parte en la OTAN y en parte en una "nueva asociación cuatripartita por la seguridad" en el Pacífico entre Australia, India, Japón y EE.UU. Por supuesto, ni Rusia ni China estarían invitadas: de hecho, McCain desea excluir a Rusia del G8.
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McCain argumenta que la Liga es necesaria porque en asuntos vitales para los Estados Unidos, como combatir el terrorismo islámico, la intervención humanitaria y la propagación de la libertad, la democracia y los mercados libres, Estados Unidos y sus socios democráticos deben ser capaces de actuar sin permiso de las Naciones Unidas (es decir, de Rusia y China). En otras palabras, la principal finalidad de la Liga es marginar a Rusia y China de los asuntos internacionales.
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La crítica más demoledora al plan de McCain es que iniciaría una nueva Guerra Fría entre estados caracterizados como democracias y autocracias. Esto no sólo es peligroso, sino también incoherente. Rusia y China no “amenazan” al “mundo libre” con una potente ideología y enormes fuerzas armadas, como lo hicieron durante la Guerra Fría. Más aún, las democracias del mundo se encuentran divididas acerca de cómo enfrentar el terrorismo islámico o el genocidio en Darfur: después de todo, fue Francia el país que impulsó la oposición en el Consejo de Seguridad de la ONU a la invasión estadounidense a Irak.
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Además, en problemas como el terrorismo, la proliferación nuclear y el cambio climático, Estados Unidos necesita la ayuda rusa y china. Estigmatizar a Rusia y China como parias no los hará cooperar. (China debe aprender a comportarse de manera “responsable”, declara McCain con abismal condescendencia.) De hecho, en su mayor parte Rusia ha colaborado con Estados Unidos en la "guerra contra el terrorismo".
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Finalmente, la idea es impracticable. Uno no puede imaginarse a India o Brasil estando dispuestos a ser parte de una coalición de esas características. Así es que nos ahorraríamos un montón de problemas si la “brillante" idea del McCain se archiva lo antes posible.
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Sin embargo, tras ella hay una propuesta seria que el ex primer ministro británico, Tony Blair, a menudo expresó con elocuencia: las democracias no luchan entre si, de modo que si todo el mundo fuera democrático, dejaría de haber guerras. Supuestamente, la Liga de Democracias de McCain tiene la intención de acercar a la realidad el sueño de Immanuel Kant de una paz perpetua, al presionar a los estados no democráticos a que cambien sus métodos, por la fuerza si es necesario.
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Dejemos de lado el hecho de que las iniciativas para hacer florecer la democracia han caído en una parálisis sangrienta en Irak y Afganistán. ¿Es cierto que las democracias nunca luchan entre si? La respuesta afirmativa parece depender de dos afirmaciones distintas.
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La primera es que las democracias nunca han luchado entre si, en términos del registro histórico. Esto es cierto para un grupo más bien pequeño de países ricos (India es la excepción parcial), principalmente de Europa occidental y sus ex colonias, desde la Segunda Guerra Mundial. Más aún, son “nuestro tipo” de democracia: democracias constitucionales que contienen todas las características que damos por descontadas en los sistema occidentales modernos, no en las "democracias islámicas” como Irán. Una generalización razonable a partir de esta muestra más bien pequeña es que "las democracias constitucionales y prósperas tienden a vivir en paz entre si".
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La segunda afirmación es que estos países viven en paz porque son democracias. Pero, ¿es la democracia lo que les ha dado paz y prosperidad, o es la paz y la prosperidad las que han generado la democracia? ¿Es la democracia lo que ha mantenido a Europa en paz desde 1945, o es el largo periodo de paz desde 1945 el que ha permitido que la democracia sea norma en Europa?
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El mundo ya tiene una institución encargada de mantener la paz. La ONU se creó según reglas ideadas para que estados de diferentes colores políticos pudieran convivir. Los miembros aceptan la obligación de no usar la fuerza a menos que sea en autodefensa o a que así lo autorice el Consejo de Seguridad. Estados Unidos siente frustración por no poder hacer que la ONU siga sus intereses, pero esta organización existe para proteger a todos los estados frente a comportamientos que hacen caso omiso de las leyes, incluidos los de Estados Unidos. Al pasar por alto implícitamente a la ONU y dividir el mundo en dos campos armados, la Liga de las Democracias aumentaría el peligro de que estallen más guerras.
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El mundo también posee ya un mecanismo de promoción de la prosperidad. Se llama comercio. En 1994 se creó la Organización Mundial de Comercio para liberalizar el comercio según reglas acordadas. Está lleno de fallas que es necesario corregir, pero no necesitamos que una Liga de Democracias lo haga. Al someter las relaciones comerciales a embargos, sanciones y pruebas de democracia, estándares medioambientales y derechos humanos, es probable que la Liga retarde el crecimiento del comercio y, por tanto, la posibilidad de que los estados no democráticos pobres alcancen los niveles del resto.
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La única finalidad de la Liga de Democracias parece ser legitimar el que las democracias inicien guerras... ¡para promover la democracia! Este es el meollo del mensaje de McCain. Como él mismo lo expresara, Estados Unidos fue creado con un fin: servir "principios eternos y universales". Su tarea encomendada por Dios es crear “una paz global y duradera, basada en la libertad, la seguridad, la prosperidad y la esperanza”.
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¡Noble retórica! Pero si ese es el propósito de la Liga -y no veo otro distinto-, entonces es un peligro para la paz, porque sus partidarios creen que no es posible una coexistencia de largo plazo con los estados no democráticos. Se trata de una idea loca y poco fundada en la historia. Depende de las castigadas naciones de Europa Occidental, que en términos generales comparten los valores estadounidenses pero han aprendido algo de paciencia política, el poner riendas a la fantasía estadounidense de rehacer el mundo a su imagen y semejanza.
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Soy un firme partidario de promover la democracia al estilo occidental, pero no a costa de hacer del mundo un lugar más propenso a las guerras. La coexistencia pacífica entre diferentes sistemas políticos es un objetivo que se puede lograr, y al que todas las principales potencias del mundo pueden adherir.
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Inscripción automática y voto obligatorio

Por: Jorge Navarrete
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Después de haber leído el título de esta columna, me imagino que muchos detractores de este diario finalmente habrán dado con una buena razón para justificar su resistencia hacia The Clinic. Sus admiradores, en cambio, se tomarán la cabeza con las manos y lamentarán el que se haya permitido tal desaguisado. Sea como sea, habrá un clamor unánime: ¿quién le dio tribuna a este tarado? Aunque parezca una exageración, son muchos los que así reaccionan frente a la defensa que pocos hacemos del sufragio obligatorio, más todavía cuando frente a la inminente posibilidad de aprobar la inscripción automática, seguimos insistiendo en tan impopular idea.
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Vamos por partes. En primer lugar, quisiera esgrimir una razón de tipo filosófico político. El hecho de vivir en comunidad, lo que tantas veces se significa con la metáfora del pacto social, otorga a los ciudadanos derechos y deberes. En efecto, por el convivir con otros y beneficiarnos de los frutos del esfuerzo colectivo, existen ciertas cargas que debemos asumir y no podemos soslayar. La más conocida, es la obligación general de pagar impuestos, cuyo fundamento último está en la justicia de que una parte de nuestras utilidades deba ser reintegrada al Estado y así redistribuida entre todos, preferentemente en aquellas personas objetivamente más desfavorecidas.
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Pues bien, soy de los que cree que el sufragio no es sólo un derecho –en cuanto nadie está facultado para impedirlo o limitar su ejercicio—, sino también un deber democrático. Dicho de otra forma, defiendo que se establezca para los ciudadanos la obligación de participar periódicamente en las decisiones que nos afectan a todos y donde se sella el destino de la comunidad de la cual somos parte. El sufragio, en consecuencia, me parece que es más un deber que un simple derecho.
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Existe también una razón de carácter político social. La experiencia comparada muestra que la voluntariedad del sufragio tiende también a favorecer a las elites, en cuanto las clases sociales menos pudientes e ilustradas carecen de incentivos para la participación electoral. Dicho de otra forma, un sistema de sufragio voluntario otorga una razón preferente para participar a aquellos que monopolizan el conocimiento, ya que éstos pueden mejor sopesar la importancia que tiene el sufragio en la defensa de sus intereses.
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Ahora bien, agreguemos lo siguiente: en un sistema de sufragio voluntario, donde la participación electoral oscila de acuerdo a los incentivos coyunturales, la relevancia que adquieren factores externos –como el dinero, el pago de favores o derechamente la compra de votos— es infinitamente mayor a la incidencia que éstos mismos incentivos desempeñan en un sistema donde todos están obligados a concurrir a la urnas. Con mejores o peores razones, con entusiasmo o lata, convencidos o indecisos, el estar obligados a sufragar aminora el riesgo de que esta decisión se adopte por razones que poco tienen que ver con el ejercicio democrático.
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Si poco y nada de esto les hace sentido, les pido que consideren este último argumento. La historia de la humanidad ha demostrado que las sociedades no han encontrado otra forma de organización social que no sea a través de la política: le podrán llamar de otra forma, esconderla bajo la alfombra, maquillarla o simplemente negarla, pero siempre estará allí. En consecuencia, apelo a la urgente necesidad de preservar y mejorar la calidad de una actividad que nos acompañará por siempre. En la mayoría de casos que conozco, las peores tragedias políticas y sociales han sido precedidas de un largo período de desprestigio y desinterés por lo público. El autoritarismo de derecha e izquierda, la restricción de las libertades políticas, la corrupción generalizada, la explotación de los ciudadanos más modestos y la constante farra de los caudillos, mesías y profetas de turno, han sido siempre posibles cuando la ciudadanía se distancia de la política, se encierra en la comodidad de su mundo privado, dejando a unos pocos la administración de los asuntos que conciernen a todos.
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La aparente libertad para participar o no en las decisiones públicas que inspira la ideología del voto voluntario, puede acarrear un costo demasiado alto para todos; incluso para aquellos cuya preocupación fundamental es que nadie vulnere sus propios derechos y preservar su inviolable espacio privado.
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sábado, 28 de junio de 2008

Salvador Allende, un ejemplo que perdura

Por: Fidel Castro Ruz
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Nació hace cien años en Valparaíso, al sur de Chile, el 26 de junio de 1908. Su padre, de clase media, abogado y notario, militaba en el Partido Radical chileno. Cuando yo nací, Allende tenía 18 años...
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El 29 de julio de 1973 le envío la última carta:
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"Querido Salvador...
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"... Veo que están ahora en la delicada cuestión del diálogo con la D.C. en medio de acontecimientos graves como el brutal asesinato de tu edecán naval y la nueva huelga de los dueños de camiones. Imagino por ello la gran tensión existente y tus deseos de ganar tiempo, mejorar la correlación de fuerzas para caso de que estalle la lucha y, de ser posible, hallar un cauce que permita seguir adelante el proceso revolucionario sin contienda civil, a la vez que salvar tu responsabilidad histórica por lo que pueda ocurrir. Estos son propósitos loables. Pero en caso de que la otra parte, cuyas intenciones reales no estamos en condiciones de valorar desde aquí, se empeñase en una política pérfida e irresponsable exigiendo un precio imposible de pagar por la Unidad Popular y la Revolución, lo cual es, incluso, bastante probable, no olvides por un segundo la formidable fuerza de la clase obrera chilena y el respaldo enérgico que te ha brindado en todos los momentos difíciles; ella puede, a tu llamado ante la Revolución en peligro, paralizar a los golpistas, mantener la adhesión de los vacilantes, imponer sus condiciones y decidir de una vez, si es preciso, el destino de Chile. El enemigo debe saber que está apercibida y lista para entrar en acción. Su fuerza y su combatividad pueden inclinar la balanza en la capital a tu favor aun cuando otras circunstancias sean desfavorables".
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"Tu decisión de defender el proceso con firmeza y con honor hasta el precio de tu propia vida, que todos te saben capaz de cumplir, arrastrarán a tu lado a todas las fuerzas capaces de combatir y a todos los hombres y mujeres dignos de Chile. Tu valor, tu serenidad y tu audacia en esta hora histórica de tu patria y, sobre todo, tu jefatura firme, resuelta y heroicamente ejercida, constituyen la clave de la situación.
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Hay mucho que decir todavía sobre lo que estuvimos dispuestos a hacer por Allende, algunos lo han escrito. No es el objetivo de estas líneas.
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Hoy se cumple un siglo de su nacimiento. Su ejemplo perdurará.
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viernes, 27 de junio de 2008

Cien años sin soledad

Por: César Hildebrandt
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Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Salvador Allende, suicida a los 65 luego del bombardeo de La Moneda ordenado por Pinochet, ejecutado por Leigh y festejado por Nixon y todas las hienas de la Caverna latinoamericana, empezando por “El Mercurio”, el diario que la CIA infló con millones de dólares según los documentos desclasificados en los últimos diez años.
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Yo tenía 25 años esa mañana de tragedia predecible. Recuerdo que estuve desde muy temprano en la embajada chilena en Lima, compartiendo con el embajador socialista de Allende las noticias que él recibía directamente, por radio y teléfono, desde Santiago.
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Chile nunca había sido tan hermano como en esos años de sueños comunes. ¿Quién se hubiese atrevido a recordar agravios salitreros cuando todos mirábamos el futuro socialista y en paz, democrático y plural, que Allende se empeñaba en construir con lo mejor de la inteligencia chilena y frente a lo peor de la canalla derechista de todas partes?
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No había tiempo para dedicarse al pasado en esos tiempos en los que todo lo bueno parecía amenazado. Y quienes nunca pudimos transar con el estalinismo habanero y su concentración pavorosa de poder en un solo hombre cada vez más intolerante, vimos en Allende y sus dificultades el trámite inexorable que los socialistas democráticos debían de cumplir para no parecerse a ningún patriarca vitalicio.
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Y cuando vinieron los crímenes, las provocaciones, las voladuras de gasoductos, pensamos que enfrentar eso, al lado del pueblo chileno, era mejor y más limpio que ver a liberadores de antaño transformados en enemigos de la poesía de Heberto Padilla.
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Pero luego vino la huelga de los camioneros encabezados por León Vilarín, agente de la CIA, y la guerrilla fascista de Patria y Libertad, ­aceitada por Kissinger y liderada por Pablo Rodríguez y Jaime Guzmán, ambos en la planilla opaca de la CIA, y luego la huelga patronal de la Sociedad de Fomento Fabril, alentada por la CIA e instrumentada por el Partido Nacional, heredero de quienes habían empujado al suicidio al liberal presidente Manuel Balmaceda en 1891, y por la Democracia Cristiana, ya abiertamente militando en el golpismo.
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Yo había estado en Chile en 1971, cubriendo las primeras elecciones complementarias del Congreso que Allende había perdido en Valparaíso. Había recorrido muchos lugares y había hablado con mucha gente –desde Volodia Teitelboim a Carlos Altamirano, de Luis Corvalán a Patricio Aylwin– y había llegado a la muy compartida conclusión de que Chile estaba en camino, por decisión de la Caverna internacional, de una confrontación armada en la que Allende y los suyos –en ese momento, la mitad de Chile– serían masacrados.
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Recuerdo que una noche, en Valparaíso, en una boite que parecía el set para una película basada en un cuento de José Donoso, Augusto Olivares, “el Perro Olivares” –secretario de prensa de Allende– nos había dicho a un grupo de periodistas extranjeros que las cosas se iban a poner más feas prescindiendo de cuáles fueran las señales de paz que diera el gobierno. ­“Aquí los momios están acostumbrados a ganar”, dijo el entrañable Olivares; el mismo Olivares que aquel 11 de septiembre de todas las infamias, metralleta en mano, resistió en La Moneda hasta donde pudo y a eso de las diez de la mañana se pegó un pulcro tiro en la sien.
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Había visto también, en ese viaje, hasta qué punto la izquierda tanática, encarnada en Carlos Altamirano, en parte del Mapu y en la totalidad del MIR, facilitaban el trabajo de la CIA atizando el “enfrentamiento final” con las Fuerzas Armadas, por aquel entonces todavía en manos de comandantes en jefe decentes e institucionalistas.
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Y cuando llegó, en marzo de 1973, ­aquel proceso electoral en el que la ­Unidad Popular obtuvo una victoria, a pesar del desabastecimiento salvaje impuesto por el empresariado y de las tomas de fábricas dictadas por el extremismo de izquierda, muchos sentimos un gran ­alivio. ¿Se atreve­rían los fascistas a ahogar en sangre a un gobierno que conservaba cifra tan alta de apoyo popular?
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Ahora sabemos que fue en ese momento, precisamente, cuando la CIA y los Edwards, el fascismo y el empresariado golpista, Kissinger y la Democracia Cristiana, tomaron plena conciencia de que sólo con las armas echando plomo a discreción se librarían de la pesadilla de un gobierno que había nacionalizado el cobre en medio del fervor popular y que, pacientemente, gobernaba en el angosto margen que le había quedado para seguir siendo democrático.
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Así que esa mañana del 11 de septiembre de 1973, 48 horas antes de que ­Allende anunciara el referéndum que decidiría la continuidad del régimen, cuando al amanecer la flota chilena zarpó de Valparaíso, todos supimos que el espanto había empezado su última cuenta regresiva. Y mientras se decía que Allende buscaba a su recién nombrado comandante del ejército para que pusiera las cosas en orden y los teléfonos de Leigh en la Fuerza Aérea y de Carvajal, en la Armada, sonaban sin contestar, nosotros escuchamos, en la embajada chilena en Lima y gracias a una radio de onda corta, el primer y escalofriante mensaje de la Junta facista. Una de las órdenes era fusilar a quien quebrara el toque de queda, programado para pasadas las 6 de la tarde.
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Después supimos de los bombardeos ­aéreos en las instalaciones de las radios ­allendistas –la Portales, la Corporación– y de la demolición, también desde un avión de la FACH, de la residencia presidencial de Tomás Moro.
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Pero ni siquiera en ­ese momento pudimos imaginar la crueldad exaltada de este sicariato en que se había transformado la Fuerza Armada chilena. Todas las masacres de mapuches, todas las matanzas de obreros sublevados en el norte (Santa María de Iquique fue la versión chilena de La Comuna de París), toda la furia de una derecha decidida a matar como escarmiento y a vengarse para recuperar sus certezas patrimoniales, todo el odio mugriento de los pelucones asustados, se comprimió en el rostro de Augusto Pinochet Ugarte.
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¿Fue un iluso Allende? No. Fue un idealista. ¿Pudo hacer otra cosa que gobernar como lo hizo? No hubiera podido hacer otra cosa: fue leal a su compromiso de asomar a Chile a un socialismo en democracia. ¿Cometió errores? Por supuesto y el primero fue, probablemente, no romper con la izquierda provocadora que parecía aliada del fascismo.
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He escuchado ayer algunos discursos de Allende. Resulta prodigiosa la vigencia tenaz de muchas de sus ideas en torno al abuso imperial de los Estados Unidos, la dependencia como desgracia, el saqueo de nuestras riquezas como destino impuesto por el llamado “orden internacional”, la asimetría del intercambio comercial y la urgencia de unidad de los países que no quieren borrar de su lenguaje la palabra dignidad.
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Allende se mató para no caer en manos de quienes, un año después, harían volar de un bombazo a Prats y a su mujer. Como Balmaceda en Chile, como Eduardo Chibás en Cuba, Allende fue un héroe de la propia consecuencia. Su vida fue la de un demócrata impertérrito. Y su fracaso no fue el triunfo de Castro, que en privado dijo más de una vez que lo que le había pasado a Allende le pasaría a todos quienes quisieran construir el socialismo respetando las reglas de la tolerancia.
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Digamos que ese fracaso fue episódico. Hoy el mundo reclama un liderazgo como el de Salvador Allende, un ­ejemplo como el que predicó, una sensibilidad social como la que lo condujo al poder y al martirio casi al mismo tiempo.
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Allende nos espera instalado en el futuro. Pinochet espera a los Edwards y afines en el fantasmal vertedero donde será, para toda la ínfima eternidad humana, el viejo tembloroso que mató, robó y esgrimió su ancianidad para no ir preso. El héroe de Milton Friedman resultó que, fuera del poder, se cagaba de miedo.

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Allende: discurso ante la ONU

jueves, 26 de junio de 2008

Allende: A los 100 años de su nacimiento

Por: Ricardo Lagos Escobar
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Hoy, 26 de junio, se cumplen 100 años del nacimiento de Salvador Allende. Un nombre cuya huella no sólo dejó su impronta en la historia de Chile, sino también en el imaginario político del mundo contemporáneo. Los 100 años de Allende no fueron de soledad, sino de compromiso creciente con los pobres y postergados, con los soñadores de sociedades más justas y con los impulsores de un orden internacional sin dominadores y dominados.
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Por eso, esta conmemoración también nos convoca a una pregunta esencial: ¿por qué los Mil días de Allende como presidente de Chile han capturado la imaginación de tantos en todo el planeta? Esa experiencia suscitó emociones mayores, también discusiones profundas, al igual que sueños derrumbados cuando bullían los entusiasmos. Algo especial hubo allí, capaz de provocar una tremenda ola de solidaridad que movilizó a hombres y mujeres de todos los continentes.
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Tal vez porque aquélla fue una experiencia inédita. Como Allende lo dijo: "Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido; apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas".
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Esos Mil días tuvieron lugar en un Chile republicano. Un país respetado en el mundo por la forma como, a poco andar de su independencia, estuvo en condiciones de cimentar una república en bases sólidas. Durante el siglo XX esa república fue capaz de abrir espacios a una creciente movilidad social y a una clase media forjada a través de un sistema educacional gratuito, laico y abierto a todos.
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Allende es al mismo tiempo resultado y factor del Chile republicano: origen social, formación académica, adscripción doctrinaria -más que ideológica-, lealtades y pertenencias. Es difícil entender el Chile que se generó desde la década de los 30 en el siglo pasado sin el protagonismo de Allende.
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Allende actuó siempre en el marco de las instituciones constitucionales y las defendió en su mérito y en su condición de instrumentos reguladores de su propia transformación. Esa convicción determinó su conducta política desde sus primeras responsabilidades parlamentarias hasta su decisión de acabar con su vida cuando esas instituciones eran barridas por la fuerza.
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Allende emerge de un país donde amplios sectores aspiran a mayor igualdad y justicia. En el Chile de comienzos del siglo XX donde la izquierda se fue haciendo cada vez más fuerte. Liberales y radicales del siglo XIX en su brega por mayores libertades y tolerancia abrieron el camino para las demandas sociales por largo tiempo sofocadas; así, cinco años antes de la revolución soviética, en junio de 1912, se funda el Partido Obrero Socialista, nombre inicial del Partido Comunista, el cual una década después logra tener dos diputados en el Parlamento. A comienzo de los años treinta emerge un fuerte Partido Socialista, en cuya fundación participó Allende.
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Esa izquierda fuerte y en ascenso avanzó en tiempos de guerra fría y por ello el conflicto ideológico mundial también tuvo, como en otros países, su proyección al interior de Chile. Cuando llegan los magníficos sesenta, Chile vive un fuerte desarrollo político en torno a sectores de avanzada. Para unos la opción está en torno a una izquierda impregnada de nuevos entusiasmos, sobre todo tras la revolución cubana y las nuevas demandas juveniles; para otros, la respuesta está cerca del centro político, con la propuesta democratacristiana y su contundente respaldo parlamentario.
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Muchos han dicho que hubo un desarrollo político demasiado grande para un país que crecía en cifras modestas en lo económico. El camino pasó de la experiencia conservadora de Jorge Alessandri al proyecto de cambio demócrata cristiano de Frei Montalva, para llegar a la propuesta de la Unidad Popular en los 1.000 días de Allende. Era el Chile dividido en tres tercios.
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En ese contexto, Allende entendía la acción política como una tarea de pedagogía y organización y así fue factor determinante en la creación de una izquierda cuyo crecimiento social, cultural y electoral él mismo promovió y buscó ampliar. Ya en el Gobierno, intentó hacer grandes cambios y algunos de sus logros -como la nacionalización del cobre- encontraron pleno respaldo político de todos los sectores. Pero las transformaciones profundas de la estructura productiva no pudieron concretarse, porque no hubo mayorías parlamentarias para respaldar el proceso. Y la política saltó del debate institucional parlamentario a la calle.
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Por otra parte, el esfuerzo máximo por producir esos cambios y la tensión social involucrada hizo que muchos demócratas reales sintieran que el camino de Salvador Allende, a la larga, no permitiría mantener la democracia en Chile. Y, en defensa de la democracia, se colocaron en una oposición dura a Salvador Allende. Más allá, estaban los otros, los del golpismo al acecho.
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Se da entonces la paradoja de un país donde el Gobierno no tiene mayoría para plantear los cambios profundos que el gobernante reclama, pero donde tampoco existe mayoría parlamentaria para poner fin a esa propuesta política.
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Es un contexto de creciente polarización interna donde incluso fuerzas de inspiración semejante y objetivos, visto a la distancia, similares devienen en adversarios radicales. Es probable que la debilidad política mayor de Allende haya sido no imponer y convencer a sus partidarios que el camino del cambio a través de la democracia sólo es posible consolidando grandes mayorías basadas en amplios consensos.
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Avanza 1973 y la república y sus instituciones se tensionan al máximo. Salvador Allende decide convocar a un plebiscito para lo cual requiere la aceptación del Parlamento. Sabe tanto que el triunfo es difícil como que es la forma de resolver pacíficamente el dilema institucional.
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No alcanzó a comunicarlo a la ciudadanía... Frente a la quiebra institucional, Allende responde con el testimonio profundo de sus palabras y su acción: "Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley". Y así lo hizo.
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Su gesto habla de esa condición de republicano convencido, de su afán de hacer en democracia una revolución que no había tenido lugar en ninguna parte. Es lo que asombra y cautiva al mundo. También lo que conmociona a los centros de poder, no dispuestos a aceptarlo porque temen el ejemplo.
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Hoy, a 100 años de su nacimiento, vivimos otro Chile, otro escenario internacional sin la guerra fría, pero con los peligros propios de un proceso globalizador que no tiene reglas. La forma en que hemos sido capaces de encarar la transición de dictadura a democracia en Chile ha sido vista por muchos con admiración, la tarea se ha hecho rescatando los valores democráticos y republicanos en que Chile asentó lo mejor de su historia.
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Al conmemorar a Allende en este aniversario, lo hacemos con el respeto y el afecto a una figura profundamente leal a sus ideas y a sus principios. Aquel que muere en La Moneda y deja, tras su sacrificio final, el testimonio de una vida luchando por un país donde la libertad sea el espacio para construir una mayor igualdad, un país donde ser libre para votar también signifique ser libre para vivir.
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A los 100 años de Allende reconstruimos el optimismo desde lo profundo de sus propias palabras: "Más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor". Y nos dicen algo más: esas grandes alamedas hay que cuidarlas día a día, fortalecerlas día a día, para seguir transitando por ellas hacia destinos mejores. La democracia es, en última instancia, ese conjunto de árboles sólidos, diversos y entrelazados por donde el ser humano quiere ir buscando la oportunidad de sus sueños. Es la lección que nos dejó Salvador Allende.
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martes, 24 de junio de 2008

Derrotar a los barones del petróleo

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En los dieciocho últimos meses, los precios del petróleo se han más que duplicado, lo que ha infligido costos enormes a la economía mundial. Una fuerte demanda mundial, debida a las economías en ascenso, como China, ha contribuido en parte, indudablemente, al aumento de los precios, pero la escala de esa brusca subida supera los factores de la oferta y la demanda, lo que indica que el papel desempeñado por la especulación… y subraya la necesidad de adoptar medidas normativas para limpiar el mercado del petróleo.
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La mayoría de los economistas rechazan la idea de que la especulación sea la causante del aumento de los precios, lo que refleja su fe en los mercados. Según sostienen, si la especulación fuera de verdad la causa, debería haber aumentado las existencias de petróleo, porque unos precios mayores reducirían el consumo y obligarían a los especuladores a acumular petróleo. El hecho de que no hayan aumentado las existencias de petróleo exonera a los especuladores petroleros.
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Pero el panorama es mucho más complicado, porque la demanda de petróleo es extraordinariamente poco sensible a los precios. A corto plazo, resulta técnicamente difícil ajustar el consumo. Por ejemplo, la eficiencia en materia de combustible de todos los automóviles y camiones es fija y la mayoría de los viajes no son discrecionales. Aunque unos precios mayores de los billetes de las compañías aéreas puede reducir las compras, dichas compañías sólo reducen el consumo de petróleo cuando cancelan vuelos, lo que ilustra un detalle fundamental: a corto plazo, la reducción de la actividad económica es la forma principal de disminuir la demanda de petróleo. Así, pues, a falta de una recesión, la demanda ha permanecido en gran medida inalterada a lo largo del año pasado.
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Además, es relativamente fácil aplazar la reducción del consumo de petróleo. Los consumidores pueden reducir el gasto en otros artículos discrecionales y utilizar ese ahorro para pagar precios mayores de la gasolina. El crédito puede colmar temporalmente los agujeros en el presupuesto de los consumidores. Aunque el auge de la vivienda en los Estados Unidos –que ayudó a ese respecto– concluyó en 2006, la deuda de los consumidores sigue aumentando y la Reserva Federal de los EE.UU. ha estado haciendo todo lo posible para fomentarlo. En consecuencia, de momento la economía de los EE.UU. ha podido pagar el impuesto petrolero provocado por los especuladores.
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Lamentablemente, resulta difícil demostrar que la especulación es la causante del aumento de los precios, porque suele producirse en los momentos de auge, con lo que los aumentos de precios se disimulan fácilmente como reflejo de los factores económicos fundamentales, pero, al contrario de lo que afirman los economistas, las existencias de petróleo sí que revelan indicios de especulación. De hecho, las existencias presentan niveles históricamente normales y un diez por ciento mayores que hace cinco años. Además, con los precios tan altos del petróleo, las existencias deberían haber disminuido, dados los fuertes incentivos a reducir las reservas. Entretanto, The Wall Street Journal ha informado de que las empresas financieras están dedicadas intensamente a alquilar capacidad de almacenamiento de petróleo.
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El problema primordial es el de que ahora los mercados financieros pueden movilizar decenas de miles de millones de dólares para fines especulativos, lo que ha permitido a los operadores dar colectivamente con una estrategia consistente en comprar petróleo y revenderlo rápidamente, cuando los usuarios finales se adaptan a unos precios mayores... situación agravada por el gobierno de Bush, que no ha cesado de suministrar petróleo a la reserva estratégica de los EE.UU., con lo que ha inflado la demanda y ha ofrecido una capacidad suplementaria de almacenamiento.
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A falta de un cambio en las convicciones de los operadores, la brusca subida actual de los precios del petróleo sólo será interrumpida por una recesión que agote la capacidad de los consumidores para amortiguar la subida de los precios o cuando el lento proceso de substitución del petróleo surta efecto. De modo que con el tiempo los factores económicos fundamentales acabarán con la especulación, pero entretanto la sociedad habrá pagado un alto precio.
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Mientras que los especuladores petroleros han ganado, las economías estadounidense y mundial han sufrido y se han visto muy próximas a una recesión. En el caso de los EE.UU, una gran dependencia del petróleo importado ha empeorado el déficit comercial y ha debilitado aún más el dólar.
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Este panorama que da mucho que pensar requiere una nueva reglamentación de la concesión de licencias que limite la participación en el mercado del petróleo, límites a las posiciones comerciales permisibles y un aumento de los depósitos mínimos en los casos en que sean viables. Lamentablemente, dados los principios económicos establecidos, la aplicación de esas medidas será resultará muy cuesta arriba.
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Pero algunas medidas populistas unilaterales son posibles. Una forma importante de almacenamiento de gasolina es la de los depósitos de los automóviles. Si los conductores dejaran de llenar el depósito y se las arreglaran con medio depósito, provocarían inmediatamente una menor demanda de gasolina, lo que, dada la falta de capacidad de almacenamiento, reduciría rápidamente los precios y provocaría grandes pérdidas a los especuladores.
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domingo, 22 de junio de 2008

Guerra Inc.

Por: Luis Fernando Trejos Rosero

Los hechos recientes en las dinámicas de la guerra en Colombia nos indican que ésta se mantendrá estable por lo menos hasta el mediano plazo. Las FARC-EP se encuentran en un periodo de reacomodación de sus estructuras militares y de comando y si bien sufrió un revés político con el público rechazo de su accionar por parte de los gobiernos de Venezuela y Ecuador (ninguno las reconoció como organización terrorista) retomaron nuevamente los contactos con Francia, lo que las oxigena una vez más en el plano internacional. Por los lados del ELN la situación es similar, hace tres meses su máximo comandante Nicolás Rodríguez, declaraba públicamente desde Caracas, que querían firmar la paz con el gobierno de Uribe y sólo condicionaban la formalización de los diálogos a no concentrar sus frentes en sitios definidos por el gobierno y no individualizar a sus militantes sino hasta el final del proceso, las dos condiciones eran políticamente viables, pero fueron rechazadas por el gobierno. La pregunta que cabe hacerse es ¿Por qué el gobierno desechó la posibilidad real y concreta de humanización (ofrecieron liberar unilateralmente a los secuestrados en su poder) y negociación que les abrió el ELN y se empeña en una guerra sin cuartel con las FARC? ¿Será que para ciertos sectores del gobierno es más funcional la guerra que la paz? Lastimosamente el resultado de este rechazo a una posibilidad de paz produce más guerra, ya que en una carta publicada en su sitio web el 26 de mayo, el ELN invita a las FARC-EP a coordinar acciones políticas y militares y terminar con las agresiones armadas que se presentan entre algunos de sus frentes, especialmente en Arauca y Cauca.

Ante este panorama nuevamente surge la pregunta ¿podrá haber paz en Colombia? Y la respuesta parecen darlas las siguientes cifras: Acnur, presentó la semana pasada un informe en el que afirma que con tres millones de desplazados, Colombia ocupa el segundo puesto en el mundo después de Sudán, en África. Según el informe, un millón de esos casos han sucedido en los últimos cinco años (…) También es el cuarto país en solicitudes de asilo (…) Los resultados de la medición anual que la Oficina contra la Droga y el Delito de Naciones Unidas hace sobre la extensión de los cultivos de coca. De acuerdo con estos estudios, las plantaciones crecieron el año pasado en 27 por ciento frente al año anterior, con lo que el país tendría 99.000 hectáreas sembradas (…) el Observatorio para la Protección de los Defensores de Derechos Humanos emitió un informe en el que asegura que en el país el 95 por ciento de las violaciones a los Derechos Humanos queda en la impunidad. El documento, presentado en Suiza por la Federación Internacional de Derechos Humanos, dejó a Colombia entre los peor situados junto a China, República Democrática del Congo, Zimbabwe, Sudán, Somalia, Chad y Uzbekistán (…) la revista inglesa The Economist, en el que muestra cómo en el Índice de Paz Global, que mide qué tan violentos son los países, la situación de Colombia empeoró, al pasar del puesto 116 al 130 en el mundo. Con ello quedó a sólo nueve puestos del país que tiene la situación más grave en esta materia, Irak[1].

Todas estas mediciones fueron hechas en el periodo de gobierno del presidente Uribe, estas son las otras cifras de la seguridad democrática, las que no aparecen en las encuestas, las que respaldarían su tercer gobierno y las que en últimas alimentan el conflicto y legitiman la violencia armada en Colombia.

[1] Cifras y comentarios disponibles en:

sábado, 21 de junio de 2008

El espectro de la estanflación global

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¿Conducirá la creciente inflación global a una pronunciada desaceleración económica? Peor aún, ¿reavivará la estanflación, esa combinación mortal de inflación en aumento y crecimiento negativo?
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La inflación ya está en aumento en muchas economías avanzadas y mercados emergentes, y hay señales de una probable contracción económica en muchas de las primeras (Estados Unidos, Reino Unido, España, Irlanda, Italia, Portugal y Japón). En las economías emergentes, la inflación ha estado asociada – hasta ahora – con el crecimiento, e incluso con el sobrecalentamiento de la economía. Pero la contracción económica en Estados Unidos y otras economías avanzadas puede conducir a una asociación –en lugar de una disociación—del crecimiento en los mercados emergentes, a medida que la contracción estadounidense desacelere el crecimiento y la inflación creciente obligue a las autoridades monetarias a restringir las políticas monetaria y de crédito. Entonces podrían enfrentarse a una "estanflación lite" –inflación creciente unida a una marcada desaceleración del crecimiento.
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La estanflación necesita un choque negativo del lado de la oferta que aumente los precios y al mismo tiempo reduzca la producción. Los choques estanflacionarios han provocado una recesión mundial tres veces en los últimos 35 años: en 1973-1975, cuando los precios del petróleo se dispararon tras la Guerra del Yom Kippur y el embargo de la OPEP; en 1979-1980 después de la revolución iraní; y en 1990-1991, tras la invasión de Kuwait por Iraq. Incluso la recesión de 2001 –desencadenada principalmente por la implosión de la burbuja de la alta tecnología—estuvo acompañada de una duplicación del precio del petróleo después del inicio de la segunda intifada palestina contra Israel.
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Hoy, un ataque israelí contra las instalaciones nucleares de Irán podría provocar un choque estanflacionario. Este riesgo geopolítico ha aumentado en las últimas semanas a medida que ha crecido la alarma en Israel en cuanto a las intenciones de Irán. Un ataque de ese tipo ocasionaría aumentos bruscos en el precio del petróleo –muy por encima de los 200 dólares por barril. Las consecuencias de dicho aumento serían una recesión global importante, como las de 1973, 1979 y 1990. En efecto, el incremento más reciente en el precio del petróleo se debe en parte a un aumento en la prima del miedo.
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Pero sin un choque negativo del lado de la oferta, ¿es posible la estanflación global? Entre 2004 y 2006 el crecimiento global fue robusto mientras que la inflación fue baja, debido a un choque positivo en la oferta global –el aumento de la productividad y la capacidad productiva de China, la India y los mercados emergentes.
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A este choque positivo del lado de la oferta le siguió –a partir de 2006—un choque positivo en la demanda global: el rápido crecimiento en “Chindia” y otros mercados emergentes comenzó a presionar los precios de varios productos básicos. Un fuerte crecimiento global en 2007 marcó el inicio de un aumento de la inflación global, un fenómeno que, con ciertas salvedades(la brusca desaceleración en Estados Unidos y algunas economías avanzadas), continúa en 2008.
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Por lo tanto, si se excluye un choque del lado de la oferta verdaderamente negativo, la estanflación es poco probable. Los aumentos recientes en los precios del petróleo, la energía y otros productos básicos reflejan varios factores:
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El elevado crecimiento de la demanda de petróleo y otros productos básicos entre las economías de mercado emergentes con rápido crecimiento y urbanización se está dando en un momento en el que las limitaciones a la capacidad y la inestabilidad política en algunos países productores restringen su oferta
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El debilitamiento del dólar está presionando a la alza el precio en esa divisa del petróleo a medida que el poder de compra de los exportadores de petróleo disminuye en regiones donde el dólar no se utiliza.
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El descubrimiento de los inversionistas de los productos básicos como un tipo de activo está alimentando la demanda tanto especulativa como de largo plazo.
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La desviación hacia la producción de biocombustibles ha reducido la tierra disponible para el cultivo de productos agrícolas.
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La relajada política monetaria estadounidense, a la que ha seguido la relajación monetaria en países que formalmente fijaban su tipo de cambio al dólar (como los del Golfo) o que mantenían devaluada su moneda para fomentar el crecimiento impulsado por las exportaciones (China y otros miembros informales de la llamada zona del dólar Bretton Woods 2), ha provocado una nueva burbuja de activos de productos básicos y un sobrecalentamiento de sus economías.
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La mayoría de estos factores son similares a choques positivos en la demanda agregada global, lo que debería conducir a un sobrecalentamiento económico y un aumento de la inflación global.
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Las políticas de tipo de cambio son cruciales. Los superávit en cuenta corriente considerables y/o la mejora de la relación de intercambio implican que el tipo de cambio de equilibrio real (el precio relativo entre los bienes extranjeros y los nacionales) se ha apreciado en países como China y Rusia. Así, con el tiempo el tipo de cambio real debe convergir –mediante una apreciación real—con el tipo de equilibrio más fuerte. Si no se permite la apreciación del tipo de cambio nominal, la apreciación real sólo podrá ocurrir mediante un aumento de la inflación interna.
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Por lo tanto, la forma más importante de controlar la inflación –y recuperar al mismo tiempo la autonomía de las políticas monetaria y crediticia necesaria para controlar la inflación—es permitir que las monedas de esas economías se aprecien significativamente. Desafortunadamente la necesidad de apreciar las monedas y de la austeridad monetaria en los mercados emergentes sobrecalentados llega en un momento en que la recesión inmobiliaria, la contracción del crédito y los elevados precios del petróleo están provocando una acentuada desaceleración en las economías avanzadas—y una recesión abierta en algunas de ellas.
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El mundo ha completado el círculo. Después de un período benigno con un choque positivo en la oferta global, un choque positivo en la demanda global ha conducido al sobrecalentamiento y presiones inflacionarias crecientes a nivel mundial. Ahora hay preocupaciones sobre un choque estanflacionario en la oferta –digamos, una guerra con Irán—aunado a un choque deflacionario en la demanda a medida que revienten las burbujas inmobiliarias. Las presiones deflacionarias podrían afianzarse en las economías que se están contrayendo, mientras las presiones inflacionarias aumentan en las economías que todavía crecen con rapidez.
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Por lo tanto, los bancos centrales de muchas economías avanzadas y emergentes se enfrentan a una pesadilla en la que deben restringir la política monetaria (para luchar contra la inflación) y al mismo tiempo relajarla (para reducir los riesgos al crecimiento). A medida que los riesgos de inflación y los que afectan al crecimiento se combinen de maneras distintas y complejas en economías diferentes, será muy difícil para los banqueros centrales equilibrar estos imperativos contradictorios.
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viernes, 20 de junio de 2008

Hoy fueron publicados los primeros resultados del segundo estudio regional de la UNESCO

El día de hoy se hizo público el primer reporte de resultados del Segundo Estudio Regional Comparativo y Explicativo (SERCE) liderado por la Oficina Regional de la UNESCO para América Latina y el Caribe (OREALC).
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En dicho estudio participaron muestras representativas de los estudiantes de tercero y sexto de primaria de 16 países de AL. Los estudiantes fueron evaluados en matemática, lectura, escritura y ciencias naturales (esta última área solo se evaluó en algunos países y en sexto grado). El estudio es curricular (evaluá el rendimiento en los aspectos comunes a los curricula de los países que participan) y enfocado desde la perpectiva de habilidades para la vida (vale decir, los aprendizajes deben ser significativos para el desenvolvimiento de los estudiantes en su entorno y no solo para lograr éxito en la escuela).
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El reporte completo se puede obtener en:
http://www.unesco.cl/esp/
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Algunos asuntos destacables de la presentación de resultados acontencida en la UNESCO el día de hoy:
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- En educación, calidad y equidad son dos aspectos indisociables.
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- El clima escolar es el factor asociado, entre los estudiados, que explica mayor porcentaje de la varianza de los resultados. Los niños y niñas que estudian en escuelas con mejor clima obtienen mejores resultados. IMPORTA SENTIRSE A GUSTO CON LA ESCUELA. (Cabe preguntarse si esta relación hallada entre clima y rendimiento es bidireccional)
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- El capital cultural de las familias de los estudiantes es también un factor asociado preponderante en la explicación de los resultados. Estudiantes de familias con "mayor capital cultural" rinden mejor.
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- Cuba obtiene, igual que en el primer estudio de UNESCO realizado en 1997, los mejores resultados de la región.
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- Chile, Uruguay y Costa Rica conforman un segundo grupo con resultados significativamente por encima de la media regional. México y Colombia tienen resultados también superiores a la media. ´
- Los resultados están propuestos también en niveles de logro, esto son, tramos de puntaje que dan cuenta de perfiles educativos y que dotan de significado pedagógico la comunicación de resultados. Se han definido cuatro niveles de logro para cada prueba (del I al IV, donde los estudiantes que caen en el nivel I son capaces de realizar las tareas de menor demanda cognitiva y los del nivel IV logran, por el contrario, mostrar un grado de habilidad en el área mayor y satisfactorio). Por defecto, se crea además el nivel -1 donde caen aquellos estudiantes que no logran mostrar ni siquiera los conocimientos básicos evaluados en el nivel 1.

- En tercer grado - matemática tenemos aprox. un 10% de estudiantes por debajo del nivel 1, un 36% en el n1, un 28% en el n2 y tan solo 25% en los dos niveles superiores. Los resultados son igualmente preocupantes en las otras áreas y grados.
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- Un mensaje alentador: La escuela importa, puede transformar esto en mejores resultados. Evidencia de ello es el caso cubano, donde la segmentación social es casi inexistente, los insumos y condiciones de partida son similares y sin embargo se observa gran dispersión en los resultados que presumiblemente se debe a procesos escolares.
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Si bien, los análisis específicos de factores asociados para cada país aún no se han publicado, el informe general ofrece mucha información rica y útil para entender la problemática educativa en nuestra región y aportar a su solución.

Politicas Sociales. Más que políticas para la pobreza una oportunidad de fortalecimiento de la sociedad

Por: Reinaldo Tan Becerra.
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Según Germán Rama (2001) (1) la política social es “un conjunto de disposiciones legales y de acciones que parte de los poderes públicos, como de los distintos grupos sociales que tienden a proteger la existencia y la calidad de la vida humana de la totalidad de los integrantes de la respectiva sociedad... lo que define a las políticas sociales es el objetivo de la universalidad. La noción fundamental es que los seres humanos, por el hecho de ser tales, tienen derechos similares en lo que se refiere a la existencia y calidad de la misma, con independencia de sus restantes atributos, como son: el sexo, el color de piel, la lengua, la cultura a la que se pertenece, y el poder económico social."(2)
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Esta definición de política social rompe con una concepción, adoptada por los países latinoamericanos desde la década del 80, de fuerte focalización en los sectores de menores ingresos; abriendo la posibilidad de que el resto de la población sea sujeto de ella en cuanto beneficios y no solamente costos.
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La universalización planteada por Rama -ampliación de la cobertura de los beneficiados con las políticas sociales, en un marco de derechos humanos- conlleva desafíos, de distinto nivel, tanto para la economía y la política.
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En materia económica, desde un paradigma de mercado, que el Estado camine a una universalización de los beneficios de su políticas social es “un atentado” contra la capacidad del mercado de responder a las demandas sociales de la población, movilizando los escasos recursos con los que cuenta a responder necesidades, siempre crecientes, de sectores de la población que no lo requieren. El Estado al perder su focalización en la población de menores recursos (categorizada como pobre), entregará bienes y servicios a segmentos de la población que no debe, por ser estos capaces, gracias a su nivel de ingresos monetarios, de resolver sus necesidades a través de la oferta de servicios sociales que ofrece el mercado. Además, la adopción de una política social de este tipo que busca el ejercicio y goce de los derechos sociales requiere de organizaciones que provean éstos, lo que conlleva realizar inversiones para ampliar y modificar la red de servicios sociales existentes -diseñada para servir al segmento pobre de la población- para captar a los segmentos no pobres de la población. En suma, la universalización de las políticas sociales en un marco de derechos es una aberración económica.
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En cuanto política, la adopción de la universalización plantea de partida la pregunta de cómo sustentar una política de este tipo. Clave es generar la institucionalidad que permita la captación de los ingresos necesarios para financiar el nuevo gasto social al cual llevaría esta política universal. En lo propiamente político, la universalización llevaría a un potencial crecimiento de la demanda por participación de viejos y nuevos actores sociales, no presentes en el segmento pobre de la población, cuyas demandas han sido catalizadas y segmentadas por el mercado de bienes y servicios sociales. Abriendo un canal de potenciales demandas por el ejercicio y goce de derechos políticos, sociales, económicos y culturales. Lo cual exige un rediseño de la estructura política existente para dar cabida a estos nuevos actores en el actual escenario político.
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El retorno del tema de la universalización de las políticas sociales, ya antes presente en los esfuerzos llevados adelante por los países latinoamericanos por concretar un Estado de Bienestar (desde la década del 30 hasta su fin en los inicios de lo 80), es indicador de que no basta el mercado y sólo políticas económicas en pro del crecimiento, para el bienestar de las poblaciones latinoamericanas. Se requiere la participación del Estado ya no sólo con una política social focalizada en los segmentos pobres, sino incluyendo a otros actores sociales. Esto, como ya se ha presentado, no exento de dificultades en materias económicas y políticas.
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Uno de los aportes de las políticas sociales en el siglo XX en América Latina fue posibilitar la integración social, la constitución de un nosotros. La cual, en el último cuarto del siglo pasado, transita una política focalizada en los grupos pobres, en una apuesta desde el crecimiento económico por el desarrollo e integración social de esta población.
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La universalización de la política social, en un marco de derechos humanos, abre la posibilidad de incorporar la capacidad integradora de las políticas sociales extensivas del siglo XX, con un uso responsable de la economía de la nación en el marco de una economía de mercado. No conduciendo a los desequilibrios macroeconómicos alcanzados por los gobiernos populistas latinoamericanos.
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Esta es una oportunidad de mayor cohesión social de nuestras sociedades cada vez más segmentadas por las propias dinámicas del mercado, es una posibilidad de fortalecer y renovar el nosotros nacional.
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(1) Germán W. Rama, Consultor del BID
(2) Rama, G. (2001).Las políticas sociales en América Latina.

jueves, 19 de junio de 2008

¿Hay un nuevo consenso de Washington?

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Hace dos años y medio, algunos altos funcionarios del Banco Mundial abordaron al Premio Nobel Michael Spence para pedirle que encabezara una comisión de alto nivel sobre el crecimiento económico. El problema de que se trataba no podía ser más importante. El “consenso de Washington” –la tristemente célebre lista de lo que debían y no debían hacer los encargados del diseño de políticas de los países en desarrollo—se había disipado prácticamente. Pero, ¿qué tomaría su lugar?
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Spence no estaba seguro de ser la persona indicada para esa labor. Después de todo, sus investigaciones se habían centrado en cuestiones teóricas sobre economías avanzadas; había sido decano de una escuela de estudios empresariales; y no tenía mucha experiencia en materia de desarrollo económico. Pero le intrigaba la tarea. Y lo alentó la respuesta entusiasta y positiva que recibió de los futuros miembros de la comisión. Así nació la Comisión Spence sobre el Crecimiento y el Desarrollo, un grupo de célebres encargados del diseño de políticas –incluyendo a otro Premio Nobel—cuyo informe final se dio a conocer a finales de mayo.
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El informe Spence representa un parteaguas para la política de desarrollo – tanto por lo que dice, como por lo que excluye. Ya no están las afirmaciones llenas de seguridad sobre las virtudes de la liberalización, la desregulación, la privatización y el libre mercado. Tampoco están las recomendaciones uniformes de política ajenas a las diferencias de contexto. En cambio, el informe Spence adopta un enfoque que reconoce los límites de lo que sabemos, resalta el pragmatismo y el gradualismo y alienta a los gobiernos a experimentar.
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Es cierto que las economías exitosas tienen mucho en común: todas participan en la economía global, mantienen estabilidad macroeconómica, estimulan el ahorro y la inversión, dan incentivos orientados al mercado y están razonablemente bien gobernadas. Es útil mantener a la vista estos puntos comunes porque son el marco para llevar a cabo políticas económicas adecuadas. Decir que el contexto es importante no significa que todo se vale. Pero no hay un libro de reglas universal; en países distintos estos fines se alcanzan de formas diferentes.
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El informe Spence refleja un cambio intelectual más amplio dentro de la profesión del desarrollo, un cambio que abarca no sólo las estrategias de crecimiento sino también la salud, la educación y otras políticas sociales. El marco de política tradicional, al que el nuevo pensamiento está sustituyendo gradualmente, se basa más en suposiciones que en diagnósticos.
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Comienza con ideas preconcebidas firmes sobre la naturaleza del problema: demasiada (o muy poca) reglamentación oficial, mala gobernanza, gasto público insuficiente en salud y educación y así sucesivamente. Además, las recomendaciones vienen en forma de la clásica lista de reformas y se subraya su carácter complementario –la necesidad de ponerlas en marcha simultáneamente—y no su programación, secuencia y orden de prioridad. Y está sesgado hacia las recetas universales –arreglos institucionales “modelo”, “mejores prácticas”, reglas empíricas y demás.
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En contraste, la nueva mentalidad de política comienza con un agnosticismo relativo en cuanto a lo que funciona. Su hipótesis es que hay demasiada “laxitud” en los países pobres, de forma que con cambios simples puede haber una gran diferencias. Como resultado, es explícitamente diagnostico y se centra en los cuellos de botella y las limitaciones económicas más importantes. En lugar de una reforma integral, hace énfasis en la experimentación en las políticas y en iniciativas con objetivos relativamente concretos para encontrar soluciones locales, y llama a dar seguimiento y realizar evaluaciones a fin de averiguar qué experimentos funcionan.
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El nuevo enfoque desconfía de los remedios universales. En cambio, busca innovaciones de política que proporcionen atajos para evitar las complicaciones económicas o políticas locales. Este enfoque tiene una gran influencia del gradualismo experimental de China desde 1978 –el episodio más espectacular de crecimiento económico y reducción de la pobreza que el mundo ha visto.
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El informe Spence es un documento consensual y por lo tanto un objetivo fácil para los golpes bajos. No contiene “grandes ideas” propias y en ocasiones se esfuerza demasiado para complacer a todos y cubrir todos los ángulos posibles. Pero, como dice Spence en relación a la reforma económica misma, es necesario dar pasos pequeños para que a largo plazo se note una diferencia importante. Es un gran logro haber alcanzado el nivel de consenso que él ha obtenido sobre un conjunto de ideas que en ciertos aspectos se apartan considerablemente del enfoque tradicional.
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Habla bien de Spence el hecho de que el informe consigue evitar tanto el fundamentalismo de mercado como el fundamentalismo institucional. En lugar de ofrecer respuestas superficiales como “hay que dejar que los mercados operen” o “hay que mejorar la gobernanza”, pone el énfasis, con razón, en que cada país debe diseñar su propia mezcla de soluciones. Los economistas y los organismos de ayuda extranjeros pueden proporcionar algunos de los ingredientes, pero sólo el país mismo puede dar la receta.
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Si hay un nuevo consenso de Washington, es que el libro de reglas se debe escribir en casa, no en Washington. Y eso es un verdadero avance.
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martes, 17 de junio de 2008

Sanar a Bolivia

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Desde el siglo 19, América Latina ha sufrido menos guerras entre estados y en ella se han creado menos estados que en cualquier otra región del mundo. El continente ha sido una periferia relativamente tranquila, ya que sus países no tienden a luchar entre si ni a fragmentarse. Sin embargo, puede que Bolivia termine siendo la excepción a esta última tendencia.
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Un referendo sobre autonomía, que fue aprobado en la provincia oriental de Santa Cruz, ha generado temores acerca de una posible secesión de la región. Esta provincia, que es relativamente rica, está controlada por la oposición, posee diversidad étnica y es más conservadora, además de disfrutar de fértiles llanuras e hidrocarburos, votó por la autonomía por amplio margen. Las fuerzas antigubernamentales más entusiastas de Santa Cruz se ven impacientes por que se produzca la división. Y los referendos recientes en las provincias amazónicas de Beni y Pando parecen haber exacerbado esta sensación de potencial fractura de la nación.
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Un ingrediente clave de este bullente conflicto es el factor étnico, cuya prominencia se hizo evidente incluso antes de la elección del Presidente Evo Morales en 2005. La combinación de grupos indígenas vociferantes y altamente organizados (los amerindios, ubicados en gran parte en las planicies occidentales de Bolivia, representan un 55% de la población) y la decreciente influencia de las elites tradicionales en una época de deterioro socioeconómico, ha creado una sociedad en la que hay más perdedores que ganadores. El referendo marcó una confluencia crítica de las divisiones sociales, regionales y políticas de Bolivia.
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Sin embargo, a pesar de que Bolivia ha llegado a este sombrío punto de inflexión, paradójicamente los acontecimientos podrían llegar a un desenlace moderadamente benigno. El país se halla ante dos caminos distintos: una violencia civil prolongada y sin control, crisis política y un colapso de las instituciones, o tensión de corto plazo, un ajuste de mediano plazo y estabilidad de largo plazo.
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La pregunta es: ¿puede Bolivia evitar convertirse en un estado casi fallido?
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La asunción de Morales, un líder indígena, fue un terremoto político, pero también una señal de que la democracia se había profundizado. La reestructuración de las relaciones entre el estado y el sector privado en el sector de los hidrocarburos ha proporcionado al gobierno central los recursos y las capacidades que necesita para reconstruir un estado extremadamente débil.
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Las políticas sociales y culturales de Morales se han orientado no sólo al reconocimiento de los derechos de la mayoría indígena de Bolivia, sino también a una redistribución del poder entre los grupos raciales. Su radicalismo inicial fue más simbólico y retórico que real, y a fines de 2007 ya se había moderado; la mayoría de sus iniciativas de política exterior fueron más eclécticas que extremistas.
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Si Morales alguna vez había concebido un cambio revolucionario en Bolivia, para principios de 2008 ese proyecto se había disipado debido a la falta de un consenso nacional acerca de la factibilidad, intensidad y dirección de una transformación de ese tipo. El embrollo en que ha resultado la Asamblea Constituyente que Morales había convocado para enmendar la Constitución reflejó esta realidad. Mientras tanto, la oposición, aunque fuerte y poco moderada, no es todavía secesionista.
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Afortunadamente, la economía mundial no está exacerbando la polarización interna de Bolivia. Los altos precios globales de los productos básicos han ayudado a todos los principales sectores económicos del país: la minería en el occidente, la producción agroindustrial y los proyectos de hidrocarburos en el oriente y el avance del desarrollo de la extracción de petróleo y gas en el sur. Más aún, el auge del consumo global de cocaína –debido a una mayor demanda en Europa y América Latina, junto a una demanda estable en Estados Unidos- ha generado nuevos ingresos para algunos bolivianos.
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Sin embargo, si bien el poder relativo de las diversas regiones de Bolivia está aumentando, ninguna de ellas puede sobrevivir por si misma o vetar las acciones de zonas altamente movilizadas del país. Los grupos sociales y étnicos, activados por proyectos intensos y politizados, pueden pensar en términos de suma cero, pero no pueden avanzar en pos de sus intereses sin acuerdos de suma positiva.
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Más aún, países vecinos como Argentina y Brasil, han mostrado un notable nivel de comprensión de la difícil situación interna de Bolivia. Han intentado evitar, siempre que sea posible, disputas económicas o políticas con el gobierno de Morales, y se han vuelto más diligentes a la hora de ejercer una influencia positiva sobre los asuntos bolivianos. El “Grupo de Amigos” (Argentina, Brasil y Colombia), creado recientemente, intenta promover medidas de creación de confianza y prevención de conflictos.
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Además, EE.UU. parece estar queriendo evitar un antagonismo abierto con Morales. Con un régimen reformista en La Paz, es difícil no esperar tensiones con la administración Bush. Sin embargo, y esto ha sido crucial, Estados Unidos se ha abstenido de intervenir en la política boliviana, porque comprende que socavar el gobierno actual llevaría al caos.
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El futuro de Bolivia no es inexorablemente sombrío. Existe una ventana de oportunidad para reconstruir su estado y sus instituciones de maneras más viables. Probablemente más democracia y bienestar material pueden coexistir con una autonomía local realista, mientras que es necesario recordar que las secesiones no siempre generan pluralismo político, cohesión social y bienestar económico. Los bolivianos deben reconocer que hay una oportunidad real de evitar este riesgoso camino.
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Hillary Clinton y el feminismo

Por: Manuel Castells
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La frustrada candidatura de Hillary Clinton a la presidencia de Estados Unidos ha reactivado la polémica entre feministas y sobre el feminismo. En muchos países, incluida España, la posibilidad de que una mujer hubiese podido llegar al cargo más poderoso del mundo ha marcado un hito en el camino de la igualdad de género. Por eso es comprensible la decepción por su derrota, por escaso margen, en las primarias demócratas, aún aceptando el interés de la candidatura de Obama. Pero sería simplista considerar a Clinton como candidata feminista y atribuir el resultado al machismo imperante en la sociedad. Los hechos no avalan dicha interpretación.
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Analizando el voto en el conjunto de las primarias, el factor decisivo no fue el sexo, sino la edad. Obama gana en el conjunto de votantes de menos de 45 años. Iguala a Clinton entre las mujeres de menos de 40 años. Y gana a Clinton ampliamente entre las mujeres de menos de 30. Mientras que Clinton supera a Obama en una proporción de 4 a 1 entre las mujeres de más de 60. El otro factor decisivo es la educación. Obama supera a Clinton entre las mujeres universitarias con menos de 40 años. Es decir, la principal base de Clinton son las mujeres de su edad, con una vida por detrás en donde vieron sus posibilidades frustradas, en donde sufrieron el machismo cotidiano y ya con poco margen para rehacer su andadura. La rabia acumulada se hizo movimiento en torno a Clinton.
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Mientras que para las jóvenes, en Estados Unidos o en España, aún conscientes del sexismo circundante, saben que muchas barreras se han roto y que otras son superables. Aunque el patriarcado sigue vivito y coleando la conciencia de las mujeres ha cambiado fundamentalmente en las tres últimas décadas. Y este cambio mental es irreversible, porque si las mujeres se piensan libres y iguales no tolerarán la dominación. Ni en la sociedad ni en su pareja. La candidatura de Clinton ha contribuido a simbolizar el cambio para las nuevas generaciones. Entre ellas, como dice su padre, las niñas de Obama para quienes ahora es normal que una mujer pueda ser presidente. Pero si Clinton perdió no fue por ser mujer (de hecho, ganó a otros cuatro candidatos hombres), sino porque Obama supo crear un movimiento de cambio y esperanza en torno suyo, porque se opuso a la guerra de Iraq cuando Clinton votaba con Bush, porque hizo una campaña limpia, porque conectó con los jóvenes y movilizó su voto y porque, a diferencia de Hillary, no está en manos de los lobbies de Washington. Hay veces en que un hombre hace las cosas mejor que una mujer.
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Este es el tema central del debate entre feministas clásicas como Gloria Steinem y feministas de la nueva generación como Camille Paglia. ¿Es feminismo el que las mujeres conquisten el poder tal y como es o que los valores que encarnan las mujeres redefinan los contenidos del poder? No es un debate abstracto, sino esencial en la campaña de Clinton, que fundó su carrera política en su marido, aguantó sus insultantes y continuas infidelidades y la humillación de la mentira pública por algún motivo más fuerte que el afecto conyugal, utilizó la red de contactos y consultores de Bill, así como su red financiera y su popularidad.
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Y contó con su activa participación en campaña, aunque realidad Bill hizo desastre. O sea, más que de un candidatura de mujer fue un intento de construir una dinastía política a partir de la presidencia.
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Pero lo realmente revelador fue su campaña. Clinton decidió que para ganar tenía que ser más dura que cualquier hombre y presentarse como comandante en jefe dispuesta a liderar el mundo. Por eso votó por la guerra de Iraq, por eso difuminó cualquier tema feminista, se rodeó de militares y financieros y se armó con el arsenal de consultores de política sucia curtidos en los escándalos de la presidencia Clinton. El poder acumulado la hizo caer en la arrogancia. Era obvio que aplastaría rápidamente a los demás candidatos y en particular a Obama ( “un cuento de hadas”, según dijo Bill). Sólo cuando vio que las cosas iban mal, cambió de estrategia y movilizó a las mujeres, apoyándose en el feminismo tradicional y en un mensaje directo a las mujeres, al tiempo que se erigía en defensora de la clase trabajadora “blanca” (según su propia expresión). Demasiado tarde. El mensaje de cambio de Obama había calado profundamente y, sobre todo, había seducido a los medios. Cierto es que hubo sexismo en torno a Clinton, como hubo racismo en torno a Obama.
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Pero lo que debaten las feministas no es eso, sino el significado del personaje Clinton, su oportunismo político, sus triquiñuelas electorales perpetuadoras de la política sucia en la que se formó, su convicción de que para ganar a los hombres hay que ser como ellos pero más fuerte. Por eso, a diferencia de Obama que abordó de cara el tema del racismo con un discurso memorable que le sacó del pozo de los vídeos de su pastor, Clinton nunca hizo un discurso sobre las relaciones de género. Sólo se quejó del sexismo, pero no explicó cómo superarlo.
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Y se escandalizó de que numerosas organizaciones feministas, incluyendo la principal asociación del derecho al aborto, apoyaran a Obama. El nuevo feminismo, el que trata de transformar a las mujeres y a los hombres mediante la transformación de sus relaciones, se distanció del feminismo tradicional, aquel que busca hacer hueco para las mujeres en un mundo de hombres. En teoría no hay contradicción entre los dos proyectos, porque sólo si hay suficientes mujeres ministras de Defensa tal vez podamos repensar la guerra. Pero en la práctica el que las Thatcher, Merkel, Kirchner o Clinton lleguen al poder puede ser una forma de perpetuar la cultura masculina integrando a mujeres que para poder mandar aceptan transformarse en luchadoras de lucha libre (vídeo de la campaña de Clinton).
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lunes, 16 de junio de 2008

Rol de la sociedad civil en la determinación de la política pública

Por: Luis Fernando Marin Mariscal
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En el contexto de lo que denominó Weber la “racionalización” de la vida social y económica moderna, se institucionaliza la mercantilización de las relaciones sociales atravesadas por un Estado regulador y garante de las libertades democráticas y por el mercado. Este último el cual segmenta y genera conflictos y problemas o escándalos sociales[1]. Los miembros de la sociedad hacen parte de la misma en la medida que se identifican con ella, adquiriendo hábitos, actitudes, valores y creencias como conciencia común de grupo. De esta manera se promueve la cohesión social y por ende la estabilidad del sistema. La formulación de la política pública desde el Estado está dirigida a generar cohesión social, tendiente a frenar los posibles conflictos y desintegración de la sociedad, a la vez que crea y moldea los actores sociales dentro de un sistema preestablecido, no permitiendo la generación espontánea de los mismos, ni transformaciones de la condición social.
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Los procesos de unificación de una sociedad en torno a un sistema estructural se dan por dos vías: una, la interacción social a través de procesos de constitución y organización de identidades colectivas, organizaciones sociales e interacciones de la sociedad civil, y otra, a través de la intervención sistémica mediante mecanismos como los medios de comunicación, la educación y la política publica estatal[2].
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La intervención sistémica por parte del Estado es altamente justificada en los países en desarrollo, dada la debilidad estructural de las organizaciones de la sociedad civil, paradójicamente por su negación de comunidad, nihilismo, individualismo, anomias y efectos contrarios a procesos de socialización como son crisis de integración y conflicto. Allí es justificada y salvadora la intervención sistémica. Esta por el contrario se despliega mediante la política, que emplea como herramienta un sistema burocrático-administrativo, el cual establece criterios, grados y espacios de intervención, en los que más que acción estatal sobre la sociedad en su conjunto, hay un ejercicio de poder dominante hacia esta[3].
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Las preguntas que cabe hacernos giran en torno a qué tan deseable puede ser que la sociedad civil determine en qué, cómo y el grado de intervención del Estado en la sociedad a través de la política pública y que tan factible es que esto suceda en medio de un entorno institucional en el que la función del Estado es la de intervenir para limitar los efectos desintegradores, producto de las contradicciones sociales y no como el conjunto de mecanismos de regulación y legitimación social.
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Si bien, debemos partir por reconocer la debilidad actual de las organizaciones sociales, no podemos ser totalmente pesimistas al pensar que todo está perdido. Sin duda alguna en el siglo XXI se ha alcanzado un despliegue democrático como nunca antes visto, en el que se posibilita la creación de espacios y mecanismos institucionales para la legitimación social. Podemos ver por ejemplo, como miembros de comunidades indígenas y negra, históricamente relegados, participan activamente en la política y acceden al sistema educativo. Los partidos políticos se organizan y regulan institucionalmente, a la vez que se introduce el voto universal[4]. Nacen también nuevas organizaciones que buscan hacer visibles ciertas demandas o necesidades no resueltas en la esfera pública ni privada.
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En el futuro, lo público no estatal llegará a constituirse en una dimensión clave en la organización de la vida social, pero esto depende de la capacidad de las organizaciones por generar procesos integradores y comunitarios más que asociativos. Estamos ante lo que denomina Luis Bresser como la aparición del “tercer sector”[5], organizaciones que despliegan roles que ni mercado ni estado pueden cumplir y donde la ruptura de la dicotomía Estado-sociedad, encuentra las mayores potencialidades para el cambio social y la reivindicación de demandas.
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Retomando, los sistemas de intervención sistémica, elementos de alienación del Estado y el mercado, son homeostáticos en cuanto tienden a un constante equilibrio. Los individuos deben acomodarse a estructuras económicas, sociales y políticas desiguales ya preestablecidas que no consideran la transformación de la realidad existente. Por el contrario, las organizaciones sociales están marcadas por la diversidad de componentes, los continuos procesos estructurales de cambio y ajuste y la creación y puesta en escena de actores sociales. Dado su papel de representación social, llevarían los intereses objetivos donde el conflicto sería la materia prima del cual se nutriría la acción estatal.
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El Estado ya no puede ser un órgano estático en el que se toman las decisiones de intervención social, sino el espacio de articulación de distintas demandas sociales, donde el interés general debe ser privilegiado. El esquema de intervención en torno al sostenimiento coyuntural de los problemas de desigualdad y pobreza, característico del Estado, empieza a generar serias desconfianzas. Acciones como la intervención focalizada son excluyentes y su fin es limitar los efectos desintegradores de las contradicciones sociales, manteniéndolas al margen del sistema. La erradicación total de los problemas sociales requiere la transformación de la sociedad y el desmonte o ajuste del modelo económico, que solo podrá darse sobre la base de un tejido social activo y revolucionario.
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Es la sociedad civil a través de sus organizaciones sociales, como elemento neutral del Estado y los partidos políticos, un sector independiente, transformador y generador de cohesión social. A su vez, elemento estabilizador de poder, creador de la política pública y quien debe aprobar o rechazar la intervención del Estado. La sociedad en su proceso de organización y desarrollo es quien debe definir los rumbos de su destino y en que aspectos considera debe ejecutar el Estado lo requerido por la sociedad. Este debe ser per sé el espacio de articulación y materialización de las demandas sociales no el de creación e identificaciones de las mismas.
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[1] Sobre este concepto el Profesor Javier Corvalán lo define como una problemática entendida como una necesidad que no se satisface en el ámbito ni privado ni público y que este a su vez puede ser o no legítimo o ilegítimo. Legítimo cuando tiene validez para el conjunto o “sentido común de la sociedad” como por ejemplo la pobreza e ilegítimo cundo tiene validez solo para el grupo que lo experimenta como por ejemplo el problema de exclusión de las minorías en las sociedades democráticas.
[2] Barba Solano C, La política pública desde una perspectiva sociológica, en espiral. Estudios sobre estado y sociedad, Vol. II No. 4, septiembre-diciembre 1995.
[3] Jobert Bruno, Estado, sociedad, políticas públicas, Lom, Santiago, 2005
[4] Rama Germán, Las políticas sociales en América Latina, ponencia presentada en el seminario la teoría del desarrollo en los albores del siglo XXI, Santiago de Chile 28-29 de agosto de 2001.
[5] Bresser L. y Cunill N. (editores). “Lo público no estatal en la reforma del Estado”. CLAD/PAIDOS, Venezuela 1998.